A lo largo de su carrera, la ciencia ficción trató de presentar un marco ético que, de alguna forma, normalizara los avances investigativos que condicionaban la cotidianeidad. En muchos casos, incluso, este debate se expuso a modo de disputa: ciencia versus religión. Pero diversas necesidades y el pacto implícito que se dio entre la industria y la iglesia en virtud de debilitar a un enemigo en común (el socialismo), hizo que la lógica, el enfoque, cambien. Zanjado el asunto ya no se discute la fe como antítesis de lo empírico, no son opuestos sino complementarios; de hecho, la creencia se encarga de responder los cuestionamientos que, supongo, deberían supeditar el estudio: ¿para qué? ¿después qué?
“un relato sencillo que va a servir para desplegar diferentes tópicos utilizando una táctica probada por el género desde el inicio: el engendro foráneo que rompe el orden”
Llegada esta etapa cada uno puede creer en lo que quiera, rezarle al Dios que prefiera o negarlo; sin embargo, ya hubo un ajuste de cuentas. Hay cosas que están bien y otras que están mal. El Hollywood clásico corre con la ventaja de exhibir diferentes complicaciones sin demasiados enredos para que la bajada de línea llegue a todos los estratos. No obstante, podemos considerar que los autores tienen voz propia y que, aun bajo estas circunstancias, consiguen mostrarnos segundas lecturas a las que tal vez lleguemos mediante distintos símbolos.
“The Creature from the Black Lagoon” (1954), cuenta las peripecias de una expedición arqueológica que encuentra los restos fosilizados de una criatura a medio camino entre el pez y el humano. Para continuar con la pesquisa, y encontrar un espécimen vivo, solicitan los servicios de un grupo diverso que va a contribuir a delinear los fundamentos de los que hablábamos al comienzo: por un lado, David Reed (Richard Carlson), lo correcto, un ictiólogo de valores firmes; por el otro Mark Williams (Richard Denning), el opuesto, el financista inescrupuloso; y, además, Kay Lawrence (Julie Adams), novia del primero, objeto (nunca mejor dicho) de deseo y la que le pone el cuerpo al conflicto. Entre ellos se va a formar un triángulo amoroso velado y otro más explícito integrado por Kay, David y el querido Gill-man (gill, branquia en inglés) el monstruo de la laguna negra.
“una cinta que amplía el espectro de discusión desde varios frentes, aun así, no deja de ser una actualización de La bella y la bestia”
Como ya dijimos, un relato sencillo que va a servir para desplegar diferentes tópicos utilizando una táctica probada por el género desde el inicio: el engendro foráneo que rompe el orden. Ahora bien, tan pronto sienta las bases, se ocupa de aggiornar la propuesta, incorporando sutiles modificaciones para apuntalar los nuevos criterios; por ejemplo, si las décadas precedentes mostraban a los científicos como locos, villanos ávidos de conquistar al mundo, esta vez son los héroes dispuestos a salvarlo; los trabajadores rasos (los marineros autóctonos, el capitán del barco que los guía por la selva amazónica) que otrora eran meros ornamentos argumentales, ya tienen voz y voto, modifican el trayecto; es más, Mark es el estereotipo del galán, apuesto y exitoso, aunque miserable.
Entonces podemos trazar un paralelismo con el estado del cine a mediados de los 50, mientras que los productores (Mark) intentaban (y en cierta medida lograban) instaurar principios, los artistas (David) hacían lo que podían para colar su visión. El que gana la batalla tiene el poder y al otro siempre le queda el arte. De ninguna manera esto quiere decir que los involucrados (el director Jack Arnold o los guionistas Harry Essex y Arthur Ross) fueran comunistas, quizás tenían la necesidad de mostrar la otra cara, la que era víctima de la caza de brujas macartista. Las acusaciones, en muchas ocasiones infundadas, pretendían eliminar todo pensamiento que no se alineara con los propósitos de los grupos dominantes; en un punto, la criatura funciona también como alegoría de esta tendencia, es lo que no se puede decir, la representante de un sector silenciado que espera alerta. En ese sentido, la descripción es lo suficientemente perspicaz y, a la par, asume una porción de la culpa; por algún motivo los científicos creen que es buena idea envenenar el estanque para atrapar y estudiar al hombre pez, Kay se la pasa tirando cigarrillos al agua y lo único que se les ocurre ante cada aparición es clavarle un arponazo, es decir, tendrán buenas intenciones, pero los métodos son similares a los que desaprueban.
“una muestra notable de su época y de un modo de ver (y hacer) cine que soporta firme el paso del tiempo e infructuosos sobreanálisis”
Asimismo, este correlato con el contexto también es aplicable al rol de Kay, que es muy linda, grita mucho y se dedica a pasar de los brazos del animal a los del héroe; es, como decíamos antes, casi un objeto. Por ende, y en pos de resaltar el magnífico diseño del monstruo, debemos nombrar y resarcir a Milicent Patrick, la madre de la criatura, que sufrió igual trato y fue borrada de los créditos a manos del polémico clan Westmore.
Por consiguiente, tenemos una cinta que amplía el espectro de discusión desde varios frentes, aun así, no deja de ser una actualización de La bella y la bestia. Lo que separa a The Creature …” de sus coetáneas es el trabajo de Jack Arnold, un especialista a la hora de sacar clásicos del género con presupuestos ínfimos. El recurso aplicado es el mismo que impulsó gran parte de su filmografía: aislar a los protagonistas (el sótano en “The Incredible Shrinking Man” (1957); el desierto en “Tarantula!” (1955) y “It Came form Outer Space” (1953); o en este caso la jungla) y someterlos al peso de sus decisiones. No hay más autoridad que la propia. En este entorno son plausibles de castigo justos y pecadores, y el público que saque sus conclusiones. Probablemente el uso del espacio esté mejor aprovechado en “The Shrinking…”, su obra maestra, pero no obviemos la apreciación, porque en honor a la verdad, en sus aspectos formales no sobresale demasiado. Las actuaciones son regulares, la banda sonora agotadora y el guion un tanto reiterativo. Con todo logró meter un nuevo ícono en el panteón tradicional de la universal que venía en franca decadencia. A pesar de sus dificultades, “The Creature from The Black Lagoon”, es una muestra notable de su época y de un modo de ver (y hacer) cine que soporta firme el paso del tiempo e infructuosos sobreanálisis.
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