ASTINUS NOS HABLA SOBRE LA NUEVA PELÍCULA DE TAKASHI SHIMIZU, UNO DE LOS GRANDES NOMBRES DEL J-HORROR
Qué nostalgia aquella fantástica década de los 2000. Como todo pasado, parece siempre resultar más atractivo que lo experimentado actualmente, y en el celuloide tiene cierta fuerza melancólica que no deja indiferente al cinéfilo corriente. Es interesante plantearse por qué siempre miramos hacia atrás con esa necesidad pulsátil de ver películas tan buenas como las que hacían anteriormente, una de esas manidas frases (a veces, no exentas de razón) con la que nos movemos en la comparativa permanente. Porque de eso se trata: en el mundo del cine, las comparativas son necesarias, pero también odiosas. Yo, personalmente, no disfruto siempre con una u otra comparación, aunque no puedo evitarlo. Es más: en el fondo, me encanta hacerlo.
"una historia que, durante algunos puntos, brilla especialmente por lo interesante de su planteamiento, aunque sea la misma historia de siempre”
Con una comparación podríamos empezar a hablar de “Howling Village” (2020), la nueva obra de ese señor japonés que tantas horas de terror nos ha dado: Takashi Shimizu. Un auténtico maestro de los planos fijos en los espacios más inverosímiles para ofrecernos fotografías tan espeluznantes que queden grabadas en nuestra retina por los siglos de los siglos. De su perversa dirección salieron “Ju-on” y “Ju-on 2” (2000), el primer ensayo lleno todavía de imprecisiones, pero aumentando maneras para esa película que sentaría las bases del J-Horror y daría paso a una década donde el terror asiático, en claves japonesas y coreana especialmente, dominaría la escena internacional, creando escuela y una enorme secuencia de cachivaches en forma de productos pésimos (otro de los grandes clásicos del mundo del cine actual).
“The Grudge” (2002) es una auténtica maravilla. Siguiendo la estela de sus dos películas anteriores, nos pone en la situación de una serie de personajes que se ven relacionados con una vivienda maldita, en la que todo el que entra padece inmediatamente una suerte de enfermedad que le conduce a la peor de las muertes. ¿Su ejecutora? Kadako, la prima hermana maligna de Sadako (“The Ring”, el otro gran pilar del J-Horror de la época), un fantasma henchido en venganza que, junto a su infante, nos ofrecerá escenas visualmente terroríficas, donde el buen hacer técnico se une a una historia macabra que vamos conociendo mientras que avanzamos hacia un final perfecto que cierra una elipsis bien hilvanada a través de minutos de muchísima angustia. Yo estuve una semana, literalmente, sin pegar prácticamente ojo. Era joven y entraba en todo esto del mundo del cine de terror de la peor (o todo lo contrario) manera posible.
“un giro de guion nada más empezar, una historia sobre una familia maldita, fantasmas dando vueltas en busca de venganza y un pequeño espacio en el que se desarrolla todo el metraje”
Shimizu dirige una secuela potente y luego se pone en manos del remake norteamericano de turno, “El Grito” (2004), donde la cosilla está bien, pero no se acerca en demasía a lo visto en su versión japonesa. Le hace otra secuela bastante pobre y, a partir de aquí, el afamado director comienza una especia de punto de no retorno hacia filmes bastante más decadentes, todos ellos intentando seguir con una dinámica parecida, pero sin encontrar esa conjugación entre un buen guion y una inspiración divina que le lleve en volandas hacia un renacimiento de sus primeras joyas. “Ghosts vs. Aliens” (2007) o “Innocent Curse” (2017) son truños poco apetecibles, y no hay mucho que ver de ese floreciente director, con historias manidas, momentos de risa y requiriendo al espectador una concentración especial para no irse al móvil o cerrar los ojos con tal de que los minutos pasen rápido.
Así llega “Howling Village” y la enésima oportunidad de mostrar de nuevo su talento, esta vez con un guion en el que colabora y del que puede tomar las riendas. Manos libres y mucho que decir de una historia que, durante algunos puntos, brilla especialmente por lo interesante de su planteamiento, aunque sea la misma historia de siempre cuando nos referimos a una ejecución fallida en algunos tramos excesivamente aburridos y planos. Todo empieza con la historia de una chica que ha descubierto una leyenda acerca de un túnel que, de atravesarlo, conduce a una población que murió en unas extrañas inundaciones en el pasado. La chica en cuestión parece conectar con los espíritus del lugar, y a partir de aquí se desencadena toda una historia de maldiciones sobre el chico que la acompaña, su hermana y su hermano y toda la familia de este, que de alguna manera están ligados al pasado del lugar.
“tiene veinte minutos de más, diez de ellos en un final demasiado alargado en el que el director intenta meter con calzador algunos giros que no conducen a nada”
Como vemos, Shimizu usa una de sus estrategias favoritas planteándonos una protagonista que sirve de enlace para el desarrollo de la historia, que continúa sin su presencia mostrándonos todo un abanico de personajes abatidos por la inminente maldición que solo conlleva una salida: la muerte más espeluznante que puedas imaginar. Hasta ahí, todo bien. Tenemos un giro de guion nada más empezar, una historia sobre una familia maldita, fantasmas dando vueltas en busca de venganza y un pequeño espacio en el que se desarrolla todo el metraje. Los problemas vienen cuando todo esto no está bien ejecutado, se hace insulso en algunos tramos de la película y va restando interés conforme llega todo excesivamente predecible. Tanto es así que uno sabe lo que va a pasar y el filme se empeña demasiado tiempo en volver una y otra vez a lo mismo.
A todo esto, hay que sumarle que la película tiene veinte minutos de más, diez de ellos en un final demasiado alargado en el que el director intenta meter con calzador algunos giros que no conducen a nada y que mantienen esa necesidad loca de que empaticemos con unos personajes planos, llenos de clichés a los que nos resbala bastante verlos morir. Y hasta eso es pobre. Nos encantan esas muertes llenas de matices en el J-Horror, donde lo explícito y lo turbador se mezclan en una simbiosis maravillosa. Aquí no hay nada de eso, tan solo tres gritos y medio, cuatro fantasmas con las manos hacia arriba y un poquito de música tensa. Y es una pena, porque la magia de este subgénero es, precisamente, el silencio del sonido ambiental y la recreación fidedigna de entornos quietos en los que la muerte llega de la forma más inesperada. Nada de eso existe en “Howling Village”, demasiado preocupada por contar una historia de venganzas tradicional que no contenta siquiera en su apartado técnico, demasiado tiempo en piloto automático viéndolas venir. Parece casi como si Shimizu estuviese dirigiendo sin ningún tipo de apetencia.
Todo ello no resta que la película empiece bien, con un primer cuarto de hora sólido donde vemos alguna muerte bien recreada que logró ponerme los pelos de punta y sacarme una sonrisa llena de esperanza. Cuando iba por la mitad, las expectativas habían bajado tanto como mis ganas de mantenerme despierto. Lo hice por amor al arte y por esa ensoñación de ver cómo todo concluye de forma más acertada. No fue así. Demasiados fantasmas dando tumbos de aquí para allá, tramas secundarias inacabadas e innecesarias, vueltas del guion sobre sí mismo y casi dos horas de pura película de tercera categoría, la típica producción con buenas ideas, un reparto medianamente aceptable, un inicio espectacular y un momento donde todo se va tan a pique como esta corriente dentro del terror que no consigue despertar ni a la de tres. Quizás deberían empezar a mirar hacia Indonesia y cercanos, donde ahora mismo surge cine de terror de calidad y no esta aglomeración de cintas olvidables con mucha intención y poca capacidad.
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