Una de las mayores sorpresas que me llevé durante el pasado Festival de Cine Fantástico de Sitges vino de la mano de dos títulos que compartían tanto nacionalidad (ambos provenían de Hong Kong) como adscripción genérica (se trataba de dos thrillers muy sórdidos de ambientación urbana) Estamos hablando de “Hand rolled cigarrette” (2021) de Kin Long Chan y “Limbo” (2021) de Soi Cheang, dos propuestas que, más allá de sus obvias concomitancias geográficas y genéricas, mantienen un tono muy similar tanto en lo estético como en su interés por abordar ciertas temáticas de carácter social que enriquecen y nutren la trama.
“el discurso ideológico se estructura a partir de una puesta en escena y una dirección artística prodigiosa que potencia en todo momento la idea nuclear del film”
En ambos casos nos encontramos con retratos de un Hong Kong sucio, superpoblado, con enormes desigualdades económicas y en el que la inmigración ilegal sobrevive entre la miseria. Ítem más: en las dos películas predomina un tono cuasi post apocalíptico a partir del cual se retrata una ciudad que vive a caballo entre la modernidad y la tradición; entre una independencia política inexorablemente perdida y la influencia de la poderosa China a la que, no nos engañemos, aman y odian a partes iguales. Esta idea de caos, ese reflejo de una sociedad perdida en un mar de contradicciones que navega en las profusas aguas de un permanente desconcierto, se muestra en cada uno de los fotogramas y deviene un retrato sociológico de primera magnitud.
A pesar de los elementos en común, si existen algunas diferencias en cuanto al planteamiento que tienen ambas películas sobre su propuesta cinematográfica. Mientras en “Hard rolled cigarrette” se trabaja el concepto de caos desde un punto de vista más social, en el caso de “Limbo”, que a la postre es la que nos ocupa, el director parece más interesado en plasmar estás ideas desde una perspectiva más estética. Aquí el discurso ideológico se estructura a partir de una puesta en escena y una dirección artística prodigiosa que potencia en todo momento la idea nuclear del film: como nuestros propios errores pasados condicionan nuestro presente. Y esto, que no se si es casual o producto del momento histórico que vive la antigua colonia británica, es el principal elemento común que aúna a ambas películas.
“si algún referente me viene a la cabeza tras el visionado de “Limbo” este no es otro que la de David Fincher y su magistral Seven (1995) con la que tiene no pocos elementos en común”
Basada en la novela “Wisdom Tooth” del novelista chino Lei Mi, “Limbo” nos narra la búsqueda que llevan a cabo los policías Chan Lau, un veterano que ya está a vuelta de todo, y Will Ren, un novato recién salido de la academia con mucha formación teórica y muy poca experiencia, de un asesino en serie que está sembrando la ciudad de cuerpos de mujeres horriblemente mutiladas. En la investigación se cruza Wong To, una pequeña delincuente que tiene deudas pendientes con Chan Lau y que malvive en las calles de la ciudad. La pareja de policías decidirá utilizar a la joven para descubrir la identidad del asesino.
Uno de los comentarios generalizados que he leído sobre la película son las similitudes que determinadas personas encuentran entre está propuesta y el cine del John Woo de finales de los ochenta y principios de los noventa. Si rebuscamos un poco si podemos encontrar ciertos paralelismos, sobre todo en esa visión existencialista de los personajes, entre ciertas películas del realizador de “Hard Boiled” (1992) y el film de Soi Cheang. Pero estos elementos comunes no dejan de ser los mismo que podríamos encontrar con la obra de directores como Ringo Lam, Andrew Lau o Johnnie To. A fin de cuentas, estos realizadores no dejan de ser la fuente de inspiración para las nuevas generaciones que han sabido evolucionar y reciclar ciertas ideas dotándolas de un tono más autoral. Pero siendo completamente honestos, si algún referente me viene a la cabeza tras el visionado de “Limbo” este no es otro que la de David Fincher y su magistral “Seven” (1995) con la que tiene no pocos elementos en común. Y no sólo hablo de que ambas muestran una historia protagonizada por un policía veterano y otro más joven a la caza de un asesino en serie. Me refiero, y esto es lo más importante, a como las imágenes refuerzan la idea nuclear de la película.
Uno de los grandes aciertos de la obra de Fincher es su capacidad para integrar, con una ingente cantidad de talento y una meticulosidad cuasi obsesiva, la narrativa cinematográfica con la moral interna de sus películas. Fincher es capaz de hacer algo tan difícil como es supeditar la puesta en escena a las necesidades de la historia, logrando de esa manera una sincronía casi perfecta entre lo que se cuenta y el cómo se cuenta. Soi Cheang, un realizador con más de veinte títulos a sus espaldas y que ha tocado todos los géneros habituales en el cine hongkonés, opta por una fórmula similar y dota a su thriller de una fuerza visual impactante que, y ahí radica el gran acierto de la película, refuerza en todo momento el subtexto de una historia depresiva, sórdida y cargada de matices psicológicos. El uso de un blanco y negro cuasi irreal (el trabajo de fotografía de Siu-Keung Cheng es merecedor de todos los premios habidos y por haber; como sucedió en Sitges) ayuda a crear una atmósfera opresiva en la que los espectadores nos vemos irremediablemente atrapados. Esta perfecta definición del terreno de juego visual funciona como un preciso catalizador de emociones que nos imbuye inevitablemente dentro de un universo fantasmal, de un entorno de degradación y miseria moral y física que no deja de ser el reflejo del propio comportamiento de los personajes. Porque si por algo destaca la película, y es algo que se agradece en un trhiller donde, por inercia, los personajes acostumbran a ser arquetípicos, es que aquí no hay ni buenos ni malos: todos son una compleja amalgama de grises. En el fondo nos encontramos con un universo de personas que son víctimas de su pasado, sus acciones presentes, sus carencias y sus propios fantasmas internos.
“esta no sólo es una experiencia estética, sino que deviene un ejercicio reflexivo y complejo que nos muestra, como un espejo distorsionado, la parte más turbia de nuestra sociedad”
Desde el punto de vista de la definición de los personajes, la película resulta modélica. Todos ellos tienen algo que perdonar y por lo que ser perdonados, todos son victimas de unas emociones (miedo, ira, culpabilidad) que marcan su devenir y sus relaciones personales y todos acaban superando estas terribles circunstancias en un final catártico en el que la violencia, filmada de una forma brutal, es el catalizador y el motor de cambio. Dentro de este magma de personalidades poliédricas quiero destacar la soberbia interpretación que hace Gordon Lam de un policía veterano al que dota de infinidad de matices y capas.
Mención a parte merece todo el apartado dedicado a la dirección artística. Ese Hong Kong impregnado de mugre y basura que casi se puede oler, el cuidado por los detalles más nimios o el diseño de la casa del psicópata que, con cuatro pinceladas, logra transmitir auténtico mal rollo, son sólo algunos de los muchos ejemplos del cuidado que se ha puesto en recrear el deterioro externo de una ciudad que, en el fondo, no deja de ser una representación de todos aquellos que la habitan. La sensación de opresión, calor, sudor y podredumbre que transmiten todos y cada uno de los planos que componen la película implica un trabajo encomiable por parte del realizador por trabajar su película a un nivel sensorial. Y a fe mía que lo consigue.
Si lo analizamos fríamente, “Limbo” no deja de ser la típica película de pareja de policías (me niego a definir a este film como una buddy movie) a la caza de un asesino en serie. Lo verdaderamente interesante de la propuesta es la capacidad del director para, a partir de estos elementos, estructurar un discurso complejo sobre las miserias humanas que, además, logra atraparte desde los primeros fotogramas. “Limbo” es un ejemplo de cine en mayúsculas, una experiencia sensorial en la que las imágenes logran transcender la pantalla e implantarse en tus retinas con una fuerza inusitada. Y no se equivoquen, esta no sólo es una experiencia estética, sino que deviene un ejercicio reflexivo y complejo que nos muestra, como un espejo distorsionado, la parte más turbia de nuestra sociedad.
Sin duda una de mejores películas que pude ver el año pasado y un film que recomiendo a todos aquellos espectadores que busquen en el cine una experiencia inmersiva y reflexiva. No se arrepentirán.
1 comentarios:
Esas influencias me agradan. (y)
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