viernes, 27 de noviembre de 2015

Crítica: Victoria

El mundo de la crítica está lleno de maricas malas, no me cabe la menor duda. No entiendo qué cojones se le puede pesir más a una de las sorpresas (por no decir LA sorpresa) cinematográficas del año, un truco planificado de manera brillante que nos deja con la boca abiertas narrando una historia en un único plano secuencia de agárrense los machos, dos horas y pico. Narrativamente, sorprendente, Victoria es todo un logro del cine de la nueva era, donde no caben los errores y los aciertos son propios del calibre de la mejor de las maquinarias con un lenguaje a todas luces innovador.
La vi a unas horas indecentes, tras un empacho peliculero de uno de esos días en los que no quedan horas para ver y ver más cine y la verdad es que no tenía lo que se dice muchas espectativas, por lo que no descartaba una siestaca roncadora a la luz del proyector, pero lejos de eso apenas pude parpadear, esperando pillar-infructuosamente- en un renuncio a ese maestro del cine que ha resultado ser Schipper. 

La peli, que ya arrasó en el Festival de Berlín y no ha parado de acaparar premios desde su estreno, podría pasar por una muestra más de esa tendencia tan de este 2015 que es contar una historia en primera persona, en un plano secuencia o casi, como Birdman (pero sin trampa, ejem, y cien veces mejor hecho) o Son of Saul, pero va mucho más allá y nos ofrece un caleidos copio de emociones difícilmente repetible. 

Victoria es una española que vive en Berlín. La conocemos en la madrugada de una noche de farra en la que el alcohol corre al ritmo machacón de la música tecno, y los chupitos de vodka se multiplican en progresión geométrica cuando la cámara la busca y la encuentra para ya no soltarla, en un garito moderno de un barrio berlinés. A la salida, sola, se encuentra con una panda de cuatro chusmas germanos salidos de “Hermano Mayor:La reunión”y en lugar de escaquearse y salir pitando, no sabemos si por la soledad, porque está salida, porque es un poco tonta, o vete tú a saber, hace chupipandi Scooby con ellos y hasta se cuela por el más marginal, Sonne, que cumple años. Lo que ella necesita de veras es compañía que disimule su soledad por un rato, hasta el punto de que esa compañía y lo que hagan, es lo de menos. Así que empieza a relacionrse con los muchachos de una manera asombrosamente natural que nos atrapa de inmediato. La noche avanza y las “travesuras” del grupete son ya delitos punibles, pero nuestra Vicky sigue ahí, al pie del cañón hasta que tiene que pirarse a su curro en una cafetería, donde le toca el piano al germano, que lo flipa, y le explica su fracaso en el conservatorio de música... Y fin. 

Bueno, ni de coña, fin del buen rollo, porque en esas dos horas y pico en tiempo real, su vida da un giro radical. 

Ese es el arranque del argumento (escueto, de acuerdo, pero es que no todas las pelis tienen que contar la guerra de Secesión como Lo que el viento se llevó) que Olivia Neergaard-Holm junto a Sebastian Schipper(director también) han ideado para hacer lo que realmente querían:realizar un prodigio técnico, en el que la cámara, vibrante, no cede ni una milésima de segundo, sin cortes, y la tensión, la claustrofobia, absolutamente cortante y constante, te atrapa de manera inconsciente durante la narración en tiempo presente hasta que llega un momento en el que la sucesión surrealista de hechos intrigantes y hasta sin sentido que acontecen en pantalla nos han absorbido irremediablemente, haciéndonos partícipes de esa interminable toma que es el eterno y magnífico plano secuencia en que estructuran la cinta y que consigue el propósito de unificar tiempo y espacio, sentimiento y acción prescindiendo del montaje y el cambio de secuencias para no restar ni un segundo de realidad, de claustrofobia y angustia a la trama. 

Es un argumento simplón, una excusa, de acuerdo, pero lo que la cinta logra, el hecho de no poder quitar la vista de la pantalla ni en un reojo disimulado, con nuestros cerebros atrapados en plan experimento hipnótico, es francamente digno de todos los premios habidos y por haber. Con un ritmo igual de frenético que la también alemana “Corre Lola, corre”, una de mis pelis favoritas, la tensión de “La casa muda” y una protagonista que es puro carisma y cinegenia, todo aquel que critique (al menos en su forma) “Victoria” desde la meditación, una vez pausada y digerida, es un hipócrita gafapastil. 

Porque Victoria supera muy por encima su premisa argumental y nos regala esa experiencia que nos hace meditarla y debatirla una y diez veces después de verla. 

Y aunque a nadie le dejará indiferente, algunos de ustedes dirán: “Pues vaya novedad... Contar una mierda de historia en un plano secuencia como si de una vomitona resacosa se tratara...” 

Y hasta cierto punto llevan razón. Scipper no ha inventado la pólvora, y ya en “La soga” el maestro del terror nos hizo un falso plano único. 

Además, una cinta no es sólo cómo se cuenta, sino lo que se cuenta, que generalmente es lo que de verdad importa, por lo que la innovación en estos estilos de narración, si no acompañan a una buena historia no pueden ser buenos. Pero el caso es que en Victoria todo, absolutamente todo acaba encajando, sórdido e inquietante, y si se le presta la debida atención, la forma envuelve a un fondo también resaltable (no tanto como ese tenaz desafío que es la técnica, es cierto, pero sin dejar de ser un thriller angustiante como los que nos gustan). 

Además tiene una virtud única y maravillosa: la vivencia, en esa primera persona, no tarda nada en traspasarse al espectador, que empieza a notar como suyas las emociones, las sensaciones de esa chica que se llama como el triunfo, pero a la que parece que no le va a ir bien del todo, cuando eso es lo único que nos acaba importando. Ese atrape emocional de la peli que se aferra a la identificación, a la empatía, lejos de la racionalidad lo hace desde la entraña, lo visceral, te agarra de los huevos, vamos, y no del cerebro, fruto de una sensación lisérgica más que meditada o centrado. Así, más que temiendo por Victoria, tememos por nosotros/ella, esa magistral catalana Laia Costa, porque en esas dos horas y cuarto somos uno más en ese grupo extraño y al límite, para acabar siendo la protagonista misma, sobre todo en el momento en que la trama se enturbia y se pone difícil. 

Porque las cosas, que en un principio parecen facilonas no lo son en absoluto para la prota. Baila, bebe, ríe, pero en el fondo está sola, hasta el punto de dejarse llevar en su apetito (no tanto sexual como social, sentimental) y arrastrar por lo peor de lo peor en un amor fou narrado en voz baja, tenue y bobalicón. 

Y aunque todo en la cinta huele a sexo, este no llega a darse por culpa de un altercadillo (no quiero hacer ni un solo spoiler)y entonces empieza a oler a miseria, a suciedad, a perversión y a maldad, y duele, porque a Victoria le duele, y a mí me duele...Y eso, amiguetes, no tiene precio. 

Pero resulta que el aire de inocencia infantil y blandengue de Victoria es sólo una de las capas de cebolla en las que se envuelve su verdadera personalidad. Y es por eso por lo que vamos desnudando capas y conociendo a la verdadera protagonista, que acaba mucho mejor dibujada de lo que parecía estar en un principio, cuando la hemos visto sometidas a vejaciones en un garaje, envuelta en un robo y un secuestro, mimetizada en ese bajo fondo humano y cívivo del peor de los Berlines. 

Tras la montaña rusa de infortunios que es la peli uno se da cuenta de que la trama, ese argumento que sabía a poco, está muchísimo más trabajado y ordenado de lo que parecía, y los personajes, aún no desarrollados por completo, vibran, lucen y brillan, sumergidos en la trepidante acción que todo lo acapara y acaba siendo una experiencia, un arriesgado tour de force. 

Y es que esa historia no está quieta, avanza y muta, sorprende y asfixia, dejándonos sin argumentos a rebatir. Y ese ambicioso reto técnico, sigue quedando de manifiesto, nos deja boquiabiertos, acongojados hasta el momento en que creemos que vendrán los créditos y no vienen. 

Cuando llegan, y la primera persona cuyo nombre aparece es el cámara, toda la sala, toda, aplaude al unísono. Eso tampoco tiene precio, no... 

Así que, bien, la cinta no es sólo un plano secuencia, si bien es cierto también, que sin él, sería algo ya contado antes. Pero precisamente esos 140 minutos en tiempo real, sin corte, sin segunda oportunidad, es un ejercicio de visionado OBLIGATORIO no ya para el fan de Sitges y sus géneros, sino de cualquier cinéfilo. 

La cinta saca todo el provecho posible al personaje de Victoria, a esa Laia Costa, vista en ‘Pulseras rojas’ y ‘Carlos, Rey Emperador” y que ha arrasado en los premios de la Academia del Cine alemán, que la ha premiado como prota. 

Yo dejaré pasar un buen tiempo para volver a verla, o para ver otra peli contada con este modo narrativo, pero desde luego, una vez vista “Victoria” sólo me salen alabanzas. 

La cinta tiene el mejor de los finales posibles. Es frenética y radical, moderna e hipnótica, pero sobre todo es puro cine. 

Victoria ha sido un espectro, un fantasma en esa noche berlinesa de delincuencia y desgracias. Nadie la conoce. Ella no conoce a nadie Y es que nadie conoce a nadie. 

Las influencias del cine de Gaspard Noé (esa Irreversible que es otra de mis diez pelis preferidas) y de Tom Tykwer son más que evidentes y se agradecen a la vez que duelen. Yo, la recomendaría a todo el mundo, y es más, como dudaba de su estreno y tenía una posibilidad, he movido el hilito para que ya puedan verla en calidad decente. Muchos dirán que es meramente efectista... Pues claro, pero coño, mejor imposible. Háganme caso y véanla.


6 comentarios:

Patrick Bateman dijo...

A medida que avanzaba por la lectura, no sé bien por que, pensaba en Irreversible. He de confesar que la puntuación me parece entusiasta. Pero también es cierto, que la crítica ha despertado mucho mi curiosidad sobre una película que, posiblemente, nunca me hubiera parado ni a mirar el cartel.

meyni2 dijo...

Querido mr Bateman,es que la influencia de Noe es evidente,en su versión más pesimista... Victoria es una que si se puede es casi obligado sentir,porque un hipnotico atractivo salvaje,es puro y pura creacion....
Yo,no me la perderia jamas
Un saludete,amigo

Angelica dijo...

Muy inocente la protagonista, si yo me cruzara con esos chicos, saldría corriendo.

meyni2 dijo...

Hay gente para todo,Angélica...Y hay muchos por ahí que eso de no saber si te van a empotrar o a degollar hasta les pone!!!!
saludete

meyni2 dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
JuanCar dijo...

Hace unos meses, tuve el maravilloso placer de ver una película que ha marcado mi modesta cinefilia desde entonces, "Bone Tomahawk". Pensé que tardaría meses, incluso años en darme de narices con otra obra maestra similar. Y de repente, casi sin avisar, aparece "Victoria".
Y te digo, no hay estrellas en "Nido de Cuervos" para puntuar esta maravilla, lo digo ya a 4 días vista y perfectamente madurada y analizada en mi cabeza.
No voy a decir nada de la película; creo que todo lo que se puede decir de ella, ya lo has dicho tu, tan solo referirme al aluvión de sensaciones que esta extraordinaria película, una autentica obra maestra por la que seguro no va a pasar el tiempo, me ha causado en el cerebro. Desde el minuto cero, con esas parpadeantes imágenes en la discoteca, hasta ese maravilloso final, coronado como bien dices con el nombre del director de fotografía (desde hoy mismo considerado por mi como un autentico genio) que me hizo saltar del sillón para darle un aplauso; todo en esta película, todo, me ha sabido a gloria. He reído, me he asustado, he llorado, he saltado, he gritado, me he enfadado, me he emocionado...no he parpadeado un segundo para no perderme ni un detalle de lo que sucedía en este portento de película, una autentica fuera de serie. UN TRIUNFO TOTAL. Imposible quedarme con una sola imagen por encima de cualquier otra, pues todas son de un valor cinematográfico incalculable, pero si me haces elegir, me quedo con ese maravilloso, inolvidable segmento en el que el líder del grupo, lleva en bicicleta a nuestra protagonista hasta el edificio de la azotea. Es un momento etéreo, en el que el director desconecta las voces de los personajes y nos puntúa sus miradas, sus gestos, con unas leves, preciosas notas de piano. Es un momento portentoso, nada gratuito, con el que el director consigue definitivamente que empaticemos con los personajes, gracias a que; como he dicho, al quitarnos el sonido de sus voces, haga que nos fijemos por completo en los gestos de simpatía y cariño que se muestran los personajes entre si.
Una película absolutamente recomendable.
Maravillosa, de verdad.

Saludos

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