Lo sencillo que es hacer llorar y lo difícil que es hacer reír. Es por ello que la comedia, la buena comedia, siempre va a ocupar por derecho propio un escalafón más alto dentro de la cadena alimentaria del séptimo arte por delante de cualquier propuesta dramática, por más que determinado sector de la crítica profesional (y otros tantos borregos posturetas no remunerados) se empeñen en intentar vender lo contrario. ¿Dónde está el truco pues? Pues en lo complicado que en muchas ocasiones resulta toparse con una comedia realmente ingeniosa.
“una propuesta claramente pensada para un público de corte familiar, muy en la linea de otra cinta reciente con la que comparte bastantes paralelismos como es Bookworm”
“Death of a Unicorn” (2025), de la mano de la productora A24, significa la ópera prima del cineasta Alex Scharfman, quien también se encarga de escribir esta tierna historia sobre las relaciones humanas, sobre como afecta la pérdida de un ser querido entre aquellos que se quedan y como dicha pérdida puede resquebrajar los lazos familiares. En este caso, un padre y su hija “post-adolescente” (lo entrecomillo ya que hablamos de Jenna Ortega, quien te vale para todo el espectro que abarca la enseñanza general básica, la formación profesional o los estudios universitarios... incluso para dedicarse a la industria del cine porno) que se meterán en un buen tinglado cuando por accidente, atropellen a un indefenso unicornio.
“Lo de Paul Rudd haciendo de padre tontorrón herencia directa de Scott Lang empieza a cansar. El actor, atrapado en dicho rol, ofrece una interpretación irrelevante y desganada”
Nos metemos pues en el pantanoso terreno de la comedia de terror o en su defecto, de la comedia fantástica, pues de terror aquí hay más bien poco por no decir nada, más allá de unas cuantas píldoras de gore de corte festivo que no llegan a esconder en ningún momento, el tono y la auténtica naturaleza de una propuesta claramente pensada para un público de corte familiar, muy en la línea de otra cinta reciente con la que comparte bastantes paralelismos como es “Bookworm” (Ant Timpson, 2024). Ambas propuestas igualmente inofensivas pero que tienen en su reparto protagonista el principal punto diferenciador, decantando la balanza claramente en favor de esta última y es que el dúo formado por Paul Rudd y la susodicha Jenna Ortega está a la altura de la insípida historia sobre las bondades de la familia, pasando por la obvia crítica de trazo grueso sobre las miserias de la industria farmacéutica y como no, de toda la basura infecta que implica la lacra del capitalismo y su falta de valores como forma de entender el mundo.
“En lo visual, Death of a Unicorn tampoco resulta especialmente estimulante. Los efectos especiales apuestan por lo digital en detrimento de la carne y hueso y lo paga caro”
Lo de Paul Rudd haciendo de padre tontorrón herencia directa de Scott Lang empieza a cansar. El actor, atrapado en dicho rol, ofrece una interpretación irrelevante y desganada a la que no contribuye para nada lo flojo de su libreto. A su lado, Ortega aburre en su papel de tierna idealista de cuento de hadas. Por suerte, el reparto depara algún atisbo de esperanza en las figuras de dos valores seguros de la industria como Richard E. Grant y Téa Leoni, aunque ambos son igualmente prisioneros de la falta de chispa e ingenio del guion. Para cerrar el casting principal, Will Poulter lo intenta, pero su fuego a discreción a modo de verborrea rara vez acierta en el blanco y termina saturando... que lejos queda ya aquella fabulosa “We´re the Millers” (Rawson Marshall Thurber, 2013).
En lo visual, “Death of a Unicorn” tampoco resulta especialmente estimulante. Los efectos especiales apuestan por lo digital en detrimento de la carne y hueso y lo paga caro. Lo hace en las pieles de unas criaturas sin alma ni carisma alguno que en ningún momento consiguen ganarse el cariño del espectador, algo fundamental para un relato que pretende tocar la fibra del respetable, en especial en el edulcorado y empalagoso tramo final. Con unos unicornios de látex y algunos litros de sangre de pega, estoy seguro de que, al menos en este apartado, la película hubiera ganado algunos enteros, pero como suele ocurrir en estos casos donde se escoge el camino sencillo de los FX digitales (a no ser que sean de primer nivel y no es el caso), el impacto de las escenas gore queda muy minimizado. Es cierto que son generosas en violencia (tampoco tengo muy claro que los gaznates más mainstream a los que entiendo va dirigida la película vayan a digerir esto del todo bien), pero no pasan de simpáticos fuegos de artificio para un título decepcionante que, partiendo de una interesante premisa, no sabe sacar partido de ninguno de sus activos.
Lo mejor: La idea de partida, las pinceladas de gore y el arte de Tony Stella en el póster promocional.
Lo peor: Paul Rudd, Jenna Ortega y lo poco inspirado del guion.
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