miércoles, 23 de octubre de 2019

Crítica: Monster Party

Todavía me acuerdo del impacto que generó “The Purgue” (2013), de James DeMonaco. La película generó todo un efecto catártico, en el que la violencia más dura, suscrita al propio placer de la ruptura de lo convencional, quedaba sobradamente justificada dentro del guion. Era un enardecimiento del sentimiento de rabia más primario, en este caso elevado desde instancias gubernamentales, pero que bebía totalmente de otros alzamientos de la violencia por la violencia, como era el caso de “A Clockwork Orange” (1971), “Funny Games” (1997) o incluso “Irreversible” (2002). Varios ejemplos de cómo usábamos la ruptura del conformismo para situar lo tosco, irreverente y dañino en primera plana. En todas estas películas cuyo proceso narrativo era tan diferente había un fin común: situar un trasfondo significativo que justificase cada minuto del metraje. Las cuatro son joyas imperdibles porque sabían a lo que jugaban.


“El problema central de la película es su profundo convencionalismo, su errático sentido del ritmo y su incapacidad absoluta de empatizar con los protagonistas”


El status quo de la violencia en el cine de género daría para mil ensayos. En esencia, esta se perfila como aliada incondicional de la tensión y del pulso narrativo, de la recreación de la imagen y del mensaje central de lo incómodo, lo raro, aquello que forma elemento fundamental del terror. Aunque, desgraciadamente, vivimos en un mundo donde lo real parece superar cada vez más a la ficción, todavía podemos decantarnos por disfrutar de aquellas películas donde la violencia tiene un mensaje. Y esta es la clave. No hace falta que ese mensaje tenga un sentido existencialista: en “Mandy” (2018), la violencia forma parte de la diversión. Y ese también es un argumento como cualquier otro.

Lo interesante, más allá del uso explícito de la violencia, de la película hecha saga (y serie) lo compartía con largometrajes como “Hush” (2016) o “The Strangers” (2008); el elemento físico, el escenario, formaba parte del juego como un elemento orgánico importante. Obligaba a estrujarse los sesos para hacer de un solo decorado un elemento lo suficientemente dinámico para que no aburriese. Esto es más complicado de lo que parece, pues no son pocos los intentos que quedan desdibujados cuando de lo que se trata es, precisamente, de situar a la violencia en el centro de la acción. En ambas películas los protagonistas eran unos maníacos dispuestos a asesinar a los habitantes de la casa. Tanto en una como en otra destacaba el suspense, la inmersión y las actuaciones. Son ejemplos notables de buenos directores detrás, capaces de dominar el tempo para ofrecernos un ritmo interesante que no cede nunca a la recreación por la recreación o a la algarabía de ruidos, planos reiterados y situaciones parejas.


“En todo momento el espectador contempla una serie de personajes desganados jugando a ser profundos sin que medie por ello interés alguno”


En toda esta línea llega “Monster Party” (2018), directamente a la sección Midnight Extreme en Sitges. La premisa, incluso los primeros minutos, dan esperanzas. Una original forma de introducir a los personajes, planos acompasados a la música, buenas transiciones. Da la sensación de estar viendo un producto diferente. La sensación va a más cuando descubres que se trata de un grupo de chavales que se introducen en una casa con idea de robar a una familia feliz que resulta estar en tratamiento en alguna clase de secta porque no pueden evitar matar. Hasta ahí, todo suena diferente e intriga. Un par de monólogos a cámara dan que pensar si estamos ante una reflexión sobre la violencia o, simple y llanamente, un conjunto de palabras que intentan dárselas de interesantes y eruditas para no aportar nada. A mí me resultó lo segundo desde el principio, y no pasaron más de quince minutos para calar un producto que no iba a llegar a ningún lado.

La profecía se cumplió. El problema central de la película es su profundo convencionalismo, su errático sentido del ritmo y su incapacidad absoluta de empatizar con los protagonistas y sus némesis, todos ellos caricaturizados al extremo o en exceso trabajados. Y tiene un reparto coral lleno de actores y actrices que han participado en series de gran calado (The Mentalist, The Wire, Nip/Tuck, etc.) pero que aquí ofrecen una pobre imagen de ellos mismos. En todo momento el espectador contempla una serie de personajes desganados jugando a ser profundos sin que medie por ello interés alguno.


“solo hay que recordar The Invitation para sentir que la reflexión sobre elementos figurativos puede ir mucho más allá de un discurso vacío”


Y la violencia. Totalmente desposeída de sentido alguno, avanza por ritmos entre splatters de sangre falsa que alterna momentos más explícitos (pero fatalmente tratados) con otros que dejan a la imagen del espectador. Todavía sigo preguntándome por qué unos sí y otros no. No parecen responder a la lógica del director de querernos mostrar cosas, sino más bien a la adecuación de un presupuesto o unas connotaciones de producción sin más. El alegato es interesante en el fondo, el descontrol de nuestros instintos más primarios sometidos por una extraña secta de la que no sabemos absolutamente nada, pero tan solo hay que recordar “The Invitation” (2015) para sentir que la reflexión sobre elementos figurativos puede ir mucho más allá de un discurso vacío y unos pocos de golpes sangrientos en un delirio que deja mucho que desear.

No me atrevería a decir que ha sido de lo peor del festival, pero yo no puedo aprobar esta película. A mí siquiera me entretuvo, y mis ojos se cerraban y abrían con incredulidad cuando desfilaban por la pantalla el típico personaje grotesco con el rostro desfigurado que está encerrado en un sótano, las reapariciones interesadas de personajes descontextualizados, la ausencia de sentimiento de algunos personajes en situaciones explosivas y ese final tan desafortunado a lo Tarantino que tiene más de vergonzante imitación que de epílogo lógico.


2 comentarios:

Unknown dijo...

De acuerdo con la crítica. No resulta para nada una película seria (como para tomarla en serio). Es una parodia, snob, absurda, y tonta, que como mucho parecerá divertida a los menores de 13... y no lo tengo yo tan claro. Saludos. Lorena

Astinus dijo...

- ¡Hola Lorena! La única pena que me da es que hay retales de un producto mucho más interesante que cae en un maniqueísmo absurdo. Una lástima.

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