Crítica: Lovely Molly

En 1982, Sidney J. Furie, nos mostró la cara más erótica del terror o la más terrorífica del erotismo (según a los ojos de quien) con “El Ente”, crudo, perturbador y no menos morboso relato sobre una mujer, madre de familia, que era acosada y agredida sexualmente por un ente del más allá. Ahora, 30 años después, Eduardo Sánchez, uno de los precursores del “mockumentary” moderno después de sentar cátedra con “The Blair Witch Project”, retoma una temática, la de los espíritus o demonios acosadores de mozas, que en los últimos tiempos nos ha dejado joyas para el recuerdo tales como “Arrástrame al Infierno” o “100 Feet”. El cubano, que venía de dirigir la mediocre “Seventh Moon”, aparca de lado todos los tópicos y reglas preestablecidas del género para adentrarnos en una de esas historias que consiguen ponerle a uno toda la carne del cuerpo del revés para acto y seguido, ser acariciados dulcemente con papel de lija hasta el último rincón de nuestra anatomía. ¿como se le puede llamar a semejante experiencia? “Lovely Molly”.

“Lovely Molly” es el título de la película que nos ocupa y Molly (Gretchen Lodge), el nombre con el que fuera bautizada la protagonista de la misma. Una chica joven, guapa, feliz... por lo menos en apariencia. Lo primero que sabemos de ella, nuestro primer acercamiento a su mundo, es que se casa, es su boda. Y Sánchez nos lo muestra de la única manera que podría hacerlo, con cámara al hombro, muy al estilo de lo visto en “REC 3”, somos invitados a la ceremonia y conocemos un poquito a la gente que rodea a Molly, entre ellos, Tim (Johnny Lewis), su prometido. Más tarde, descubrimos que los novios, se mudan, y lo hacen al viejo hogar de infancia de Molly, vacío desde la relativamente reciente muerte de su padre. Una vez allí, descubrimos también que la felicidad es un estado pasajero y muy a menudo efímero, pues el estado de ánimo de la chica, no tarda en decaer cuando la rutina la agarra por el cuello y presiona con fuerza hasta ponerla de rodillas, su monótono empleo, los largos periodos de soledad que tiene que afrontar debido a las ausencias de Tim, quien por motivos de trabajo, debe ausentarse de casa de forma habitual durante largos días, los oscuros recuerdos del pasado que afloran con más fuerza al andar descalza sobre el mismo escenario de cristales rotos en el que una vez, se interpretaran terribles funciones de dolor que desencadenaron en profundas heridas imposibles de cicatrizar y, por supuesto, los demonios interiores, aquellos que dan más miedo, los que uno lleva siempre consigo, en el caso de Molly, su pasado con las drogas.

Con este estado anímico en plena ebullición y con nosotros como espectadores, metidos hasta las cejas dentro del caldero abrazados a la chica, descubrimos una verdad universal, una aterradora, aquella que dice que por muy mal que te vayan las cosas, siempre te pueden ir peor. Es cierto. Molly lo descubre cuando una de esas solitarias noches en las que le cuesta conciliar el sueño inmersa en una quimérica búsqueda para encontrar un motivo que justifique un nuevo amanecer, recibe la visita de alguien, de algo, de una fuerza desconocida que la viola hasta arrebatárselo todo, todo, menos el dolor. A partir de ese instante, las drogas se convierten en su único bálsamo ante el terror de acostarse cada noche en su cama y sobretodo, ante el terror de sentirse excluida por los demás, incluso por sus seres queridos y de tener que hacer frente sola, a la inexplicable realidad que le ha tocado vivir.

Pese a sus inicios y lo que pueda parecer, “Lovely Molly” no es un “mockumentary”. En realidad, resulta curioso ver como mientras un gran número de cineastas se dejan arrastrar por dicha corriente, Eduardo Sánchez se aleja de la misma nadando contracorriente e intenta encontrar su propio estilo recorriendo un sendero que ya comenzara con “Altered” (2006) y que luego prosiguió dos años más tarde con “Seventh Moon” (2008). “Lovely Molly” es la siguiente evolución lógica a su cine, la línea recta del camino. Y es que la nueva película de Sánchez, entre otras muchas consideraciones, es todo un ejercicio de estilo y un ejemplo de personalidad detrás de las cámaras. Cada plano, cada secuencia, tiene una marcada denominación de origen, todo un torrente de imágenes al servicio de la introspectiva disección del personaje de Molly, un popurrí de referencias estilísticas (el mundo del videoclip, la cultura indie, etc...) que el director hace suyas y que son tejidas con precisión arácnida para atraparnos cual inocente mosca en su tela de araña.

Buen ejemplo de la seductora simbiosis entre lo que se nos cuenta y como se nos cuenta, son las partes en las que acompañamos a Molly al trabajo, con la cámara siguiéndola desde detrás de la nuca, manteniendo las distancias en una fría tercera persona, metáfora disfrazada de recurso cinematográfico sobre ese otro YO, esa vida prestada que no es realmente nuestra en la que no somos realmente nosotros y que vivimos a diario como si estuviésemos viendo una historia que no va con nosotros. No obstante, tampoco pueden faltar los guiños al “mockumentary” (aunque nunca para relatar la acción) ni por supuesto, la característica dirección agresiva de Sánchez, ahora, eso si, mucho más pulida que en anteriores trabajos.

Pero más allá de aspectos técnicos, lo que realmente hace diferente a “Lovely Molly”, es el prisma por el cual se nos muestra una historia que en realidad no es precisamente original. Es cierto que estamos ante una cinta de terror sobrenatural, pero dicen que la realidad suele superar a la ficción y esto puede aplicarse a la nueva película de Sánchez, pues la certeza de la veracidad de algunos de los elementos de la historia, son los que la hacen realmente tan turbadora, dejando en muchas ocasiones el tema sobrenatural en un tímido segundo plano. Lo cual no quiere decir que la película no tenga sus momentos de HORROR así en mayúsculas, los tiene y funcionan, vaya si funcionan. Es solo que en trazos generales, se intenta huir de las estructuras clásicas del género, no centrándose tanto en la figura de lo sobrenatural (en este caso, un espíritu), sino en las consecuencias de éste sobre la protagonista y en como se derrumba su universo.

Una película dura, lenta, de esas que te van machacando poco a poco pero sin dar tregua y que cuando terminas con su visionado te queda ese mal sabor de boca en el paladar, esa pesadez en las piernas después de haber andado un largo trecho por zonas pantanosas, esos zapatos calados después de una lluvia torrencial y a la cual, lo único, o lo poco que se le puede achacar, es su falta de valentía a la hora de plasmar en pantalla de forma gráfica y explícita, todo ese calvario al que es sometida la protagonista. Es cierto que hay destellos, hay grandes momentos como el de las grabaciones de las cámaras de seguridad, hay desnudos, hay algo de sexo, hay salgo de sangre... pero ni muchísimo menos todo lo que se podía esperar de una historia tan tórrida como esta y sobretodo de la relación entre maltratador y víctima, por ejemplo, muy lejos de lo visto en “El Ente”. Al final, se aboga en exceso por el terror psicológico en detrimento del físico cuando en realidad, ambos podrían (deberían) haber coexistido a la perfección.

Lo que más me ha gustado: La interminable colección de recursos fílmicos con la que se ilustra una historia oscura y opresiva como pocas, los destellos de brillantez de una debutante Gretchen Lodge y la secuencia que abre la función (escalofriante).

Lo que menos: Se echa en falta una mayor dosis tanto de sexo como de violencia explícita (en especial de lo primero) para potenciar lo que se nos está contando y algunos innecesarios pasajes “mockumentary” que cortan en exceso el ritmo de una narración ya de por si, lenta.