Crítica: El Bosque de los Suicidios

Siempre he tenido mucho respeto a la vida porque le tengo mas respeto aún a la muerte. No me gusta pensar que la muerte nos rodea constantemente. No me gusta pensar en la fragilidad del ser humano y, aunque soy consciente de que la vida es un segundo y me gusta aprovecharla al máximo, intentando ser lo más feliz posible, me da pánico pensar en que la vida puede ser sólo ese segundo, o que haya un sólo segundo que marque la diferencia. Todo esto me pasa porque me gusta vivir, con lo bueno y con lo malo, me gusta vivir.

Intentar entender que hay gente que no quiere vivir, a mi, precisamente, me cuesta la vida, porque para mi es complicado asumir tanto desprecio por esta vida, y siendo consciente de que no son decisiones que se tomen a la ligera, mi visión luchadora de la vida, choca con estos juicios tan drásticos. También, siguiendo con mi halo de contradicción, entiendo una valentía detrás de un paso como este. Enfrentarse a lo más desconocido que puede haber, como es la muerte, no deja de tener un punto intrépido.

Imaginad cómo me quedo entonces, cuando descubro que al noroeste del Monte Fuji en Japón, existe un bosque, Aokigahara, que es el segundo lugar favorito de los suicidas, donde el turismo está limitado a zonas vigiladas y donde se tienen que colocar advertencias en varios idiomas para pedir al suicida que antes de dejarlo todo, busque ayuda de su familia. Aokigahara existe, y la leyenda detrás del bosque también. Está claro que si en algún lado tiene que haber almas en pena buscando su lugar final de descanso así como sombras fantasmales de todos los pelajes, tiene que ser allí, Japón parece ser el habitat natural de todas las criaturas sobrenaturales o de mucha incomprensión de las naturales.

Tanto el bosque como estas supersticiones, no han pasado desapercibidas para el mercado americano, que en su intento de colarnos la típica historias de fantasmas que los japoneses se marcarían sin despeinarse y sin tener que recurrir a la treta del remake, busca occidentalizar una historia que no tiene occidente posible, pues desde su concepción es 100% japonesa. Así es como el guionista de la decepcionante "The Houses October Built", se leyó lo que decía la wikipedia sobre el famoso bosque, y decidió que si Natalie Dormer (la asombrosa Margaery Tyrell) podía interpretarla, se colocaba la soga al cuello, iba a por todas y se lanzaba a dirigir.

"El bosque de los suicidios", cuenta la historia de Sarah, una joven con una vida aparentemente relajada, que tiene que viajar urgentemente a Japón en busca de su hermana gemela, Jess, quien parece que ha decidido acabar con su vida, pues fue vista por última vez adentrándose en el bosque Aokigahara, el bosque de los suicidios, donde pasados dos días sin volver a ser vista, es dada por muerta. Sarah, que como digo, es su gemela idéntica, siente que Jess no está muerta e iniciará su propio viaje al infierno para traer de vuelta a su hermana. ¿Os vale esta sinopsis de manual para ir haciendo boca? No mucho, ¿verdad?. Lo cierto es que así presentada, la historia no deja de tener su punto de melodrama, por lo que una propuesta como esta, necesita hilar fino para resultar convincente.

De entrada tenemos a una cara muy conocida al frente, dirigiendo el cotarro en el bosque. Tenemos unos exteriores muy majos, porque los bosques son siempre muy agradecidos, y tenemos de nuestra parte las ganas de ver terror sobrenatural de calidad. Parece que en principio, la cosa no va a pintar mal, pero pronto comienzan los clichés y Japón saca su peluca negra para recordarnos que si hay que hablar de fantasmas, ellos son los que realmente saben hacerlo.

Generalmente no me fijo mucho en los detalles, pero mirad vosotros por donde, que esta vez sí lo hice, y es que hay cosas que me estomagan por sistema, como por ejemplo esa idealización del cabello femenino: Rubia= cándida, calmada, con sentido común (sí, muchas veces tonta, aunque eso ocurre en la comedia); morena=rebelde, desequilibrada, descentrada. Cuando hay hermanas gemelas y una es morena y otra rubia, esto es la regla de oro, fijaos en este detalle y siempre acertaréis. Sabéis ya quien es Sarah y quien es Jess, ¿verdad?. Estas tonterías me hacen torcer el morro e incorporarme un poco para no dejar la lupa en la mesa y seguir observando con ella.

A los pocos minutos del inicio, tenemos otra estomagada, que es el horror de querer sacarme los ojos, cuando veo rostros humanos que mutan durante un segundo a rostros fantasmales, para hacer el truco de magia y que esta imagen rápida se procese en tu mente, cual Pazuzu en "El Exorcista", de forma lenta y así sientas el "terror" lentamente adueñándose de ti. Pues sí, en "El Bosque de los suicidios" también tiran de este recurso, que flaco favor le hace. Solo faltan las voces de niñas sonando como un eco, ¿no?. Pues también las hay...

No pintaba bien la cosa, si empezamos con estos clichés tan manidos, ¿qué novedad puede aportar esta película? Ninguna, la verdad, pero realmente se hace muy ágil, y una vez que Sarah llega a Japón, hay un interés creciente por conocer la historia de la dos hermanas, nos entra curiosidad por saber qué hay en el bosque, por descubrir si Jess está viva o muerta y sobre todo por esperar que el bosque no deje títere con cabeza a su paso. Esto es una constante durante casi todo el metraje, lo que equivale a decir que "El bosque de los suicidios" entretiene, y lo hace sin aparente esfuerzo, lo que de por sí, ya es suficiente, pero arriesga tan poco a la hora de crear un horror de verdad, del serio y del adulto, que se queda en un quiero y no puedo sin remedio.

"El Bosque de los suicidios" contiene los suficientes elementos, que con un buen guión y sin prisas, hubieran dado como resultado una buena película de terror: la ambigüedad de la mente y la lucha en contra y a favor de la realidad, el desarrollo de una historia principal interesante, que termina mueriéndose entre subtramas que ni impactan, ni consiguen la sorpresa en los giros, una naturaleza muy desaprovechada, y sobre todo, las presencias hostiles aún más desaprovechadas. No hay ni gota de sangre (craso error), y todo termina precipitándose muy torpemente, dando al traste con cualquier ápice de terror.

Al final del todo, te das cuenta de que "El Bosque de los suicidios" es una película "japonesa" de una hora y media de duración (que es muchas veces lo que buscamos), dirigida por un americano (Jason Zada) y destinada a un amplio abanico de público, preferentemente palomitero, no por ser un blockbuster, sino porque es de muy fácil consumo. Con todo y ello, insisto en que se hace muy entretenida y no decae hasta su horrible desenlace, por lo que me veo en la obligación de darle un aprobado ramplón.

La vida hay que tomársela en serio, chicos, nos lo enseñaron en Barrio Sésamo, nos lo enseñaron en Sensación de Vivir y en Melrose Place. En estos programas nunca existió ningún bosque Aokigahara, por tanto, sigamos vivos tanto tiempo como podamos.