lunes, 5 de diciembre de 2011

Crítica: Eduardo Manostijeras

Es mi deseo que estas palabras mías sirvan para alertar a las generaciones venideras de los peligros que conlleva erradicar las sanas particularidades que caracterizan a los diferentes miembros de una sociedad. Los diferentes miembros;hacer hincapié en este concepto no es baladí.

La tan propugnada igualdad social debe ser entendida como cortapisa necesaria a los abusos de la Economía y del Derecho, siempre proclives a favorecer a los más fuertes. Debe ser concebida como una tendencia sociopolítica, destinada a abolir la discriminación entre los diversos ciudadanos. Con absoluto respeto a la individualidad de cada sujeto.

En cambio, cuando una sociedad pretende reivindicar esa igualdad como infame pretexto para soslayar algo tan precioso como lo es la originalidad de cada uno de los particulares sujetos que la conforman, se está tergiversando el sentido último de esa igualdad, que no es otro sino establecer la firme frontera que separa la convivencia armoniosa en el seno de la gran familia humana, frente al similar lugar que ocupan las reses, a menudo idénticas, en un caótico rebaño. Tan idénticas entre sí, hago notar en este último caso, como una gota de agua lo es respecto a otra gota de agua. Ni diferentes... ni tampoco iguales, en el sentido que aquí nos interesa.

A menudo son los dirigentes de los estados soberanos quienes, motivados por la búsqueda de su propio beneficio, eluden los límites que marca esa línea y, bajo los auspicios de un falso concepto de igualdad, convierten a los humanos en simple ganado. Y es sabido que, entre reses y reses, intereses.

Y así es como una sociedad, antes afianzada en legítimos valores democráticos, deviene en rebaño extraviado, por la exclusiva conveniencia de sus líderes. Ganado perdido es, desde luego, otro término acertado.

Si cuento todo esto es porque, cuando Tim Burton vino a verme, el cineasta tenía en mente una crítica caústica y mordaz a la edulcorada sociedad de los años 70, momento histórico en el que el gran sueño americano dejaba paso en la literatura de Updike, Bukowsky o Kerouac a una perspectiva de la realidad bien distinta.

Su intención era provocar con esta película una reacción alérgica en el espectador, una urticaria que se iniciaba ya al deshacer ese envoltorio de tonos pastel que componían las viviendas unifamiliares (idénticas como reses de un rebaño, hemos pasado del tiempo de los cow-boys a la era de las cow-houses). Casas acarameladas que contienen individuos nada individuales, ciudadanos que viven entre las mullidas garras de un feroz capitalismo que les proporciona una flota de automóviles de colores pastel con los que acudir a sus trabajos alienantes de tonos pastel que les permiten acceder a la adquisición de esa viviendas de tonos pastel y albergar falsas espectativas para sus hijos en tonos pastel que languidecen a la sombra de soporíferas barbacoas que organizan esos padres de ideología en tonos pastel y esas madres chismosas vestidas en tonos pastel. Retrato cruel de una sociedad almibarada y gazmoña en la que no sonreír -con esa robótica mueca de falso optimismo, exhibiendo encías-, equivale a ser un disidente del rebaño. Alguien que resulta, por esto mismo, irritante e inaceptable. Como por ejemplo Eduardo, mi pupilo.

Burton me visitó en mi calidad de tutor de Eduardo, a la sazón menor de edad, para resolver el papeleo legal que le permitiera desarrollar el personaje de su película sin que las mojigatas leyes americanas se le echaran encima por atacar a la figura de un menor o algo por el estilo. Este paripé legal le permitiría salvar las primeras barreras de la censura, que llegaría demasiado tarde cuando tratara de evitar las verdaderas acometidas contra el sistema que Burton dirigía desde múltiples frentes, durísimos ataques a la hipocresía imperante, no por divertidos menos demoledores.

La primera impresión que me produjo Burton fue la de un neurótico lúcido y valiente que mantenía encarnizadas disputas con su peine cada mañana. Alguien que estaba dispuesto a dejarse la piel para plasmar cualquiera de los febriles sueños que atravesaran su inquieta cabeza y que anteponía la estética a la ética. Como está mandado en un artista. Esto hizo que su proyecto me interesase de inmediato. Tanto Eduardo como yo le hicimos saber que contaría con todo nuestro apoyo. Eduardo se cortó en una ceja y en la barbilla al emocionarse exteriorizando su entusiasmo.

Mi pupilo, creo que acertadamente, sugirió dotar a su personaje de una fuerte carga afectiva, un cierto magnetismo malsano que le convertiría en una suerte de talismán erótico. Un fetiche emocional para las damas -carentes de "emociones personales"- que habitaban el vecindario. El papel de la familia de la vendedora de Avon, en la que el indefenso muchacho llegará a integrarse como un auténtico hijo adoptivo (o como un parásito, dirían los sectores más conservadores), actuaría como contrapunto.

Por supuesto dejamos al margen ciertos pasajes de su adolescencia difíciles de digerir: su apego a la masturbación, que le jugó muy malas pasadas. Sabe Dios que mis obligaciones no alcanzaban hasta ese punto, claro, y mucho menos a cambio de mis escuetos honorarios. Así que lo solucionamos situando un agujero en la retaguardia de una figura de látex que representaba a Batman y que encontramos arrumbado en el desván, casualidades de la vida. Recordarán sin duda ese muñeco que aparece en las primeras escenas de la película, a los pies de la trescalera. Pues ese es Batman. O era. Así quedó el pobre muñeco después de los ardientes encuentros con mi pupilo, oh, fervor de las hormonas adolescentes... Por razones obvias esta clase de comportamientos desaforados, que denotaban una peculiar percepción de la sexualidad por parte de mi representado, no debían aparecer en la obra.

También evitamos mencionar los detalles sobre sus visitas al cuarto de baño, capitulos demenciales y escatológicos de una vida de locos, en los que nuestro amigo cortaba de todo menos papel. Así como otros episodios aislados que, por bochornosos, decidimos esquivar, como el día en que Eduardo entró en la tienda de guantes dispuesto a probárselos todos, o aquella vez en que llamó al afilador alzando las manos... y éste salió corriendo presa del pánico, abandonando vespino, piedra de afilar y todo lo demás (Eduardito aún los conserva).

SPOILER El despliegue de medios visuales en la recreación de la casa (impresionantes las ventanas borrachas bajo agua, así como la increíble escalera que une la planta baja con el primer piso, tan larga que yo la califico de trescalera) y el jardín del protagonista, así como las desquiciadas máquinas de hacer tortitas, contribuyen a dar aliento a la principal baza de esta fantástica fábula: la figura de un Frankenstein enfermizo y simpático. Un ser inquieto... e inquietante, despelucado, ojeroso, anoréxico, autolesivo, tan encorsetado físicamente como libre espiritualmente, un muchacho a unas tijeras pegado que se defiende de su destino de forma absolutamente pasiva y que, lo más grande, sale airoso. Tanto él como el actor que le da vida, el siempre solvente, a veces sobreactuado y con frecuencia inconmensurable, como en este caso, Johnny Depp. Depp fragua a fuego lento un nuevo icono para la atestada galería de personajes siniestros y monstruosos del imaginario colectivo, un chico asexuado y andrógino, a medio camino entre un Mike Myers diarreico y una calabaza de halloween albina, empleándose a fondo con el vestidor más torture porn de Alaska y Mario Baquerizo. Un tipo dotado de una potente y afilada parafernalia visual que compensa con creces su escasa retórica y que, paradójicamente, no resulta amenazadora salvo para él mismo. Este joven tímido de apariencia torturada encierra dentro de sí un alma sensible y llena polifacética, una mente que bulle de imaginación creativa y de ganas de vivir (aquí se hace notar el alter ego de Burton, que proyecta siempre su genio creativo sobre personajes a la vez malditos y carismáticos, Sleepy Hollow, Jack Sparrow, Jack Skellington... )

Eduardo Manostijeras se filmó en 1990. La banda sonora es del fantástico Danny Elfman. Antiguo componente del grupo rockero Oingo Bongo, que se despacha en esta ocasión con una partitura que es un prodigio de belleza indescriptible. Grandiosas y sugerentes melodías que se adaptan como un guante (uno de esos guantes que Eduardo nunca pudo ponerse) a los distintos momentos dramáticos. Elfman repite con Burton después de La gran aventura de Pee Wee (1985), Bitelchús (1988), Batman(1989) y lo haría más tarde con la incomible Batman y Robin (1992, la banda sonora no es en este caso razón suficiente para no darle una patada en el perforado culo al Caballero Oscuro) y Pesadilla antes de Navidad (1993), ésta última uno de los mejores musicales de los últimos tiempos (“Hay que tirarlo al maaar, dentro de una reeed,... ”,sólo ese estribillo referido a Santa Claus ya la hace imprescindible).

También repite como actriz Winonina Rider, que ya debutara con Burton en Bitelchús y que se podía haber quedado en casa esta vez, haciendo los deberes o algo. No sé, pero esta pájara no acaba de remontar el vuelo... Y eso, en un cuento de hadas, se hace más patente.

Lo mejor: el descabellado universo burtoniano, la casa de Eduardo, la máquina de hacer galletas, el atuendo del Tijeretero Motero, que como los de Ubrique siempre trabaja en cueros, la banda sonora y el pueblo en recurrentes tonos pastel.

Lo peor: la actuación de Winonina Meonina y el peinado del Tijeritas; ¡chiquillo, dale una poda a ese molondro!

5 comentarios:

Pedro J. Sabalete - Goathemala dijo...

Añadiría a lo peor, junto a Winonita rubia, la del novio o ex-novio de esta, en uno de los papeles de malo peor bosquejados de su filmografía y también la parquedad fonal de Eduardo que a lo más que llega es a una oración simple. Vamos, que un poquito más suelta podía tener la lengua.

Ahí queda todo lo negativo, lo positivo es mucho, muchísimo más en este cuento de navidad bizarro, el primero de este director imprescindible.

Añadamos al detalle de la uniformidad de las casas pastel y señoras pastel, que el único que hace algo por individualizarlas, por darles su yo, es precisamente Eduardo por la vía de su don en el ejercicio de unas esculturas / peinados ornamentales virtuosos. Su misma presencia, su traje de cuero rompe ese ensueño capitalista.

Un abrazo.

El Rector dijo...

Sepulturero, Un Mike Mayers diarréico y una calabaza de halloween albina?? jaja! yo no lo habría definido mejor... nadie, lo habría definido mejor. Suscribo todo lo dicho, bueno, al menos, todo lo que en su justa medida uno pueda suscribir de semejante orgasmo lírico & análisis socio/político, solo un "pero". Pues mira tu por donde, que a mi por aquella época, la señorita Rider me hacía bastante tilín, y en Eduardo Manostijeras no fue una excepción (a pesar del horrible rubio postizo).A mi NO juicio, lo mejor de Burton con permiso, of course, de Bitelchus.

Goathemala, precisamente, esa pereza verbal de Eduardo, creo que es uno de los grandes aciertos y señas de identidad del personaje.

Darkotica dijo...

Adoro esta película, adoro a Burton, adoro a Eduardo, adoro a Depp y adoro a Elfman (a Winona la adoré en Bitelchús y aún le guardo cierto cariño...).

Eduardo Manostijeras és y será una de las mejores cintas que mis vidriosos ojillos pueden ver por estas fechas, dejando a un lado la estupenda queja a la sociedad hipócrita de tonos pastel, veamos...¿Quien de los aquí presentes no se ha sentido alguna vez como Eduardo? Intentando comprender a los extraños seres que nos rodean y a la vez sintiéndonos como un bicho raro ante los demás? Tooodos hemos sido (o seguimos siendo) ese pinocho macabro y sensible que no encaja en la sociedad, por lo que todos comprendímos muy bien a Eduardo...y creo que ese fue uno de los motivos por el que nos llegó al corazón.

Sepu, has comenzado el Xmas Edition con una de las grandes y me lo he pasado genial leyéndote, estoy prácticamente de acuerdo con todo, salvo en "lo peor", como ya he dicho...Winona me cae bien (mientras a mi no me mangonee nada ;D) y no me disgusta su forma de actuar, y bueno...el peinado de Edu a mi me mola jaja!. Como bien ha dicho el Rector, la descripción que haces de Eduardo ha sido asombrosa! genial!...y por cierto, yo tampoco me lo imagino hablando más, creo que Eduardo debía de comportarse tal y como lo hicieron...como un niño tímido y asustado.

Sólo una cosa más Sepu, cuando vuelvas a ver a Burton, dale las gracias de mi parte por semejante cuento, y si ves a Eduardo le das un abrazo XD

Missterror dijo...

Mi adorado Eduardo!!!ahhhhhhhhhhhhh,maravilloso,sublime...una gotita de esperanza en un mundo aburrido!!!
Estoy convencida que cuando Burton pensó en Eduardo,en realidad estaba pensando en él,en cómo era él percibido (y mucho me temo que sigue siéndolo) por el resto de la sociedad.Sin duda éso hizo que supiera muy bien cómo transmitir la dualidad de la que hablas Sepulturero,sin duda éso dotó de una personalidad taaan brutal a esta película,que incluso enamoró a aquellos a los que "criticaba".
NO puedo imaginar una banda sonora mejor para una historia tan deliciosa (de hecho,estuve muuuchos años despertándome con el tema principal de esta peli...y dejaba sonando la musiquilla en el despertador porque no me cansaba de escucharla)
Sin duda,Johny Depp como el sr. Manostijeras,me robó el corazón y recé durante mucho tiempo por ir alguna vez a alguna peluquería y que de repente saliera ese hombre tijeras en ristre...no hubo suerte (luego con el tal Sparrow he terminado odiando a este mismo hombre...)

Yo sí estoy de acuerdo con Goathemala,desde mi punto de vista,si el sr. Burton hubiera dotado de una prosa envolvente a Eduardo,huebiera sido ya el summun. De lo contrario,me hubiera gustado que Eduardo no hubiera pronunciado ni una sola palabra,que solo se hubiera expresado mediante emociones y sensaciones.O todo o nada!!y Burton aquí le dejó a la mitad de cualquiera de esos dos requisitos que le hubieran hecho perfecto (desde mi punto de vista)

Lo peor,sin duda,Winona...nunca me ha gustado,nunca, y verla en un papel al que se le debería haber sacado taanto jugo expresivo,fue una puñalada en mi corazón.

El Rector dijo...

No se, yo sigo pensando que en esa timidez extrema que se gasta Edward, reside gran parte de su encanto, además, creo que muy bien pensada por el señor Burton para contrastar todavía mas, los dos universos tan distintos que se acarician en la historia, el susodicho de Eduardito, que vive dentro de su bolita de cristal con nieve y el de la sociedad que lo acoge, universal, abierta y generosamente verborreica. No me hubiera gustado un Edward mudo (un puñetero mimo?), eso le habría robado muchos matices y como dije, mucho menos uno con don de palabra, pues el personaje tal y como lo conocemos, jamás habría sido, sería otra cosa. Para mi, Edward is perfect.

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