viernes, 7 de junio de 2019

Crítica: Cropsey

No voy a negar que soy muy aficionado a los documentales relacionados con crímenes y hechos inexplicables, especialmente la relación entre estos. Aunque no entre en lo fantástico, “The Keepers” o “The Jinx” son dos ejemplos fantásticos de esto último (y son recomendaciones encontradas vía Twitter, lo maravilloso de las redes). Ambos exponen de forma bastante diferente una misma concatenación de hechos: crímenes sin resolver. En este sentido, con su ápice sobrenatural, “Beware the Slenderman” me pareció un producto maravilloso igualmente, en el que entraba quizás en juego un factor que le hacía perder frescura, y era esa mezcla entre momentos de terror, de cine de género, y el propio formato documental objetivo. Es complicado realzar ambas partes sin caer en una excesiva confusión, en un camino perdido. Mientras que a la obra de HBO le sucedía a veces, a “Cropsey” le pasa factura más de la cuenta. Es uno de sus puntos negativos, aunque en general la experiencia sea agradable.


“el documental tiene una clara apetencia por verse a oscuras y en solitario”


“Cropsey” es un documental, y su historia bien merece la pena contarse para poner en contexto lo que veremos en los poco menos de noventa minutos que tiene de metraje. La leyenda y la realidad se contraponen en Staten Island y sus bosques. A los habitantes de allí se les contaba de chico una historia mil veces contada por todo el mundo: la existencia de una suerte de hombre del saco que atrapaba a los niños y niñas que se portaban mal, llevándoselos al bosque.

A partir de ahí surgieron mil y una versiones que complementaban la terrorífica oferta de acontecimientos oscuros que rodeaban a tan malévolo personaje, y que en cierta medida mantenía la tensión lo suficiente como para que, como buena leyenda, muchos y muchas se pensarán eso de ir por su cuenta más de lo permitido. En este sentido, la figura actúa como catalizador de miedos y ejemplo de comportamientos: generar terror como una contraposición a la actitud ejemplarizante es uno de los recursos más usado en nuestra sociedad, especialmente en la urbanita, en la que el miedo a lo desconocido acecha en cada rincón en forma de desaparición, secuestro y cosas mucho peores. Y esto es realmente lo que acaba sucediendo en dicha localidad cuando, en un lapso corto de tiempo, cinco chicos desaparecen.


“Gusta el cuidado con el que está hecho, pero no quita que tengamos momentos aburridos y ciertas etapas cuya ejecución deja mucho que desear”


Esa transmutación de la leyenda a la realidad tiene lugar en 1987, cuando desaparece la primera chica. A partir de ahí, se dan una serie de sucesivas desapariciones que ponen en jaque a la policía y que este documental reconstruye amparándose en la figura del principal sospechoso: Andre Rand, a través del cual no solo se vertebra buena parte del ejercicio narrativo, sino que, además, es interesante por su condición como paciente psiquiátrico y porque el documental deja abierto el testimonio a su verdadera culpabilidad.

Quizás esta resulte una de las partes más interesantes y, a la par, más tediosas: la obra de Bárbara Brancaccio y Joshua Zeman muestra horrores muy mundanos en su concepción, tan terrenales como la necesidad de señalar culpables e incluso las condiciones de los complejos sanitarios, sujetos de crítica por cuestiones obvias. Siguiendo esta línea, el documental tiene una clara apetencia por verse a oscuras y en solitario, si puede ser: determinados planos y espacios son ciertamente terroríficos, tanto como algunos testimonios de las clásicas entrevistas que vamos viendo mientras pasan los minutos. Hay un cuidado y un conocimiento claro del material que se muestra, condición indispensable para dos personas como son sus directores que, precisamente, vivieron su adolescencia en este clímax. Gusta el cuidado con el que está hecho, pero no quita que tengamos momentos aburridos y ciertas etapas cuya ejecución deja mucho que desear, especialmente en ese batiburrillo en el que no se termina de ver claro si se quiere hacer un trayecto real y objetivo de los sucesos acaecidos o una especie de pseudoproducto de terror en el que la leyenda urbana cobra demasiada importancia para lo que realmente ofrece el filme.


“lo que podría haber sido un reflejo maravilloso del boogeyman norteamericano acaba quedándose en algo pasable para ese domingo por la tarde en el que te faltan ideas”


Ante ello, lo cierto es que como producto documental en el que prima lo descriptivo por encima de lo reflexivo no termina de encajar. Sí lo hace, quizás, como una sugerencia de temas interesantes sobre los que el espectador pensará acabado su visionado. Da en todo momento la sensación de tener algo bueno en las manos, interesante y novedoso, pero conforme pasan los minutos la sensación de entusiasmo se sustituye por la de cansancio, y por esa frustración tan inherente al espectador curtido que ve una buena base a la que los directores no son capaces de sacarle partido.

Cosechando en su paso por Sitges en 2009 una crítica bastante dispar, diez años después sigue siendo ese producto que pasa por el aprobado, pero cuya cadencia le lleva a no terminar de florecer una calidad suficiente como para ponerse en primera línea. Antes que recomendarlo, e incluso haciéndolo, creo que los tres que he nombrado arriba merecen mucho más la pena. Todo es cuestión de probar. Pero lo que podría haber sido un reflejo maravilloso del boogeyman norteamericano acaba quedándose en algo pasable para ese domingo por la tarde en el que te faltan ideas.


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