Es difícil pensar en una figura más representativa de la industria cinematográfica del siglo pasado que Joan Crawford: actriz versátil donde las haya, no solo sobrevivió al paso del cine mudo al sonoro, sino que también supo encontrar su espacio en la transición entre el cine clásico y el cine contemporáneo. En sus últimos años encontró en el cine de género el espacio en el que reclamar un trono que algunos ya habían dado por perdido, otorgándonos personajes que, además, servían como metacomentario de las partes más oscuras de su vida: encontró en “What Ever Happened to Baby Jane?” (1962) un guion que le permitía hablar sobre la crueldad de la industria, experimentó con su fama de manipuladora y femme fatale en “Berserk!” (1967), y habló sobre la enfermedad mental en la película que nos concierne, quizás una de las más representativas del denominado Hagsploitation: “Strait-jacket” (1964).
“se mueve entre la autoconsciencia característica del Hagsploitation, la oscuridad del thriller psicológico y el melodrama; una transición que realiza no de manera demasiado fluida”
La película cuenta la historia de Lucy Harbin, una mujer anciana que, veinte años atrás, mató a su marido y al amante de este cuando descubrió la infidelidad. Años después y tras pasar un largo periodo en un sanatorio mental, los médicos consideran que ya está preparada para volver al mundo. Sin embargo, el encuentro con su hija (que presenció los crímenes) y su comportamiento errático, alteran la unidad familiar y despiertan algunas dudas sobre su estabilidad mental.
No cabe duda de que la sombra de “Psicosis” (1960) es alargada, y “Strait Jacket” es una digna sucesora del slasher de trasfondo psicológico inaugurado por la película de Hitchcock (no en vano, el encargado del guion es Robert Bloch, el escritor de la novela original en el que se basa la película de 1960). Sin embargo, “Strait Jacket” abandona levemente la seriedad de su predecesora: se mueve entre la autoconsciencia característica del Hagsploitation, la oscuridad del thriller psicológico y el melodrama; una transición que realiza no de manera demasiado fluida y que puede complicar el visionado. Así, la inmensidad de la actuación de Crawford (de tintes melodramáticos) contrasta con los elementos propios del cine de explotación: véase la disparidad entre el tono de los primeros segundos de la película, en los que una voz en formato publicitario de la época exclama “Extra extra, ¡esposa asesina loca!”; con la intensa actuación que Crawford nos otorga en las siguientes partes del film y el dramático final.
“es palpable la intención de elevar la película encaminándola al drama familiar en algunos tramos, momentos que permiten brillar a Crawford”
La razón principal en ese contraste parece residir en la diferencia de visiones entre William Castle (que, no olvidemos, es el creador del gimmick) y la propia Crawford, cuya carrera se había cimentado en el melodrama clásico. Sin embargo, es palpable la intención de “elevar” (nótese aquí cierta sorna) la película encaminándola al drama familiar en algunos tramos, momentos que permiten brillar a Crawford y cuya realización parece consciente de las raíces de la actriz, especialmente en las escenas de la visita del psicólogo en los que hay varios primeros planos filmados con un uso de la luz que dulcifica sus facciones y denota cierto clasicismo.
“pone de relevancia la inmensidad de Crawford, capaz de imprimir su presencia en un registro tan diferente a aquel con el que cierto canon cinematográfico parece querer siempre vincularla”
Sin embargo, otros aspectos como la grandilocuente música de Van Alexander recuerdan a la ciencia ficción de los años 50 (no es de extrañar, pues Alexander había compuesto anteriormente la música de “The Atomic Kid”). De esta manera, es difícil dilucidar en que registro funciona la película: no es tan claramente camp ni excesiva como serían las muestras posteriores de Hagsploitation (como “Qué fue de tía Alice”), pero no se despega del todo de una tradición del cine de entretenimiento, y a ratos explotación, que se vinculaba con el autocine y la sesión continua. Esta heterogeneidad puede resultar un amalgama confusa y fallida o o enriquecer el visionado, dependiendo del espectador. En mi opinión, la mezcla revierte a la película de un carácter muy particular siendo probablemente una de las más recordadas del subgénero por este mismo motivo, con lo que su revisionado siempre se mantiene interesante y divertido.
En resumen, “Strait Jacket” pone de relevancia la inmensidad de Crawford, capaz de imprimir su presencia en un registro tan diferente a aquel con el que cierto canon cinematográfico parece querer siempre vincularla. La película es, probablemente, una de las más particulares de su filmografía y del Hagsploitation en general, y mantiene su interés por su carácter singular.
1 comentarios:
Hola Nellie, otro clásico más (menor pero clásico sin duda) que nos recuperas y te lo agradecemos. Coincide tu artículo con mi visionado estos dias de Feud, la historia de la enemistad entre Crawford y Bette Davis y esos difíciles años 60 que tuvieron ambas, abandonadas por los estudios. Como ya sabemos todos gracias a Baby Jane pudieron aún estirar un poco más su carrera, y eso fué gracias a Crawford, que encontró el libro y apostó por guionizarlo llevandoselo a Robert Aldrich, y este a Jack Warner.
Una mujer maravillosamente compleja, atormentada y manipuladora.
Saludos!!
Publicar un comentario
¿Tienes opinión? No seas tímido/a y compártela, pues en la diversidad está el gusto. Eso sí, intentemos no destriparle la película a nadie y avisa de SPOILERS al resto de lectores/as siempre que tu comentario los contenga. De no ser así, este será eliminado. Gracias.