Reconozco que tengo una peculiar relación con el fantaterror español. Digamos que, con honrosísimas excepciones, siempre me han interesado más aquellas películas capaces de integrar el componente fantástico dentro de un contexto autóctono y reconocible que otros títulos que, aun teniendo una vocación más universal, acababan cayendo muchas veces en lo insubstancial. Lo que con tanta facilidad (o al menos con tanto descaro) hacían los italianos, a nosotros nunca nos ha acabado de salir del todo bien. Probablemente por eso, y yéndome a la época más clásica, siempre he preferido con sus miles de defectos al Paul Naschy de “El huerto del francés” (1977) que, por citar a un coetáneo suyo, a Jesús Franco y sus películas pensadas para el mercado internacional (bueno, por eso y porque este último, a pesar de haber dirigido más de 200 títulos, no tenía ni puñetera idea de lo que era la narración y el ritmo cinematográfico). Centrándonos en referentes más contemporáneas, me resulta más interesante “Verónica” de Paco Plaza que “Musa” de Jaume Balagueró. Y hablo de dos películas fechadas en 2017 y con planteamientos comerciales muy similares.
“Sí, hay algunos sustos (sin duda lo más flojo del metraje por lo previsibles y chapuceramente resueltos que están), pero el tono general es contenido y la historia capta nuestra atención”
Una de las cosas que más valoro de “Verónica” o de propuestas como “Malasaña 32” (2019) es precisamente su capacidad para construir historias muy exportables desde una perspectiva eminentemente localista. Creo que ese fue uno de los motivos por los que ambas obtuvieron tan buenos resultados en taquilla: en el fondo los espectadores se sentían identificados con personas y con referentes socio-culturales que les resultaban próximos. Nuestro cine funciona cuando somos capaces de darles a nuestras obras ese toque castizo (aunque reconozco que no me gustan mucho las connotaciones negativas de la palabra, etimológicamente define a la perfección mis intenciones) y autóctono. Es ahí donde jugamos en un terreno conocido y nos sentimos cómodos. Y si no que se lo pregunten a Álex de la Iglesia.
"13 Exorcismos" (2022) es una obra producida por Bambú, los mismos responsables de "Malasaña 32" y una de las empresas más importantes en cuanto a la creación de contenidos audiovisuales se refiere. Con la película han intentado repetir la misma fórmula que tan bien les salió con la película de Albert Pintò: coger una historia más o menos basada en hechos reales y elaborar con ella un producto que, si bien resulta exportable, está muy pensado para el mercado local. En los títulos de crédito ya se nos avisa que, aunque la película no está basada en ningún suceso concreto, los autores si se han inspirado en distintos casos de exorcismo que se han documentado a lo largo de los años en nuestro país. Buscando información para el análisis, he visto que en España existen 37 exorcistas reconocidos por el vaticano. Una cifra nada desdeñable que demuestra que, sobre el papel y perdónenme la boutade, el diablo hace el agosto dentro de nuestras fronteras.
La película nos ofrece una doble premisa muy interesante. Por una parte, nos plantea la disyuntiva de si los casos de posesiones demoníacas son reales o simplemente producto de la histeria y la enfermedad mental de los afectados. Por otro lado, se nos introduce la idea de que en caso de una posesión diabólica real, aquellas personas más vulnerables resultan ser, por paradójico que parezca, las más creyentes y devotas. Vamos que el diablo pasa olímpicamente de los ateos y agnósticos y prefiere meterse dentro de aquellos cuyo sentimiento de culpa, que es lo que más y mejor caracteriza a la religión católica, es más exacerbado. Aquí la cosa no va tanto de la dicotomía entre ciencia y fe, que también, sino de demostrar que el peor enemigo de la religión es la propia religión.
“¿Y qué decir del cura exorcista que interpreta José Sacristán? Lo mejor que podemos señalar es que el grandísimo actor lo borda a pesar del cochambroso material que le han brindado los guionistas”
En este sentido los primeros cuarenta minutos están francamente bien resueltos y nos introducen esta idea con bastante inteligencia. En ellos conocemos a Laura, una joven de 17 años que vive en un hogar de clase humilde junto a sus padres y un hermano con parálisis cerebral. La madre es una mujer ultra católica que controla a su familia con mano de hierro y que impide que su hija lleve la vida normal de una adolescente. Una noche Laura escapa de casa para pasar una fiesta de Halloween junto a sus amigos. Tras una fallida sesión de espiritismo, la chica empieza a sentir una presencia extraña que parece dominarla poco a poco.
Como he dicho, esta primera parte de la película funciona bastante bien ya que juega con una calculada ambigüedad a la hora de narrarnos el proceso de cambio y los fenómenos paranormales que afectan a la protagonista. La información se va dosificando poco a poco, factor que permite que vayamos conociendo progresivamente los conflictos internos de Laura y haciendo que su evolución resulte coherente. Me ha sorprendido muy gratamente el tiempo que se toma para explicarlo todo y como refleja tan bien las contradicciones de un personaje encarnado por una María Romanillos que hace una interpretación francamente meritoria. Sí, hay algunos sustos (sin duda lo más flojo del metraje por lo previsibles y chapuceramente resueltos que están), pero el tono general es contenido y la historia capta nuestra atención. Incluso hay un par de ideas muy logradas respecto a las manifestaciones demoniacas que, además, ayudan a incrementar las dudas sobre si lo que estamos viendo es real o producto de la imaginación de la joven.
El problema viene en el momento en el que aparece el exorcista. Ahí la cosa empieza a fallar no sólo porque todo se precipita de una forma absolutamente ilógica, sino porque falta algo fundamental en cualquier película que pretenda ser mínimamente consistente: un buen background que nos permita entender las motivaciones de los personajes. Es en este punto donde a "13 Exorcismos" se le ven las costuras y la casa se desmorona parcialmente. Los guionistas optan por el camino fácil y nos muestran a la madre de la joven como una simple fanática religiosa que, además de recordar mucho a la Piper Laurie de "Carrie"(1976), resulta tan plana como estereotipada. O a una profesora de religión de la que solo sabemos que es otra fanática con un pasado supuestamente turbio y que está puesta ahí para demostrarnos que todos los extremistas son malos (y reprimidos sexuales). ¿Y qué decir del cura exorcista que interpreta José Sacristán? Lo mejor que podemos señalar es que el grandísimo actor lo borda a pesar del cochambroso material que le han brindado los guionistas. No sabemos nada de su pasado, de sus motivaciones o de sus verdaderas creencias. Uno de los grandes aciertos de "El Exorcista" (1973) de Friedkin era ver como establecía unas ciertas concomitancias entre el demonio físico de Regan y los demonios internos del padre Karras. Aquí no pasa nada de eso. Este padre Olmedo llega, detecta al maligno con sus super poderes de cura y hace sus cosas de exorcista. Nada más. Una verdadera lástima ya que los derroteros hacia los que estaba yendo la historia pedían a gritos que las motivaciones de los personajes quedaran más explicitadas y que ello, por ende, afectara a la evolución dramática de la misma.
“Ni va a satisfacer a los aficionados al terror más visceral ni a aquellos que busquen una reflexión sobre la eterna lucha entre la razón y la fe”
Respecto a la sesión de exorcismo en sí, aunque contiene los tropos habituales dentro del género (contorsionismos, babas, cambios de voz, ojos en blanco, estigmas, autolesiones) debo reconocer que utiliza algunos recursos novedosos y que su tono general resulta bastante cafre. Este exorcista no se limita a leer salmos de la biblia y echar agua bendita: sus métodos son mucho más contundentes y expeditivos (la escena de la bañera) algo que, lamentablemente, nos deja con un montón de preguntas que quedan sin respuestas ¿Es un iluminado? ¿Es un fanático descontrolado? ¿El fin justifica los medios? Una verdadera lástima no conocer mejor a este peculiar sacerdote cuya definición psicológica se resuelve con cuatro pinceladas escasas. Eso es algo que a la postre va claramente en detrimento de la película.
"13 Exorcismos" es una propuesta que me deja con sensaciones encontradas. Por un lado me parece que la película tiene cosas interesantes, pero por otro considero que adolece de una evidente indefinición y de una manifiesta incapacidad para crear una sustrato argumental sólido. Ni va a satisfacer a los aficionados al terror más visceral ni a aquellos que busquen una reflexión sobre la eterna lucha entre la razón y la fe. Desgraciadamente se queda en esa tierra de nadie a la que, mucho me temo, van tantas y tantas películas.
1 comentarios:
Ver ésto hasta el final me resultó imposible. Cuando el demonio empezó a hablar a través de la poseída estaba ya tan harto que la acabé quitando.
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