viernes, 2 de diciembre de 2022

Crítica: Incubus

ASTINUS NOS HABLA SOBRE ESTE TERROR SATÁNICO (Y MALDITO) DE MEDIADOS DE LOS SESENTA DIRIGIDO POR LESLIE STEVENS

Recuerdo cuando terminé “Litan, la cité des spectres verts” (1982) y la sensación que me dejó. Sugestiva, onírica e inundado de una fuerte carga simbólica, era un rara avis dentro de la producción fantástica francesa. Ha pasado ya mucho desde que decidí volver a enfrascarme en un producto parecido, una de esas películas extrañas que han quedado a la sombra incluso de los espacios más transgresores. “Incubus” (1966) comparte esa aura singular, un filme lleno de claroscuros (literalmente, ya que está rodada en blanco y negro) donde nada es lo que parece, sugerente en su imagen y arquetípico en la construcción de su argumento. 


“Por mucha sugestión que pretenda, el argumento que hay detrás es algo manido, con las referencias habituales al paganismo y la cristiandad” 


Leslie Stevens guioniza y dirige este filme de bajo presupuesto rodado en apenas dos semanas en California, donde sitúa esos paisajes de campiña y costeros que acompañan todas las escenas por las que discurre la película. Al realizador le recordamos más por el mundo de las series y, especialmente, por “The Outer Limits”, serie de siete temporadas made in 90s, nacida bajo el paraguas de “Expediente X” y toda la parafernalia sci-fi que se montó en la década con la presencia de dimensiones alternativas, exploraciones espaciales o la consiguiente presencia alienígena. “Incubus” era su último trabajo en el largometraje, una obra muy personal no apta para todos los públicos

La película sitúa su acción en la localidad ficticia de Nomen Tuum, donde existe un pozo de agua mágica capaz de sanar cualquier dolencia y proporcionar belleza. A dicho lugar marchan todo tipo de personas, entre ellas algunas de corazones oscuros. Una serie de mujeres de ascendencia demoníaca, las súcubos, se encargan de atraerlos y ofrecer su alma al Señor del Inframundo, y ahí comenzará el filme. Una de estas mujeres demoníacas intentará tomar un alma pura, avisándole otra que hacerlo conlleva un gran peligro, pues el amor es un arma terrible de combatir. Desoyéndola, la protagonista contactará con él, entrando en un enamoramiento que llevará a terribles consecuencias. 


“está bien construida en torno a la historia que se pretende contar, aunque tenga espacios algo anodinos y transiciones entre los momentos álgidos” 


La dualidad entre bien y mal estará presente en toda la cinta, como un debate inherente entre luz y oscuridad, una eterna lucha en la que el amor se convierte en un arma representativa de la iglesia, ahondando y justificando el poder mesiánico de la Iglesia en un cierre típico. Y ese es, quizás, uno de sus principales problemas. Por mucha sugestión que pretenda, el argumento que hay detrás es algo manido, con las referencias habituales al paganismo y la cristiandad que destacarán especialmente en su último tercio. 

La película encuentra su principal fortaleza en el poder sugestivo de la imagen. Rodada en blanco y negro con planos estáticos y algún movimiento mínimo (zooms poco precisos), la forma de conducir las escenas nos traslada al cine surrealista de las vanguardias con ecos del primer Buñuel y una cercanía más contundente a “La Coquille et le clergyman” (1928) del vanguardista German Dulac, del que toma muchas referencias en las secuencias menos oníricas y perturbadoras, tomando Stevens más aspectos formales que de contenido, aunque los motivos religiosos estén impregnados en el centro del metraje. También veremos influencias de Ingmar Bergman en la concatenación de primeros planos cortos durante diálogos sostenidos, como aquellos que el realizador sueco trabajaba en la excelente “The Virgin Spring” (1960) y desarrollaría en obras posteriores. 

Aunque no resulte tan llamativo, la película está bien construida en torno a la historia que se pretende contar, aunque tenga espacios algo anodinos y transiciones entre los momentos álgidos lentos que se plasmarán en escenas de viajes entre un punto y otro de acción. El montaje sí brilla cuando llegamos a uno de los puntos más interesantes, en los que la muerte inicial de un hombre que fue entregado al mar (su alma al Diablo) aparecerá en secuencias rápidas y violentas cuando la protagonista comienza a intentar persuadir al hombre de alma pura de que le acompañe. Una señal de advertencia que empatiza con el espectador y nos llama al inevitable destino que parece llegar en cualquier momento. 


“pertenece a esa generación de filmes malditos en las que el reparto sufrió todo tipo de calamidades a cada cual peor, incluyendo muertes, asesinatos y accidentes de diversa índole” 


La duración de la película juega a su favor, apenas ochenta minutos describiendo tres momentos centrales bien señalados que no cansarán en demasía nuestra mente mientras dilucidamos escenas entre lo simbólico y lo real, acercándonos a un final inevitable en el que lo terrorífico cobra un nuevo sentido trágico y concluye de forma contundente. Contenida en sus inicios, el filme va expandiendo su terrible letanía y malsana ambientación entre unas interpretaciones poco aprovechables y planas. 

Para el final quedan dos de las cuestiones más trascendentales del filme: la primera, el hecho de estar dialogada en esperanto. Hay que reconocer que el idioma ofrece cierto onirismo y aumenta la inquietud de ciertas escenas, incomprensibles y cargadas de énfasis (no pudo evitar recordarme al Other World de “Twin Peaks”). Investigando por la red acerca de las intenciones del director detrás de esta decisión encontré un hallazgo bastante curioso: al parecer, la pronunciación del reparto es bastante pésima, alejada de una correcta dicción. Por otro lado, “Incubus” pertenece a esa generación de filmes malditos en las que el reparto sufrió todo tipo de calamidades a cada cual peor, incluyendo muertes, asesinatos y accidentes de diversa índole, lo que acentuó mucho la sensación de peligrosidad en torno a su argumento transgresor y, por qué no, satánico. 

La película merece, en definitiva, un visionado más por su condición de extrañeza que por lo bien conseguido que esté, precisamente, dicha atribución. Es cierto que el tratamiento de la imagen es su principal referencia, pero el argumento simple, las interpretaciones escasas y ciertos momentos de transición entre los focos de acción del filme muy reiterativos y extensos no juegan a su favor. Se le puede dar una oportunidad con el consiguiente esquema básico que funciona para muchas películas: si a los veinte minutos te deja ensoñado o no remueve nada, a otra cosa más productiva.


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