ALONZO SIN BRAZOS NOS HABLA SOBRE EL BRUTAL Y EN SU DÍA REPUDIADO SLASHER DE WILLIAM LUSTIG. HOY, UN CLÁSICO DEL GÉNERO
A menudo la figura del asesino serial es utilizada como pretexto para destapar experiencias íntimas, odios, sospechas y, ante todo, miedos. Miedo al cambio, al distinto, a que lo que consideramos ‘’normal’’ sea una construcción. De alguna manera, una descripción de la incidencia de la vida moderna en torno a los más vulnerables: los frutos de un núcleo familiar que parecía indestructible y terminó fracturado. 1960 es un momento de quiebre con respecto a esta materia. Tanto “Psicosis” (Alfred Hitchcock) como “Peeping Tom” (Michael Powell) sentaron las bases de un revolucionario paradigma a la hora de presentar al agresor: ¿Qué pasa si el villano a vencer es humano, miembro de la sociedad y, hasta cierto punto, el damnificado? ¿Qué pasa si, aparte, es la estrella? La inédita senda o, a decir verdad, sus ramificaciones llegaron a los 80 mediante un renovado capítulo que acapararía un amplio porcentaje de la producción de la década: el ‘’Slasher’’.
“El modesto presupuesto, que en la mayoría de los casos operaría cuán desventaja, nos ayuda a sumergirnos en la incomodidad predominante dándole una apariencia hiperrealista”
A partir del éxito de “Halloween” (John Carpenter 1978) y de “Friday the 13th” (Sean Cunningham, 1980) una andanada de copias inunda la gran pantalla y en solo seis años (1978 a 1984) descubre su edad de oro y su ocaso. Mientras que las imitaciones se apilaban el influjo de esas obras pioneras se perdía en medio de la intrascendencia y lo innumerable. Las nuevas reglas (estrictísimas e inamovibles) atentaban contra la capacidad de sorpresa y, en definitiva, de disfrute. Pero en el interior de la enorme bolsa que reúne a estos especímenes encontramos alguna singularidad. Una de las más significativas es “Maniac” (William Lustig, 1980). La crónica de Frank Zito (Joe Spinell), un criminal que arranca el cuero cabelludo de sus víctimas y así adornar su colección de maniquíes, es un patrón para medir lo que vendrá (en términos de exceso y virtudes), para desentrañar el desarrollo de esa novedosa rama del horror y para marcar una disparidad con la generalidad, máxime si tenemos en cuenta su vínculo directo con los antecedentes que configuraron al subgénero.
La ópera prima de Lustig dentro del cine convencional (previas incursiones en el porno) convierte al personaje principal en una encarnación de su entorno y se erige como el nexo entre los primeros asesinos en serie y los que vendrán, el eslabón perdido que une a Norman Bates y a “Henry Portrait of a Serial Killer” (John Mc Naughton, 1986/1990). De hecho, la respuesta a una pregunta que nadie hizo ¿Qué hubiese ocurrido si Norman actuaba en la Nueva York de los 80? Cabe aclarar que debemos ubicarnos en una ciudad que, después del auge de la posguerra, empezó a hundirse en una crisis profunda cuyo piso llegó entre los 70 y 80. Por eso es lógico entender los rasgos de Zito como un reflejo de su espacio, no solo la decadencia, sino la obsesión por mantener vivo un pasado inalcanzable. Si las calles de la metrópolis eran un páramo sumido en la delincuencia y el peligro, el atacante es la imagen personificada que le devuelve el espejo, en consecuencia, desprenderlo del ámbito es imposible.
“Los pocos respiros sirven para involucrarnos con la psique retorcida del criminal. Llegado el clímax, el surrealismo toma la posta y al fin accedemos a esa realidad alternativa que atosiga a Frank”
Así disponemos de uno de los tres pilares en los que se apoya “Maniac”: La urbe venida a menos y las secuelas sobre un espíritu roto. Ahora bien, es probable que este aspecto hubiera quedado en la anécdota de no ser por un factor primordial que carga con el peso de la película desde dos flancos: Joe Spinell, el segundo sostén a distinguir. El coautor del guion junto a C.A. Rosenberg, nos regala una de los desempeños más impresionantes de la etapa. Al margen de que sus atributos físicos respondan al estereotipo del alienado, la magnitud interpretativa es impactante para una obra de estas características. Su Frank Zito muda de niño desvalido a animal de presa en un parpadeo, el grado de intimidación que logra una vez que se ‘’transforma’’ es incomparable.
Todo esto basado en un libreto elemental que torna flaquezas en méritos o, mejor dicho, en bandera. El modesto presupuesto, que en la mayoría de los casos operaría cuán desventaja, nos ayuda a sumergirnos en la incomodidad predominante dándole una apariencia hiperrealista, casi ‘’documental’’. Llamativamente la economía de recursos parece trasladarse a la narrativa. El autor no se involucra, no ensucia con su subjetividad los actos. Este atributo, que puede entenderse como falta de herramientas, es, a mi modo de ver, uno de los grandes aciertos de la elaboración. ¿Cómo explicar la mente de un desequilibrado y no morir en el intento? Una empresa ardua resuelta con ingenio: la información se ofrece en pequeñas dosis y ocultando certezas. En concreto, Frank adjudica el deceso de su madre a un accidente de tránsito, sin embargo, podemos concluir, en función de las pocas pistas que devienen de los discursos post atentados, que el desenlace es resultado de una prueba de relación incestuosa y posterior asalto frente a la negativa. Entonces, las mujeres afectadas van a simbolizar algunas de las cualidades que tuvo o debería haber tenido la progenitora: Belleza (modelo), esmero (enfermera), promiscuidad (prostituta) y deslealtad (novia infiel). Cada episodio recrea el evento que trastocó su comportamiento y a través de esa vía consigue castigo y redención.
“El nivel de visceralidad calza a la medida y termina de cerrar un círculo violento y repulsivo (en el mejor sentido)”
Pese a tener posibilidades acusatorias, no pierde energía en juzgar a los involucrados, no tiene tiempo, incluso, cuando despega (el primer homicidio llega al minuto de metraje) no para, atropella al espectador. Los pocos ‘’respiros’’ sirven para involucrarnos con la psique retorcida del criminal. Llegado el clímax, el surrealismo toma la posta y al fin accedemos a esa realidad alternativa que atosiga a Frank. A diferencia del común de sus coetáneos posee personalidad y, específicamente, culpa. Los pecados vuelven a tomar revancha en forma de desmembramiento en uno de los efectos más imponentes del decenio cortesía del (opinión personal) artista destacado en esta disciplina: Tom Savini. El tercer hito en el que descansan los logros de “Maniac”. Su participación como fotógrafo durante la guerra de Vietnam lo expuso a diferentes aberraciones nutriéndolo de conocimiento. Y aunque la época está plagada de bestias que corrieron los limites (Rick Baker, Rob Bottin y Screaming Mad George, entre otros) su labor es brutal y, en esta ocasión, fundamental. El nivel de visceralidad calza a la medida y termina de cerrar un círculo violento y repulsivo (en el mejor sentido).
Desde luego la crítica (propia y ajena) la destruyó, se la acusó de misógina y, alcanzado determinado índice de rechazo, las salas se rehusaron a proyectarla. No obstante, la recaudación fue aceptable (cerca de U$S 10.000.000) motivo por el cual la continuación era el paso natural. La temprana muerte de Spinell coartó toda posibilidad (en YouTube pueden encontrar el video promocional con un protagonista ataviado a lo John Wayne Gacy… sí, una lástima) y “Maniac” quedó signada (gracias a una segunda vida en VHS) como film de culto y una de las muestras sobresalientes de un periodo lucrativo, reiterativo, hermoso y fundacional. Todo a partes iguales.
3 comentarios:
Me sorprende que nadie se haya atrevido antes con este clásico. Pedazo de crítica señor Alonzo, felicidades!
Pues si, pedazo crítica de Alonzo para una peli enferma, sangrienta y muy muy cañera, una joyita! Por cierto, el remake protagonizado por Elijah Wood no estaba nada mal.
Hola Artorius! Quedan muchos clásicos por revisar!
Hola Jason! Si, coincido. En general no soy muy amigo de los remakes pero la de Frodo está muy buena.
Un abrazo para los dos.
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