Hay determinadas películas a las que uno no sabe muy bien cómo enfrentarse. Nos referimos a esas cintas en las que, tras la palabra fin, exclamamos un claro y rotundo WTF ante nuestra incapacidad manifiesta de determinar si lo visto es una genialidad, una inmensa tomadura de pelo, un ejercicio de estilo, una sobrada o, por simplificarlo todo, una simple y llana ida de pinza. Esto me suele pasar mucho en los festivales en los que, por sus características intrínsecas, este tipo de productos tienen cabida. "The scary of Sixty-First" (2021) es una película que entra claramente dentro de esta categoría.
“Sirviéndose de una fotografía muy difuminada y con grano y trabajando bien ciertos detalles de encuadre y dirección artística, la realizadora es capaz de generar desde el principio una atmósfera malsana”
La historia nos presenta a dos jóvenes, Noelle y Addie, que alquilan un apartamento en una de las zonas más nobles de Manhattan. Pronto descubren que la vivienda perteneció al célebre millonario y pedófilo Jeffrey Epstein que la utilizaba para abusar de sus víctimas. A la mañana siguiente llega a la casa una extraña mujer que está investigando toda la trama de corrupción relacionada con el magnate asesinado en la cárcel. Mientras Noelle se une a su investigación planteando teorías cada vez más descabelladas, Addie siente que algo extraño está influyendo sobre su comportamiento y su vida diaria.
Buscando información sobre la cinta, he encontrado declaraciones de su responsable Dasha Nekrasova en las que afirma que sus principales influencias fueron el cine de los setenta, algunas películas de Roman Polansky o el "Eyes Wide Shut" de mi idolatrado Stanley Kubrick. Ni me voy a molestar en comentar lo de Kubrick (si por influencia entendemos copiar un par de planos, mal vamos), pero en lo que se refiere a Polansky si vemos, sobre todo en los veinte minutos iníciales, ciertos elementos, más formales que temáticos, que nos recuerdan a las maneras que mostró el realizador franco-polaco en algunos films de los sesenta y setenta. A este respecto, tengo que reconocer que el arranque de la película es esperanzador. Sirviéndose de una fotografía muy difuminada y con grano y trabajando bien ciertos detalles de encuadre y dirección artística, la realizadora es capaz de generar desde el principio una atmósfera malsana que nos introduce inmediatamente en la historia. El problema es que estás buenas sensaciones empiezan a desaparecer en el momento que entra en escena un tercer personaje femenino. Es ahí donde la cinta va a tomar unos derroteros extrañísimos y, no lo voy a negar, cada vez más bizarros y confusos. Y, haciendo un ejercicio de honestidad por mi parte, es precisamente en este punto en el que yo me pierdo y no sé muy bien a donde quiere ir a parar la directora.
“entre paranoias y anfetaminas de unas y masturbaciones y culto a la casa real británica de la otra, va transcurriendo la película”
Lo que encontramos partir de ahí son dos tramas que se entrecruzan: la de las dos chicas que, siguiendo las ideas locas de los seguidores del QAnon (esa corriente que defiende que existe una red de pedófilos demócratas auspiciada por George Soros y que con tanto ahínco defendían los seguidores más ultra de Trump), montan toda una teoría de la conspiración sobre lo que pasó en la casa y la de la aspirante a actriz que entra en un estado de posesión/histeria extrema llevando a cabo comportamientos absolutamente demenciales. Y entre paranoias y anfetaminas de unas y masturbaciones y culto a la casa real británica de la otra, va transcurriendo la película. Que a las tres protagonistas les falta un tornillo es algo de lo que puede darse cuenta cualquier espectador mínimamente avezado; el problema es que esa interesante propuesta, la de ver hasta que punto lo que estamos viendo es real o es producto de las drogas y la enajenación mental de los personajes, deviene en una historia que parece más interesada en epatar y provocar que en profundizar sobre esa apasionante idea.
Me apasionan las películas que se mueven dentro de los márgenes mentales que separan la realidad de la percepción distorsionada de la misma. Sin ir más lejos, el mismo Polansky que citaba anteriormente lo hace magistralmente, desde distintos puntos de vista, en films como "Repulsión" (1965) o "La semilla del diablo" (1968). Pero a diferencia de Nekrasova, este lo hacía de una forma honesta y coherente con el espectador. Lo que no puedes hacer es plantear unos personajes y situaciones delirantes (la secuencia en la que una de las protagonistas interactúa con unas fotografías del Príncipe Andrés de Inglaterra es de esas que no se olvidan) y luego conducirlas hacía un final que no guarda ningún sentido con todo lo visto anteriormente. Y encima haciendo trampas, ya que no sólo dejas de explicar determinadas cosas que son importantes para entender el desenlace de la historia (y es que ya lo decía Hitchcock al afirmar que en determinados momentos el espectador debe tener más respuestas que preguntas), sino que cambias las motivaciones de los personajes de una secuencia a otra. La directora reconocía que le interesaba más el proceso que la resolución; que en el fondo en esta película la respuesta a todos los enigmas era lo de menos. Esto, que sucede en infinidad de títulos, puede estar muy bien cuando creas una estructura argumental que te conduzca a ese punto. La ambigüedad, como cimiento narrativo, no es algo malo: lo que no me parece de recibo es enseñar unas cartas y luego cambiar las reglas del juego.
“sorprenderá a muchos, indignará a más de uno y, a pesar de lo supuestamente arriesgado de la propuesta, dejará indiferentes a los demás. Ese es precisamente mi caso”
Para que me entiendan, a la película le pasa algo parecido a lo acontecido en la decepcionante "Murder Death Koreatown (2020)". Estableces una premisa, le das a entender al espectador, con argumentos sólidos, que lo que está viendo es claramente el proceso de caída a los infiernos de un personaje para, de repente, cargarte todo el discurso anterior y sacarse de la manga un final que no tiene puñetero sentido.
En "The scary of Sixty-First" a la directora se le ve interés por tratar la locura y la conspiranoia desde varios puntos de vista. Para ello se siembra la película de elementos extraños que no conducen a nada, de situaciones imposibles cogidas con pinzas y de momentos que juegan más a transgredir y provocar al espectador que a estructurar una narración con un mínimo sentido. Y que conste que lo de la provocación me parece estupenda, pero siempre y cuando tenga lógica dentro del corpus argumental y estructural de la película (por eso me apasiona una película como "The Greasy Strangler"). Incluso compro que se juegue a la baza de desconcertar a los espectadores, de llevarlos por terrenos incómodos o de provocarles determinada reacción emocional. Pero, repito, todo ello es válido cando se juega limpio. Pero cuando introduces toda una serie de elementos extraños, los sustentas en la supuesta chaladura de los protagonistas y luego das un giro y lo llevas hacia derroteros completamente distintos, y sin dar una explicación medianamente fundamentada al respecto, pues como que no cuela.
Debo agradecerle a las responsables del guion un esfuerzo por caracterizar mínimamente a los personajes (aunque el novio de una de la protagonistas parezca un secundario de alguna de las secuelas apócrifas de "American pie"), de trabajar la puesta en escena y de dotar a la película de una atmósfera mínimamente inquietante. Pero desde mi punto de vista esto no es suficiente para una película en la que la forma ha sido incapaz de yuxtaponerse con el fondo.
Estoy seguro que "The scary of Sixty-First" sorprenderá a muchos, indignará a más de uno y, a pesar de lo supuestamente arriesgado de la propuesta, dejará indiferentes a los demás. Ese es precisamente mi caso. ¡Qué quieren que les diga! Si quiero ver determinadas historias sobre paranoias, revisito "La semilla del diablo" o "Saint Maud" (2019). Y para transgredir por transgredir, pues me quedo con John Waters que, a pesar de sus años y con su más y sus menos, no engaña a nadie y sabe perfectamente lo que quiere mostrar.
2 comentarios:
Compro uno por uno todos tus argumentos, Moloko. "The Sacry of Sixtu First" tiene momentos en los que piensas, "¿estoy viendo una genialidad o una soberana tomadura de pelo?" Al final, ni una cosa ni la otra, pero sí una película fallida a la que se le agradece el intento de transgredir y la filmación en 16mm, pero que se pierde en su propia paranoia.
Claramente la directora estaba más interesada en el proceso que en la resolución, se nota. Supongo que algún día entienda que ambas cosas están íntimamente relacionadas y no deberían existir la una sin la otra (a no ser que te importe una mierda hacer una mala película con tal de llamar la atención).
Yo estuve alucinando media película y la otra media pensando seriamente si el problema era mío porque estaba malentendiendo el tono. Sinceramente, nunca me quedó claro.
Tienes razón, todo lo relacionado con el príncipe Andrés es para no olvidar. Tampoco olvidaré la posesión más bizarra que haya visto jamás. Por lo demás, no sé si me han quedado muchas ganas de seguir la carrera de Dasha Nekrasova.
Un abrazo.
Desconcertante. A medio camino entre el esperpento y la película de culto, aunque sea de diseño. No se, supongo que lo dejaré en un término medio y me quedaré con el cinco raspado. Me mola mucho su estética setentera, también veo ahí mucho eco de Polanski, impostado, por supuesto, pero resultón. La historia es un despiporre absoluto sin sentido y deja claro que las intenciones e inquietudes artísticas de la directora iban en otra dirección. Pero bueno, entre posesiones bizarras (ríase usted de Isabelle Adjani) y ese tono erótico-festivo que impregna buena parte del metraje, es imposible no cogerle algo de gustillo a la velada.
Saludos.
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