martes, 24 de septiembre de 2019

Crítica: Cutterhead

Aún recuerdo dos películas que me tuvieron angustiado por su mera representación del espacio cerrado, de la angustia de la muerte inminente y de la ausencia de razón cuando se trata de supervivencia. Curiosamente, ambas películas son de 2010. “127 Horas” (Danny Boyle) y “Buried” (Rodrigo Cortés) denotaban en cada poro de su metraje una aspiración máxima: encontrar la fórmula para mostrar al espectador esos instantes extremos en los que se difumina la frontera entre la propia capacidad de percibir una escapatoria a través de nuestra mente e instintos y la aceptación o claudicación final de nuestra vida como tal.


“La falta de aire, el calor asfixiante y otros problemas se ven maximizados por la cámara y el trato que el director da a cada escena, algunas de ellas realmente agónicas”


En ambos filmes esa angustia de la que hablaba se expresa en una sumamente cuidada capacidad técnica para generar empatía entre los protagonistas y aquellos que vivimos su situación. Y es que de eso se trataba precisamente: de sentir parte de lo que sentía el protagonista de turno.

Quizá en esa formulación “Cutterhead” se asome más a la película del español. Rodada brillantemente, el juego de luces y sombras era una fantástica representación de la frontera entre vida y muerte, una inclusión en ese espacio intermedio en el que la supervivencia del protagonista se tornaba una auténtica duda hasta el clímax final, maravilloso en su conjunto y con uno de los mejores cierres que he tenido la oportunidad de ver. Muchos pensábamos que aquello era un listón muy alto, pues el ejercicio de estilo era genuino desde el minuto uno. No fueron pocos los que dijeron en su momento que cómo era posible que se hiciese un cine tan grande en nuestro país, entendiendo este adjetivo como una aquella obra que arrasaba en taquilla y ponía del mismo bando a crítica y público en un género tan difícil como el thriller psicológico, del cual pueden salir auténticas obras maestras o películas que es mejor pausar en el minuto catorce.


“excelente composición de los planos contrapuestos, un brillante ejercicio de dominio de los espacios que nos transmite de forma magistral el concepto de lo minúsculo”


En esa tesitura, el filme danés es un metraje capaz de hablarle de tú a tú. Con un contexto ligeramente diferente, la película nos pone en la situación de una trabajadora que va a controlar que todo vaya bien en una obra de metro. Esta, ajena al trabajo propio de allí, queda atrapada cuando ocurre un accidente. Lo hace en un espacio de ventilación junto a dos obreros (ambos extranjeros). El resto sigue la misma dinámica que vemos en este género.

El mayor acierto que tiene la película tiene dos vertientes: de un lado, la excelente composición de los planos contrapuestos, un brillante ejercicio de dominio de los espacios que nos transmite de forma magistral el concepto de lo minúsculo, de lo atrapado. La falta de aire, el calor asfixiante y otros problemas se ven maximizados por la cámara y el trato que el director da a cada escena, algunas de ellas realmente agónicas. Por otro lado, la interpretación del elenco principal es fantástica, natural, conjugando el hiperrealismo con lo ficticio para ofrecernos un relato creíble desde el principio hasta el final.


"Rasmus Kloster lo clava en su ópera prima. Con esa estética hiperrealista, una cuidada fotografía y un notable elenco de protagonistas, el escenario que se abre da margen al disfrute"


Todo ello podría perderse si no tuviese un guion hecho a su medida. En ciertos momentos la película carece de ritmo y se torna algo desigual, por mucho que la película pretende a través de ciertos giros y acontecimientos mantener al espectador en vilo. Su duración, apenas ochenta minutos, juega mucho a su favor, aunque ni eso salva que en ocasiones deseemos que los minutos pasen más rápido para saber el destino que jugarán los personajes. Y esto si está bien tratado: desde que todo comienza, desde que la sensación de claustrofobia empieza a medrar nuestros ojos, no sabemos qué va a suceder. Podemos hacer apuestas, pero es importante destacar el excelente trabajo que se hace en todo momento de inseguridad, lo cual lleva una vez más a que el espectador se apiade de los personajes y viva en sus carnes la situación que observa. Y aquí es dura. Muy dura. Tanto que en ocasiones querremos echar la mirada a otro lado.

En definitiva, Rasmus Kloster lo clava en su ópera prima. Con esa estética hiperrealista, una cuidada fotografía y un notable elenco de protagonistas, el escenario que se abre da margen al disfrute. La capacidad de empatizar con la situación, de vivirla en nuestras carnes y cierta sensación de agonía nos acompañarán durante todo el filme mientras nos preguntamos cómo demonios van a salir de ese lugar y, más importante aún, rezando para que lo hagan. Y cuando eso se consigue, estamos ante una película que solo podemos recomendar.


1 comentarios:

Anónimo dijo...

todos sabemos que los daneses son personas horrendas.
-se me borró lo escrito-
en el círculo tercero del infierno del dante, incontinencia, en el exceso, apatía hasta la incontinencia, advertía el penitente sobre la avaricia, la soberbia y la envidia.
el montaje, el uso de luces y sombras, el espacio como refracción de los rostros, como tú decís, astinus, son notables.
hay sólo tanto oxígeno como podamos aprovechar.
se extraña, quizá, la renuncia al uso de la despresurización como enemigo. añadida al horror del confinamiento, se habría solidarizado con el horror del enterrado vivo. y: esa mujer sola entre extraños?

pero es una película disfrutable.
gran crítica, astinus!
saludos,

f

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