MAIK LINGOTAZO NOS HABLA SOBRE LO NUEVO DE UN HABITUAL DEL GÉNERO COMO MARK TONDERAI, APOSTANDO ESTA VEZ POR LOS HORRORES DEL VUDÚ
Si de algo ha carecido esta película es precisamente de cierto poder hechizante para podérmela creer, nunca mejor dicho, con todas las de la ley. Confieso que me ha dejado un regusto de sensaciones encontradas: por momentos parecía sucumbir ante el sutil encanto de su puesta en escena, pero esas bondades se diluían en medio de un todo intermitente, a veces llegando a incurrir, no ya sólo en los sinsentidos que más o menos pueden esperarse en este tipo de propuestas, sino en agresiones de baja intensidad a su propia línea de flotación, saboteando así la más elemental de las nociones rítmicas sobre las que se sustenta toda narrativa que se pretenda mínimamente orgánica.
“estamos ante un proyecto que no parece darse demasiadas ínfulas. No quiere tomarse excesivamente en serio”
Para empezar, ya adelanto que la etiqueta descriptiva utilizada para enclavar esta película en los Apalaches norteamericanos viene a ser sólo eso. Una mera etiqueta. Y quizá hasta lo de descriptiva le queda largo. Y no, no tiene nada que ver con el hecho de que, en verdad, el equipo de rodaje cruzara el charco para trasladar la filmación a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Lo que realmente chirría a cuenta de la localización que figura en la sinopsis es que, a la postre, su papel es meramente testimonial, cuando no simbólico. Vamos, que es una excusa para colarnos el comodín de los Apalaches, haciéndonos suponer que tanto su insondable belleza como su imponente geografía constituirán un elemento crucial más del relato, cosa que ni de lejos resulta ser así. Como personaje extracorpóreo, atmosférico e inmaterial, la colosal cordillera brilla por su ausencia.
Así es que nuestros ojos en absoluto van a gozarla con estampas de naturaleza salvaje como las que el séptimo arte nos ha brindado a través de muy diversas obras, desde referentes como “Deliverance” (1972) hasta clásicos modernos como “El proyecto de la bruja de Blair” (1999). Yo creo que incluso en “Dirty Dancing” (1987) nos permitieron disfrutar algo más de ese entorno rural tan magnífico que son los Apalaches. Con eso te lo digo todo. En este sentido, opino que la fotografía pierde enteros, aunque sólo sea porque no ofrece lo que supuestamente nos vende, por malbaratar una oportunidad de situarnos en un marco espacial donde la desorientación o lo inexpugnable puedan contribuir a generarnos la tensión debida. Aun así, el despliegue técnico facturado en este apartado a lo largo del metraje no es para nada desdeñable, aportando una solvencia y un empaque visual que acaban por ser uno de los puntos notables de este film. Ya desde el prometedor inicio, con sus tonos pulcros, lineales y asépticos. Establecidos y sólidos, como el retrato familiar que tratan de dibujarnos en esos primeros compases. Para virar más tarde a una pátina distinta, toda vez que el matrimonio y sus dos hijos adolescentes se trasladan -y, con ellos, la película a nosotros- en vuelo privado rumbo a su destino, al otro lado de los sinuosos monumentos de roca que la naturaleza se dio el capricho de erigir hace cientos de millones de años.
Reconozco que llegado ese punto, traspasado ya el primer tercio de “Spell”, la exposición y el desarrollo me estaban cautivando. Bueno, quiero decir, por lo menos me mantuvieron expectante. Que no es poco. Cierto es, y conste en acta, que estamos ante un proyecto que no parece darse demasiadas ínfulas. No quiere tomarse excesivamente en serio, y transita sabedor de las limitaciones con las que tiene que lidiar. Lo cual es de agradecer. En primer lugar a su director. Tras haber asaltado la gran pantalla tiempo atrás con “Hush” (2008) y “La casa al final de la calle” (2012), el británico Mark Tonderai centró sus esfuerzos durante este último lustro en la realización televisiva, dejando su sello en capítulos de series como “Gotham”, “Castle Rock” o “Locke and key”. La fecha convenida para estrenar su nuevo trabajo quedó fijada sobre el 30 de octubre, un día antes de Halloween. Una carta que a lo sumo habrá contribuido en favor de la recaudación. Desde entonces ha concitado una recepción más bien tibia. La crítica no ha sido ni feroz ni encarnizada, pero tampoco se ha deshecho en elogios, precisamente. Lo que da buena cuenta, o al menos es síntoma, de la inconsistencia que caracteriza a la película; y cuando lo que te define es algo cercano a la indefinición, hay un único destino posible reservado para ti: ser relegado a tierra de nadie. Ser, en suma, fácilmente olvidable. Eso es lo peor que se puede expresar sobre una obra, pero sin embargo son tantas y tantas las veces que lo escuchamos o leemos...
“Tan fácil es que un homenaje caiga en el plagio, como que el guiño pueda hacerlo en la caricatura”
A mi juicio, esto es debido sobre todo al flaco favor que un guion sumamente endeble le hace al resultado final. Kurt Wimmer ha paladeado momentos más inspirados a lo largo de su carrera (“La prueba”, “Un ciudadano ejemplar”, “Salt”...), pues creo que en esta ocasión todo lo que de cosecha propia ofrece acaba siendo sepultado, sin remisión, bajo el peso insostenible de dos referencias que, lejos de emplearse como guías de apoyo, terminan siendo un lastre que rebasa lo obvio. Tan fácil es que un homenaje caiga en el plagio, como que el guiño pueda hacerlo en la caricatura. Y aunque sendas derivas no se lleguen a dar en este caso, lo cierto es que es inevitable vislumbrar, entre la polvareda levantada por los escombros de la propuesta inicial, dos tótems aún erguidos e intactos que resaltan por encima de todo el cuadro: “Misery” (1990) y “La llave del mal” (2005). De una manera harto abrumadora, además.
Suerte que la demolición es controlada, por decirlo de alguna manera. Por rescatar algo de la brillantez que asoma tras el entelado contoneo que emana de un mero fuego de artificio, vaya. Que también la hay. Omar Hardwick (“Kick-Ass: Listo para machacar”) defenderá el rol de cabeza de familia con formas refinadas, maneras blancas y... ¿modos racistas, tal vez? Nuestro prota parece querer huir de su pasado borrando todo atisbo de ascendente, renegando de algo que forma parte indeleble de sí mismo, poniéndose a buen recaudo bajo el amparo de una superioridad moral que le evite confrontarse con la vergüenza que le carcome. Esa altivez se revela tan discutible como necesaria para el relato, en contraste con la gente cuya existencia discurre apegada a la tierra, a sus ancestros y a sus creencias; con la obstinada determinación de salvaguardar un sentido identitario de comunidad, blandiendo el arma de su fe ante la amenaza teconológica y materialista.
Su poderío físico, entre iguales pero villanos, sí que no ofrecerá medias tintas ni dobles lecturas. Epic fail. Pese a tal bajada de pantalones en el desarrollo de su rol, el menda cumple con su cometido -sobre todo a partir de cierto contratiempo a los mandos- haciendo las veces de superviviente de milagro, sufrido encamado y plausible bestia parda que se las tendrá que ver solo ante al peligro. O mejor dicho, solitario. Ni rastro, a simple vista, de su familia. La ansiedad y la indefensión se unirán en un crescendo que tendrá como principal atizadora a Loretta Devine (“Crash”), quien con su inquietante entrada provocará al menos un primer respingo, preludio de la grima y el desconcierto que durante el resto del metraje transmitirá su concurso. No llena la pantalla, ni de coña, como lo haría hace treinta años la Annie Wilkes primorosamente encarnada por Kathy Bates, pero se las arregla con lo que tiene para salir airosa en medio de un libreto bastante insulso y timorato. Sin duda, es de lo más destacado. Sus intervenciones, aunque por momentos puedan ser algo histriónicas, son los principales resortes de los que se sirve “Spell” para tenernos bien sujetos a la trama.
“De relleno se antoja igualmente el intento por dotarle a la historia de cierta argumentación con calado social, transgresor y concienciado”
Eso y alguna escena saca-mete mete-saca. Y no me refiero al figura usado como elemento voodoo ni a su recurrente asociación con la acupuntura. Al menos, cierto es, cuando se retuerce sí que obra la sincronía. Más allá de eso, es una lástima el poco juego que le dan al monigote, qué irónico. Con todo, ya es algo más del que se le dispensa al mamotreto ropero fruto del vejestorio matrimonio, quien parece competir junto al trío desaparecido por hacerse con el premio al mejor atrezzo. Su función de comparsa adquiere tintes de mero decorado, una excusa que ni pincha ni corta... ni perezosa. De relleno se antoja igualmente el intento por dotarle a la historia de cierta argumentación con calado social, transgresor y concienciado. Cualquier pretendida alineación con el hacer destilado por Jordan Peele, de seguir la estela que “Déjame salir” (2017) o “Nosotros” (2019) dejaron, acaba por ser infructuosa.
“Spell” queda reducida a la categoría de aliada menor ante la sugerente ventana que en los últimos años parece haberse abierto insinuando una dulce confluencia de talentos con los que instituir las bases de una suerte de 'terror negro'. Un calificativo como cualquier otro, para mayor gloria de la taquilla, dicho sea de paso. Una aspiración que, también, se ve arrastrada por el galimatías general, confundiéndose en la maraña de secuencias, demasiado estancas y forzadas como para despertarnos un mínimo de empatía y conexión, con los personajes y con el hilo narrativo. Cuando llega el final, asistimos a un sálvese quien pueda cinematográfico que ya poco importa pues uno hace tiempo que se ha desligado. El acabose total, de la película. Y menos mal. La cinta está rodada como si eso justamente es lo que hubieran estado pensando los implicados en su realización. Como si hubieran caído rendidos frente al hartazgo y el desinterés. Bien mirado, tal vez sea eso lo único que esta ficción consigue contagiar: el pírrico estímulo de acompañarles en el sentimiento.
4 comentarios:
Me ha gustado! Aunque daba para màs.
Calidades aparte, se me antoja trilogìa bastarda junto con Dèjame Salir y Antebellum.
Por cierto, menudo retrato tenemos por el cine de los habitantes de Los Apalaches!! :)
Completamente de acuerdo con tu apreciación.
De las cuantas que me faltan por ver, está la de "Antebellum". A ver cuándo cae... En cuanto, a "Déjame salir", la vi en su momento y me gustó mucho.
Dado lo "megaenormes" que son los Apalaches, espero que el retrato no sea de los que habitan en tooooooooda su extensión, jeje. En cualquier caso, sí... jeje, en esta película han pillado ;)
A mí si me gusto principalmente la parte del muñeco budu
No está mal pero el desenlace me pareció muy rápido e inverosímil, con un clavo de 15 cm. en el talón, pero qué me estas container?
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