Crítica: V/H/S

En las guerras, siempre hay que posicionarse, elegir un bando. Quedarse en tierra de nadie es peligroso, muy peligroso, ya lo decían los Barón Rojo hace una burrada de años en uno de los temas más grandes que ha dado el rock español. Pues bien, yo lo hice, posicionarme digo, supongo que mi aversión hacia los cambios fue un elemento fundamental para tomar partido por una de las facciones, en este caso, el formato BETA. También hay que tener en cuenta el factor emocional, algo que siempre pesa en todas nuestras decisiones. El primer reproductor de video de un servidor, fue un BETA por gracia y obra de mi progenitor, recuerdo como aquel buen hombre venía cada noche de trabajar con tres o cuatro películas de videoclub (es un tema oscuro, prefiero no entrar en detalles) bajo el brazo y hacíamos maratones nocturnas hasta altas horas de la mañana (ríete de las de Sitges). Pero en la vida, las intrusiones están al pie del día, y en una fecha aciaga, aparece en el mercado un nuevo formato de video analógico, el VHS. De la noche a la mañana, éste, le come terreno a mi querido BETA (a pesar de que la calidad de imagen no tiene nada que ver) hasta terminar por hacerlo desaparecer. Dicen que si no puedes con tu enemigo, únete. No quedó alternativa más lógica. VHS para todos, de momento. Ya le llegaría también su momento...

Ahora, en plena era digital, donde hablar del VHS es hablar prácticamente del paleolítico tecnológico, cae en nuestras inmundas manos una (y nunca mejor dicha) de las cintas más esperadas del año por los aficionados al terror de corte más extremo, en efecto, hablo de “V/H/S”, antología de terror íntegramente rodada en formato “mockumentary” que rinde culto, tributo o pleitesía a tan ancestral pedacito de nuestra adolescencia, infancia para los más antiguos y lo hace de la mano de un buen puñado de reputados nombres detrás de las cámaras: David Bruckner “The Signal”), Ti West (“The House of the Devil”, “Cabien Fever 2”, “The Innkeepers”) o Glenn McQuaid (“I Sell The Dead”), a los que añadir a Joe Swanberg y “Radio Silence”, pseudónimo que aglomera a otros cautro cineastas: Matt Bettinelli-Olpin, Tyler Gillet, Justin Martinez y Chad Villella.

Bien, una vez hechas las presentaciones, sentémonos delante del televisor y démosle al PLAY.

Como toda antología de terror que se precie, ésta necesita un hilo conductor, un nexo, algo que cohesione en cierta forma el batiburrillo de historias independientes (aunque sea una chorrada tan grande como aquella que perpetuara el amigo Kier, haciendo el payaso, en la decepcionante “The Theatre Bizarre”). Para la ocasión, el espesante de la masa narrativa de “V/H/S” se vale de las despreciables vidas de un grupo de despojos de la sociedad, una banda de maleantes de poca monta que tienen por afición, inmortalizar todas sus fechorías con una cámara de video. Un día cualquiera, reciben un encargo, colarse de noche en una misteriosa casa y recuperar (robar) unas viejas cintas de video. En ellas, encontrarán terrores que jamás habían imaginado y bla, bla, bla... STOP. ¿Veis? Aquí uno ya le coge cierta tirria a la película, porque me pregunto yo, ¿donde queda aquel elemento tan fundamental para una ídem como es el de empatizar con los protagonistas? Menuda panda de ovejas descarriadas tenemos que sufrir entre historia e historia, recordando a los “mejores” momentos de aquel “gran” fenómeno de masas o movimiento de pensamiento intelectual de título “Jackass”.

Encarar el visionado ya en estos primerizos estadios con feos nubarrones sobre el cerebelo, no es el escenario ideal, más, cuando no es precisamente el “Mockumentary” una de las perversiones predilectas de servidor. Bueno... sigamos, PLAY. Hechas las apreciaciones pertinentes, decir que las nubes siempre se disipan, por muy negras y espesas que estas sean, incluso la noche más negra termina dejando sitio al más bonito de los amaneceres y esto es lo que ocurre en “V/H/S” cuando somos desvirgados casi sin darnos cuenta (lo de la primera vez, está sobrevalorado) por David Bruckner y su “Amateur Night”, no el mejor corte de esta antología pero si el idóneo para dar el triunfal aunque engañoso, pistoletazo de salida. Una historia simple y directa que tiene como mayor virtud la de sensibilizar al espectador con la misma manipulando sus recuerdos, jugando con su fibra sensible, con su nostalgia hacia tiempos pasados (o presentes para los más jóvenes) y hacerlo partícipe del relato en primera persona.

Peculiar visión de Bruckner sobre el amor a primera vista así como una fiel disección del concepto “diversión”, que tiene la juventud de hoy en día, que no es precisamente, el de sentarse en otoño en un banco de un tranquilo jardín al atardecer, a leer un libro mientras degusta una reconfortarte taza de te. STOP, STOP, esto no me lo creo ni yo... la diversión es un disco de Judas Priest a toda pastilla en el tocata mientras uno, sentado en su butaca favorita, le da caña a su Xbox al tiempo que degusta un delicioso vaso de bebida de soja muy fría y contempla como su esposa, a poder ser en tanga, le quita el polvo al mobiliario del salón ayudándose de posturas poco éticas o adecuadas para dicho menester. Mucho mejor... PLAY. A la juventud de hoy le va el “aquí te pillo, aquí te mato”, el sexo por el sexo, como animales en celo desprovistos de valores tales como... de valores, que lo único que les motiva es pescar un culito caliente en la discoteca de turno. “Amateur Night” sirve tanto de homenaje, como de aviso para navegantes. El sexo puede ser muy peligroso si no se toman las precauciones adecuadas. Añadidle buenas dosis de tensión, una dirección muy acertada y un diseño de la criatura que pone los pelos de punta (y la actriz que la interpreta, lo borda) y no se puede pedir mucho más. Notable alto.

Mientras tanto, los anormales estos, a lo suyo en la casa, buscando las cintas en cuestión y topándose con la segunda de ellas, precisamente, la que más expectación había despertado en la parroquia, la dirigida por el señor Ti West, su título “Second Honeymoon”. Y aquí si nos metemos de lleno en lo que supone la primera gran decepción de “VHS”, y lo hacemos con una historia que no está ni a la altura de las circunstancias, ni a la de su director. No se si el amigo West se encontraba ante un bache creativo, tenía problemas con su Xbox o si a su mujer le va más hacer la limpieza de la casa con bragas de esparto, el caso es que este segundo segmento es una auténtica chorrada sin el más mínimo interés. Vale que la primera historia era simple, pero tenía mensaje, tenía moraleja, tenía terror, primario, si, pero terror a fin de cuentas. “Second Honeymoon” no tiene nada, un viaje hacia ninguna parte sin pies ni cabeza que no pone absolutamente ningún dato al servicio del espectador, para que podamos entender las motivaciones o lo que sea que se esconde detrás de los personajes y de sus actos. Además, contado con desgana, sin gracia alguna y con una apatía narrativa que no está acorde con el talento que ha demostrado su director en otras ocasiones. ¿Se palpa su huella? ¿Se deja intuir su imprenta? Bueno, es cierto que la divagación característica de West está presente en el relato, pero como comentaba, no hay ni rastro de esa característica introspectiva suya hacia sus personajes, por lo que el resultado final es desastroso. Una historia aburrida, carente de interés y que se cierra con un final tosco y carente de clase. Horrible.

REWIND. Rebobinemos hacia adelante y hagamos PLAY justo al inicio de la tercera historia, la que viene firmada por Glenn McQuaid y que tiene por título “Tuesday The 17th”, particular homenaje al slasher de toda la vida (sobrenatural en este caso) y que ya hace referencia a éste en su título en clara alusión al mítico “Friday The 13th”. Intentando quitarnos aun de encima la morriña ocasionada por el amigo West, gracias a la cual, llegados a este punto nos pesan tanto los párpados que necesitamos uno de esos aparatejos que se utilizan en las operaciones oculares que te los abren de par en par, nos topamos con otra de los sin sentidos de la cinta, por lo menos, en esta ocasión, la cosa se suple con toda la visceralidad que le faltó a la historia anterior. Una historia inverosímil a niveles kafkianos que a pesar de intimar con lo ridículo en todo momento y no sostenerse por ninguna parte como “historia” o cualquier cosa parecida, ofrece buenas dosis de sangre e interesantes efectos visuales, lo cual ya es aliciente suficiente para hacer un esfuerzo e intentar mantener los ojos abiertos pese al gran sin sentido que se nos está contando y la inevitable cara de gilipollas que se nos quedará al término de la misma. Pasable si somos capaces de dar un gran salto de fe.

Y seguimos tirando hacia adelante.... STOP. Cuanta mitología se llegó a crear alrededor de la enigmática figura de los cabezales. “No rebobines las cintas del videoclub o te cargarás los cabezales”, decían las malas lenguas por el instituto. Negra leyenda urbana alimentada por el creciente miedo a dañar nuestro reproductor y quedarnos a dos velas. Yo, como persona de bien que soy, siempre rebobinaba las películas del video club y jamás, tuve ningún problema con los cabezales. Luego incluso sacaron unos aparatos especiales para rebobinar las cintas.... ¿que pasa, que estos no tenían cabezales? … PLAY. La cuarta historia, la de Joe Swanberg, que el tío es un cachondo de cuidado y es lo mínimo que se puede decir de alguien que ha bautizado su relato como “The Sick Thing That Happened To Emily When She Was Younger”. ¿Que se esconde detrás de semejante nomenclatura? Pues la historia con más potencial de toda la película, heredera directa de aquellas viejas historias de “The Twilight Zone” y que podría haber sido un relato acojonante de haberlo resuelto con un poquito más de ingenio... o incluso con un poquito de sentido común había sido suficiente. Pero ni una cosa ni otra.

Gran premisa de la que parte. No hay duda, tirando además nuevamente, de sensibilización con el espectador. ¿El leit motiv? Las webcambs y el dolor de la distancia entre una pareja que intenta mitigarlo con ayuda de la tecnología, conectándose vía internet para ahuyentar a los fantasmas de la soledad. El clima atmosférico que sea crea en esta historia es alto, el escenario es idóneo y la trama tiene tantas posibilidades que embriaga, en este caso, se opta por el royo “Paranormal Activity” y bueno, la cosa resulta bastante apañada. El problema es cuando se produce el siempre tan ansiado giro argumental. Y en este caso, la idea no es mala, todo lo contrario, el problema es que parece estar resuelta por un niño de diez años. Amigos y amigas, hay un antes y un después en lo que se refiere a los cabos sueltos, un antes y un después de “The Sick...”. Reconozco que visioné esta parte en compañía de dos cubatas de ron y que mi poca afición al alcohol, me pudo jugar alguna mala pasada a la hora de hacer ciertas interpretaciones de la historia... pero a la mañana siguiente volví a visionar y llegué a la misma conclusión: 10 años. ¿Mi valoración? Tomadura de pelo absoluta.

Ya en un pésimo estado físico y mental, entre tanta chorrada y Elixir Bacardi, me topo de narices con algo inesperado, una historia bien construida, con pies y cabeza. Inicio, nudo y desenlace. Aterrador por inesperado. No es que sea la panacea del horror, pero maldita sea, cuando a uno le pone tan cachondo el diablo, las posesiones demoníacas, los ritos satánicos y las casas embrujadas de los 80, una historia como la que proponen esta panda de locos que componen “Radio Silence” y que lleva por título “10/31/98”, bien filmada, bien contada y sin evidenciar, excesivas taras mentales por parte de sus responsables (cosa que no se puede decir del grosso de participantes de esta antología), pues es la mejor manera de maquillar un poco el absoluto cúmulo de despropósitos de las tres historias anteriores. “10/31/98” es diversión en estado puro. Es como adentrarse en una atracción de terror... PAUSE. Ok, ya estoy aquí, es que tocaban al timbre de casa. PLAY. ...de un parque de atracciones, una de esas en las que vas corriendo con un grupo de gente y te van atacando tipos disfrazados de monstruos famosos... eso es lo que vamos a encontrar en este último relato. Un par de acertados giros argumentales y un despliegue de efectos visuales que no se había podido ver en ninguna de las anteriores historias son las mejores virtudes de una ídem directa de ritmo vertiginoso al más puro estilo “REC” que resulta tan aterradora como divertida. Y que además, por primera vez en “V/H/S”, consigue cerrarse de manera brillante.

STOP. Conclusión, que como suele ocurrir con la mayoría de las películas que levantan tantísima expectación, la sensación de decepción es casi inevitable, en este caso, más que nunca y además, por méritos (o deméritos) propios. En cualquier caso, si eres un amante empedernido del “mockumentary” y tienes la mentalidad apropiada para no tomártela demasiado en serio, puedes encontrar en “V/H/S” una experiencia interesante. Al menos, digna de ser vista pese a su gran irregularidad y al hecho de que la diferencia de calidad entre algunas de las historias es poco menos que abismal . EJECT. (Que la rebobine el próximo que la alquile, que no quiero cargarme los cabezales)

Lo mas destacable: La fidelidad extrema y sin concesiones hacia el mockumentary de la cual hace gala la película en todo momento y los dos únicos momentos de brillantez de la misma: su inicio y su final, o lo que es lo mismo, “Amateur Night” y “10/31/98”.

Lo menos destacable: El resto de historias no hay por donde cogerlas. Algunas apuntan buenas ideas pero al final, se quedan en papel mojado y la especial decepción que supone la propuesta de Ti West, de largo, lo peor de toda la cinta.