Crítica: Entrevista Con El Vampiro

Puedo decir que he realizado bastantes entrevistas. Nunca a un vampiro. Tal vez si existieran y me hubiera encontrado ante uno... y solo tal vez, caería en la tentación de la noche eterna siendo inconsecuente.

No me identifico con Lestat (Tom Cruise), un hombre alto de piel blanca, con una masa de pelo rubio de cualidad grácil, casi felina en sus movimientos. Un dandy henchido de majestad, pero carente de calor y lleno de melancolía. Un superhombre que menosprecia a los mortales y que se coloca por encima de la moral. El verdadero conductor de “Entrevista con el vampiro” (“Interview With the Vampire”, 1994, Neil Jordan), aunque quede en un falso segundo plano.

Tampoco con Louis (Brad Pitt). Totalmente blanco y terso como si estuviera esculpido en hueso blanqueado. Un ser pasivo de aspecto cansino, triste y adormecido pese a sus brillantes ojos verdes. Un ser que sufre un sentimiento de ruptura con el mundo y con su propia naturaleza.

Aborrezco a Claudia (Kirsten Dunst). Esa niña-adulta de rostro de muñeca de porcelana cuya crueldad proviene de su pervertido carácter infantil. Su presencia hace evolucionar la naturaleza vampírica de Louis, la hace soportable y le enfrenta a Lestat. Sin embargo, es demasiado dependiente de su compañero. Por ello, no se recomienda convertir a niños. Solo la aguanto por respeto a la autora de la novela, Anne Rice, publicada en 1976 que dibujó este personaje como exorcismo del recuerdo de su hija fallecida por leucemia cuatro años antes, basándose en las definiciones de vampirismo infantil de Richard Matheson, sobre todo en el relato “El vestido de seda blanca”.

Y me entristece Armand (Antonio Banderas). Ese señor de la noche parisino con gestos que son una caricatura de los humanos. Imperturbable, sin remordimientos ni búsquedas pero a un paso de la decadencia. Su apariencia fúnebre le aleja del dandismo de Lestat, algo que viene reforzado por el ambiente de muerte que hay en el Teatro de los Vampiros parisino.

El guión de “Entrevista con el vampiro” es bastante fiel a la novela, con ligeros cambios, que primero fue escrito de puño y letra por el director Neil Jordan (Oscar al mejor guión original por “Juego de lágrimas” 1992) y que finalmente fue firmado por la propia Rice. La versión del guión conserva la estructura de entrevista del relato, con abundante voz en off y narración en primera persona, pero reduce lo máximo posible la presencia del entrevistador, siendo partícipe en momentos clave.

La historia hunde sus raíces en la estética romántica con la utilización por parte del director de fotografía Philippe Rousselot de tonos rojizos, heredados de los tonos crepusculares empleados en las pinturas de Caspar David Friedrich o Turner. Esos tonos predominan en muchas de las noches fotografiadas por Rousselott o en los vestuarios de algunos de los personajes, en contraste con el blanco y el negro. La presencia de la sangre, rojo oscura, tiene una función contextual, temática y estética, sin ser primordial ni provocadora (no hay gore en los actos sangrientos).

Los elementos románticos de la obra de Jordan los identificamos en la presencia de las ruinas, como el decorado de las calles abandonadas de Nueva Orleans a causa de la epidemia o el estado final del Teatro de los Vampiros tras la venganza de Louis. En todo edificio, ambiente o interior se desprende un tono decadente lindante con lo decrépito, que nos hace pensar en la inevitabilidad del paso del tiempo frente a la inmovilidad física de los personajes. También vemos un elemento romántico en la necesaria representación de la noche al tener como protagonistas a unos vampiros.

Otro elemento romántico es la fuga, un viaje que Louis inicia varias veces, como cuando huye con Claudia de una Nueva Orleans en llamas, en busca de respuestas a la naturaleza que le sustenta.

El genuino romántico aparece además en los laberintos, un paisaje de sentimientos interiores como las callejuelas de Nueva Orleans abandonadas a causa de la plaga, donde Louis encuentra a Claudia. Y en el paisaje brumoso en consonancia con el aspecto decadente y ruinoso del conjunto, alejado de los típicos decorados neblinosos de la Hammer o la Universal.

El relato se mueve entre la simbología religiosa y la laica, empleando temas, ideas, imágenes y doctrinas católica en contraposición a la invulnerabilidad de los vampiros a los objetos sagrados como cruces, altares o agua bendita. Lestat llega a afirmar que “de todas las criaturas de la creación somos las que más nos parecemos a Dios”. Estos vampiros se nos muestran como entidades espirituales autodefinidos como ángeles o incluso dioses.

Otro tema es el sentido erótico de la obra, que se describe en las imágenes explícitas del mordisco (en el cuello, en el pecho o la muñeca), en los sonidos (el del mordisco) y en los gestos de víctimas y vampiros. El sexo oral toma importancia en la mitología vampírica, por lo que vemos como se resalta el atractivo de las bocas de Lestat, Louis, Claudia o Armand, con la carnalidad de sus labios y un llamativo color rojo. También se nos presenta un elemento inherente al vampirismo desde sus orígenes literarios: la homosexualidad. Aunque Jordan alude a un pasado marital de Louis, las miradas, los gestos y actitudes del personaje pueden interpretarse como eminentemente afeminados. Las conversaciones entre Lestat y Louis son las de una verdadera pareja y los momentos íntimos de Louis y Armand implican la condición sexual de los personajes. Pero también se intuye una relación amorosa prohibida entre Louis y la pequeña vampira Claudia.

“Entrevista con el vampiro” es todo un referente para el género, consiguiendo ganarse al público mediante un excelente modelo narrativo, y se sitúa como una de las mejores revisiones del mito vampiro junto a “Drácula de Bram Stoker” de Francis Ford Coppola que provocó cierto revival gótico.

Denostada incomprensiblemente en el momento de su estreno, esta road-movie vampírica, este viaje a través del tiempo, se ha convertido con el tiempo en una obra atípica dentro del fantástico en la que se nos muestra un convincente retrato de la pesadilla de la inmortalidad.