sábado, 24 de abril de 2021

Crítica: A Certain Kind of Silence

MAIK LINGOTAZO NOS HABLA SOBRE ESTE DESCARNADO THRILLER CHECO ESPECIALMENTE RECETADO PARA AFINES A LANTHIMOS


A certain kind of silence póster
Los niños y las niñas -las criaturas de Dios, si se quiere- no tienen por qué hacer ostentación, mucho menos alarde, de aquello que les define como tales. Han de aprender cuanto antes que es a través del dolor que se labrarán el mejor de los caminos. Quien dice dolor, dice castración o mutilación. Algo que, así como quien no quiere la cosa, nos reveló un tal Seymur Skinner cuando, corriendo la quinta entrega de la mítica serie, se aprestó a apercibir a nuestro anémico pelopincho protagonista toda vez que este trataba de alertar de la presencia, tras la ventana del autobús escolar, de una especie de bicho raruno cuya apariencia era poco menos que amenazante. La respuesta del director, tan rauda como descreída, no pudo ser más irónicamente quirúrgica: “He oído que un niño está utilizando su imaginación y he venido a poner fin a eso”. Touché. Qué sentencia, tú. Qué mordaz. La quintaesencia del cinismo ilustrado tatuada en mi ser para los restos. Y es que ya lo dijo el acupuntor: hay guionistas que no dan puntada sin hilo. Sin embargo, resulta que es la realidad la que atina mucho más a la hora de conectar con líneas de flotación. En este caso con la mía. Es por ello que, aunque parezca un sinsentido, esta película recuperó del baúl de mis recuerdos la mencionada escena de “Los Simpsons”. 


“una demostración de hiperrealismo asfixiante. No hace falta irse a Black Mirror, la realidad está a la vuelta de la esquina y sin nosotros enterarnos” 


A certain kind of silence madre e hijo
Porque en “A certain kind of silence” (2019) será el impertérrito Sebastian el sujeto prepúber que nos sirva de pretexto para comprobar los excesos que son capaces de acometer unos progenitores que, como poco, ya de buen inicio atisbamos como pelín turbios. Qué suerte la nuestra, que lo vemos todo desde la barrera. No caerá esa breva del lado de Misha. Misha para los amigos, porque para los padres pasará a ser Mia. ¡Ja! Qué paradoja tan premonitoria: Mia. Y es que marido y mujer no piensan esperar a la última cena para sembrar desconcierto e inquietud. En la primera ya van a saco, y atacan cambiándole su nombre así a lo loco y abrupto: “No te importará, ¿verdad, querida? Mia te queda mejor”. Sin duda, un certero momento para ir abriendo boca guapamente, como para empezar dando unas pistas que ni las de aterrizaje. Aterrador es poco. A mí así me lo pareció. 

niñera en familia perturbada
Lo que seguirá relata el lento proceso que atraviesa la chica trabajando como au pair alojada en la casa a la que ha llegado para hacerse cargo de la crianza del infante, y para así de paso curtirse en tierras extrañas. Erasmus laboral, diríase. Pero su efervescencia juvenil, la despreocupada seguridad que irradia saboreando su independencia, se toparán con los rigores de un hábitat que está en las antípodas de todo cuanto conoce. Un guantazo de realidad en toda regla, directo a sus ínfulas de inmortalidad. Los anhelos de experiencias nuevas se verán socavados por unas actitudes impostadas que, paulatinamente, se adueñarán de su entorno, de su integridad y puede que hasta de su determinación; las estrafalarias normas que rigen la convivencia y el discurrir diario en el hogar de acogida no tardarán en descubrirse como los hitos de un desasosiego pergeñado minuciosamente para apuntalar las cargas explosivas que dinamitarán su identidad. Será un derribo, y no un derrumbe, pues la detonación se pretende perfectamente controlada. O eso es lo que se supone que decía el plan. Porque ya se sabe que los planes, como las estadísticas, están para romperse. Y para que no siempre salgan bien. 


“rehúye de artificios y efectismos. La ausencia de sonidos se impone de forma abrumadora. Punto para el encargado sonoro, Richard Müller. Sintoniza a la perfección con la exigua paleta de colores” 


A certain kind of silence niño
Así nos inmiscuimos, tras los umbrales de las puertas, en las interioridades de una familia de alto copete, cuya existencia transcurre entre reuniones sociales y calendarios tupidos, todo perfectamente diseñado para no salirse de un guion del que, por lo pronto, quien menos parece tener algo que pintar es el vástago. Y del que, por lo demás, nos sentimos atraídos viendo cómo Mia empieza a mostrar señales de no ser tan suya. ¿Qué es lo que está sucediendo?¿Qué le depara esta estancia, casi vacacional, a la muchacha? Y, sobre todo: ¿por qué la vemos con rictus pacato respondiendo ante lo que parece ser un interrogatorio a lo largo de los insertos que jalonan el metraje? 

secuencia truculenta y escabrosa
Tales brechas temporales no serán obstáculo para seguir aferrados a la tenaz e hipnótica trama que el director checo Michal Hogenauer ha desplegado con destreza ante nosotros en esta su puesta de largo, y nunca mejor dicho. Tras el mediometraje “Tambylles” (2012) se destapa, y de qué manera, con una demostración de hiperrealismo asfixiante. No hace falta irse a “Black Mirror”, la realidad está a la vuelta de la esquina y sin nosotros enterarnos. Es lo que tiene el silencio. De eso va esta pieza, este 'Tratado de la Despersonalización'. La luz, aunque fría, es sobre todo de gas. Los tonos asépticos, las formas simétricas, todo perfectamente ordenado para deleite de cualquiera con TOC, conspirando para contagiarnos la duda que la propia Mia empieza a sentir ante la violencia soterrada que opera bajo un techo que ya, sin remisión, empieza a sentir como suyo. Inevitablemente suyo. Peor aún, necesariamente suyo. He ahí la tragedia: ¿Quién es de quién? La situación parece apoderarse de ella tanto como lo hace de su rol la joven que le da vida: Eliska Krenková borda un papel harto exigente, pues reclama de su concurso un pronunciado arco de registros emocionales que ha de interpretar desprovista del apoyo verbal de un guion más extenso. Es esa representación de la batalla entre la psique humana frente a las arenas movedizas de la manipulación orquestada al milímetro la que le valió en buena lid ser nominada para el Czech Lion Award a la mejor actriz. 


“Resulta ineludible establecer cierta relación con las maneras estilizadas a que nos tiene habituados el griego Yorgo Lanthimos” 


A certain kind of silence cine checo
Con la chica vendrá otro invitado de excepción a instalarse entre las paredes de la casa: el horror. Pero uno sugerido, que rehúye de artificios y efectismos. La ausencia de sonidos se impone de forma abrumadora. Punto para el encargado sonoro, Richard Müller. Sintoniza a la perfección con la exigua paleta de colores, contribuyendo así a reducir a su mínima expresión cualquier asomo de emoción. Resulta ineludible establecer cierta relación con las maneras estilizadas a que nos tiene habituados el griego Yorgo Lanthimos; también hallamos algo de lo grotesco que anida en los retratos alumbrados por el austríaco Ulrich Seidl. Ambientes opresivos, enfermizos. Sistemas totalitarios. Hermetismo por doquier. Tensión. Distanciamiento social del bueno, oiga, ¡y sin necesidad de mascarilla! Tras ella no hay muecas que esconder, ni sonrisas. Incluso se nos es vetado a la vista cierto momento traumático, fiándolo todo a la capacidad deductiva de nuestra imaginación primero, para acto seguido privarnos de la misma explicación que niegan a nuestra protagonista. Y eso, de nuevo, es hiriente. Mola. 

A certain kind of silence
“A certain kind of silence” supone un ejercicio de estilo que se sumerge en las profundidades del drama humano. Como su propio nombre sugiere, aborda los entresijos del silencio; en este caso lo eleva como protagonista en su manifestación más tóxica y repugnante. La que logra alejarnos de la casa de al lado abriendo etéreas distancias insalvables, la misma que se confunde con la normalidad del día a día. Muy recomendable si disfrutas con producciones a caballo entre el thriller de corte sobrio y el suspense cocinado a fuego lento. Es justo esa cadencia la que, de tan bien armada que está, juega indefectiblemente a su favor. Así lo debieron ver en el Cairo International Film Festival del 2019, donde el director se llevó la Pirámide de Bronce a la mejor obra debut. Aquí por desgracia su recorrido fue prácticamente testimonial, siendo su única proyección en la Seminci del mismo año en Valladolid. 

Lo dicho, merece la pena. Mucho. Por cosas como, por ejemplo, “Amor-15”. Tendrás que verla para entenderlo porque paso de masticar el asunto, pero a mí de repente me pesó varios kilos de más el maxilar inferior. Y así hasta el minuto 96 que alcanza su duración. Pese a que ya sabía por encima de qué iba la historia, no menguó en absoluto la grata sensación que me quedó. Su final vino a aportar los convenientes puntos sobre las íes, en un gesto genuino de honestidad que ensalza todavía más al filme checo. Se agradece.


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