martes, 30 de julio de 2019

Crítica: Litan, La Cité Des Spectres Verts

Es fácil señalar a “Litan, la cité des spectres verts” como un producto auténtico, único. Lo que vamos a desarrollar en las siguientes líneas presenta las directrices para recomendar su visionado…o no. Más allá de lo que podamos decir, lo cierto es que la película solo puede calificarse como rara, extravagante y fuera de lo común. Cuando adjetivamos así un filme, solo podemos adelantar que, más allá de lo que hayamos experimentado, recaerá en la conciencia de cada uno haberla disfrutado o haber apagado la pantalla a los treinta minutos de metraje.


“En esa exaltación de su concepción como producto único, cuesta horrores arrancar cualquier atavío de comparación con cintas anteriores”


Dirigida por el veterano realizador francés Jean-Pierre Mocky, la película se hizo en su momento con el premio al mejor guion en el Festival de Sitges, lo que muestra su ferviente relación con lo fantástico. No es así la extravagante filmografía del director, en la que la mezcla de géneros es tan común como lo diverso de sus propuestas. Posiblemente Litan sea su obra más valorada históricamente, no tanto como un gran producto sino como una cinta distinta. Y ahí paramos. Aunque a algunos nos haya encantado, es preciso indicar desde el principio que no caerá al gusto de todos.

Pensando en referenciar su argumento respecto a otras películas parejas, la única que se me viene a la cabeza es “Amenaza en la sombra” (1973). La permanente obsolescencia de lo onírico, de la capacidad de expresar y sugerir a través de la imagen la psique de la protagonista o de atraparte en un enredo de imágenes que van hundiendo cada vez más la perversa dinámica en forma de espiral del argumento son detalles que comparten, pero incluso ni así podríamos establecer paralelismos claros. En esa exaltación de su concepción como producto único, cuesta horrores arrancar cualquier atavío de comparación con cintas anteriores. En dicho momento, es hasta complejo insertarla dentro de esa nueva corriente de cine de género que comienza con la década anterior y tendrá su evolución manifiesta en los ochenta.


“Su concatenación de situaciones implica que estemos muy atentos a todo lo que se narra, y posiblemente perdamos el hilo muchas veces”


De hecho, sería hasta complicado enmarcarla dentro del cine de género, pero muchos de los mimbres que cuelgan determinadas escenas dantescas hacen que sienta escalofrío el espectador que permanece atento e intenta comprender lo que sucede. Muchas veces se ponen los pelos de punta; en ocasiones, porque lo visual es tan bizarro que genera hasta una sensación desagradable; en otras, porque los acontecimientos siempre tienen un matiz oscuro y depravado que va camino del guion.

La película nos sitúa en un pueblo de la Francia alejada de las grandes ciudades, en las que se oculta un poderoso secreto. Al mismo llega una pareja de turistas que van a pasar unos días por la zona, y que comenzarán a investigar todo lo que está sucediendo cuando una serie de extraños fenómenos comiencen a ser protagonistas de su estancia. En esta tesitura, la escena inicial es maravillosa para sentar las bases de lo que vendrá después: un sueño profético lleno de incongruencias para el espectador, que solo puede como escenas aparentemente sin sentido se suceden entre sí para, posteriormente, conectar con la película a través de su cumplimiento.

No tenemos muy claro porque la protagonista sueña esto, pero tampoco importa. A partir de ese instante, comienzan a sucederse posesiones, alienígenas, locura y frenetismo en unos ochenta minutos en los que solo nos queda claro parcialmente la estructura del filme. Su concatenación de situaciones implica que estemos muy atentos a todo lo que se narra, y posiblemente perdamos el hilo muchas veces.


“una película que trasciende un argumento claro y que persigue perturbar, enganchar constantemente al espectador”


El pulso narrativo es constante en su pretensión de alternar planos inmediatos que van provocando un ritmo casi alocado, con imágenes que se suceden en todo momento y que generan un caos ordenado, como se suele decir: sin llegar a volverte loco, es capaz de confundirte lo suficiente. La película, gracias a ello, no cae en ningún momento, y como decíamos al principio, si aburre en los primeros minutos es mejor dejarla; en caso contrario, se puede acompañar hasta el final. Un final, por cierto, que cierra de forma algo ambigua todo lo visto, como no podía ser de otra manera.

Las interpretaciones del dúo protagonista reverberan en expresiones con signos de sobreactuación constante, buscando ese excentricismo propio del filme. Quizás en otras películas ochenteras sobra; aquí hasta se agradece para acompañar todo el ambiente. Del resto, muchos de los personajes son figurantes (la mayoría eran habitantes del pueblo donde se rodó) y no destacan. Tampoco la película lo quiere. Por otro lado, la banda sonora es brillante, uno de los grandes aciertos del filme: impacta con fuerza en los momentos necesarios y acompaña esa sensación de grandeza y perturbación que nos lleva de la mano constantemente. Perfectamente adaptada a cada minuto de metraje.

“Litan” es extraña, extravagante: es un rara avis dentro del cine de los ochenta. Es cierto que esta década fue muy experimental, pero aquí los condicionantes surrealistas nos llevan a una película que trasciende un argumento claro y que persigue perturbar, enganchar constantemente al espectador: hacerse la pregunta constante de qué está pasando, sin darnos una referencia del por qué. Y quizás eso le pese: es demasiado selectiva con su espectador, demasiado exigente. Aunque no pretenda gustarles a todos, eso también se paga. Pero dentro del cine francés, es una película de culto imprescindible. Dadle al menos la oportunidad en sus primeros diez minutos de metraje. Os aseguro que, como menos, no os dejará indiferente.


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