sábado, 22 de febrero de 2014

Crítica: Vinieron De Dentro De...

El espectáculo comienza con la presentación, mediante diapositivas y una voz en off, de las Torres Starline, un lugar paradisíaco de hormigón situado en una pequeña isla, a donde se dirige una pareja de recién casados. El único guardia del edificio les aclara que aunque lleva una pistola, allí nunca pasa nada. Las caras sonrientes, las voces relajadas y el ambiente pacífico de esta línea de acción se rompen al alternarse con otra brusca y violenta en la que un hombre viejo está atacando a una muchacha vestida de colegiala, en una de las habitaciones del mismo complejo. Mientras que el principal encargado de las Torres (interpretado por Ronald Mlodzik, el protagonista de las dos películas anteriores de Cronenberg) muestra las instalaciones al matrimonio, el agresor ha conseguido reducir a la chica, a la que abre con un bisturí para expulsar un tipo de ácido en su interior, justo antes de cortarse el cuello. 

Luego se descubre que el hombre era un importante científico llamado Emil Hobbes, que había mantenido un contacto “inapropiado” con la chica desde hacía años. Ella era el recipiente de sus últimos experimentos. A través de unos parásitos que funcionarían como órganos naturales del cuerpo, Hobbes pretendía modificar el comportamiento y reiniciar la naturaleza de sus pacientes. Como no podía ser de otra manera, todo se descontrola y los parásitos comienzan a reproducirse e introducirse en otras personas, provocando una masiva transformación de todos los residentes de las Torres Starline. 

Lo primero que llama la atención de “Vinieron de dentro de...” es la frialdad de los ambientes. La arquitectura, sin ir más lejos, es un tanto monumental y está construida con materiales fríos como vidrio y acero. Toda ella da la sensación de ausencia de vida. Francamente es un lugar deshumanizado. Un lugar donde parece que el sexo y el deseo han desaparecido. Recordemos la secuencia en la que la apetitosa enfermera se desnuda para cambiarse de ropa delante del protagonista, mientras éste habla por teléfono sin casi prestarle atención. Sexo que vuelve de forma además desaforada y en todas sus variantes, cuando la infección ha ganado su batalla transformando a los habitantes de las torres en una especie de cadáveres ambulantes de “La noche de los muertos vivientes” (1968, George A. Romero), pero del sexo.

Los interiores del edificio que más se ven son los largos pasillos, desde una perspectiva que parece tener un solo punto de fuga en el centro de la imagen y con los fondos iluminados, acentuando su longitud. Los apartamentos son muy diferentes entre sí, habitados por personas diversas, pero todos tienen en común que son poco espaciosos. 

Lo más destacado del film de Cronenberg son sus efectos especiales relacionados con los parásitos. Las extrañas criaturas no son gratuitas y la decisión de mostrarlas no se tomó sólo para incidir en los aspectos desagradables sino que formaban parte importante de la narración. Estaban hechas de látex con un resorte dentro para darles elasticidad. Joe Blasco es el maquillador que se encargó de los efectos especiales con gran eficacia y de una forma económica. Éstos penetran en los cuerpos de los humanos por todos sus orificios: al principio Annabelle Horsefield infecta a los hombres manteniendo relaciones sexuales, pero después las criaturas entran sobre todo por la boca, pero también por la vagina, como es el caso de Betts, penetrada salvajemente mientras está en la bañera. Y no por casualidad los parásitos tienen forma de pene. De hecho, la penetración de los parásitos coincide con la penetración de la cámara por los pasillos y rincones de las torres. 

El cuerpo y sus enemigos, la enfermedad y el envejecimiento. Cuerpo y virus. Seres humanos que se convierten en otra cosa, adquieren otra naturaleza que no tiene remordimientos, sin sentido de la culpa y, sobre todo, al parecer mucho más felices. De eso trata “Vinieron de dentro de...”.

El personaje principal de la película es colectivo: los habitantes del inmueble y, por extensión, las masas en general. En la escena final de la piscina, podemos ver una especie de bautismo y, a posteriori, la salida del edificio en coche de los habitantes una vez infectados, plácidamente como si estuvieran relajados después de un coito. La cámara está situada en lo alto, el espectador ve la escena desde un punto de vista cenital que puede considerarse el de la divinidad. El orden que había al principio parece restablecido, ya no hay persecuciones, ni gritos, ni orgías. Son diferentes, posiblemente mejores, más vitales y naturales. Un final feliz, sin duda, liberador, catártico. 

CURIOSIDADES: 

- El título original era “The Parasite Murders” (Parásitos asesinos), como se estrenó en Sitges 1975 donde obtuvo la Medalla de Oro al Mejor Director, pero en Estados Unidos se le dio el nombre de “They came from within” (Vinieron desde dentro), muy parecido al título español. 

- El director llevó la película a Cannes en 1975 y la vendió en el Marché du Film a treinta y cinco países. Recaudó en taquilla alrededor de treinta veces más de lo que había costado. 

- Antes de “Vinieron de dentro de...” en Canadá no se había hecho cine de terror en serio. 

LO MEJOR: Dirección, guión, ambientación y efectos especiales. Casi todo.

LO PEOR: En ciertos momentos es algo lenta.


1 comentarios:

Unknown dijo...

Podríamos decir que eran los comienzos de la nueva carne?

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