martes, 25 de enero de 2022

Crítica: Spice Boyz

MAIK LINGOTAZO NOS HABLA SOBRE ESTE BIZARRO TERROR BIELORRUSO REPLETO DE COMEDIA NEGRA Y BASADO EN HECHOS REALES


Bien es sabido que, desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha abrazado la ingesta desbocada de toda clase de sustancias. La esfera cinematográfica no ha sido ajena a esta recurrente inclinación y son muchas las películas que se han encargado de trasladar a la gran pantalla historias que orbitan alrededor de la exacerbación de los sentidos. Y es que, en su atávica búsqueda del esparcimiento y del solaz, ya sea en pos de la autoexploración o de una directa satisfacción de estímulos más prosaicos pero siempre impelido por las fuerzas motoras de la curiosidad, en toda latitud del orbe hallaremos un espécimen homínido dispuesto, en el mejor de los casos, a experimentar. 


“entre la comedia juvenil y el retrato social para virar en su segunda mitad hacia unos derroteros que, entonces sí, nos regalarán buenas dosis de tensión salpicadas de humor negro” 


El lustro que dio carpetazo al pasado siglo nos regaló una terna de candidatos a un hipotético e innecesario podio que difícilmente encuentran parangón entre todo lo que la producción de las dos décadas recientes nos ha venido ofreciendo. Bien desde un prisma social, bien abordando el 'tema' desde la estridencia, o bien pergeñando una aproximación malsana y enfermiza hacia los oscuros confines del pozo, tanto “Trainspotting” (1995) como “Miedo y asco en Las Vegas” (1998) o “Requiem por un sueño” (2000) supusieron serios aldabonazos descargados con la intención de agitar algo más que la coctelera. Sin embargo, no fue ninguno de esos ya considerados clásicos los que me vinieron a la cabeza mientras veía esta película. No, para nada, en absoluto. A decir verdad, fue otra conexión, muy vívida, la que me trajo de nuevo la impresión que, tanto a un amigo como a mí, nos dejó la actuación del person que accidentalmente engulle un potente alucinógeno en “Un funeral de muerte” (2007). Pensábamos, entre carcajadas de admiración, henchidos de asombro, que ese tío era de los del método fijo. Sabía lo que se hacía. Joder, casi estuvimos a punto de llamar a... bueno, es igual. La cuestión es que en la pieza que nos ocupa, bielorrusa para más señas, son más bien del “me lo meto todo”. Tras este chiste infame, prosigo. 

Porque “intratable” vendría a ser la palabra que me sugiere el desquiciante rol que, en mi opinión, borda cierto personaje. Sí, como suele suceder en este tipo de interpretaciones, la posibilidad de caer en la caricatura está siempre más que presente. Pero teniendo en cuenta para empezar que ni estamos ante una caracterización de Oscar ni tampoco es que lo pretenda, pues oye, más allá del soniquete perturbado que emite sin solución de continuidad nuestro prota 'estupefacto', aquí un servidor considera que el menda se lo hace más que notablemente a la hora de recrear a un locateras en plena vorágine de enajenación. No es que hable con conocimiento de causa. O por lo menos no hasta esos niveles. Pero por momentos sentí genuino terror comprobando cuán inútil puede llegar a ser blandir la noble arma de la razón contra el más absoluto de los fundidos, qué frustrante se antoja el acopio de mesura y temple si enfrente tienes ante ti una bestia parda desatada que no hace más que rebuznar una risa escalofriante mientras te clava sus ojos inyectados... como si pretendiera traspasarte, sondeando el infinito, con esa mirada enloquecida. 


“la música se hace patente en este contexto juvenil, reclamando su sitio en momentos puntuales y significativos del metraje” 


Hablando de miradas, la del director, Vladimir Zinkevich, pretende posarse sobre los excesos y la violencia contenida de la juventud bielorrusa. Pero vamos, que tampoco es un tratado académico, eh. Aquí se acomete el asunto configurando un pastiche de influencias y géneros que oscilan entre la comedia juvenil y el retrato social para virar en su segunda mitad hacia unos derroteros que, entonces sí, nos regalarán buenas dosis de tensión salpicadas de humor negro merced a una escalada directamente proporcional al subidón que opera en el metabolismo de un grupo de chavales que se pasan de frenada en lo que se preveía una despedida de soltero entre las paredes de una casa alquilada en las afueras. Es otro tipo de “Hostel” (2005), a la bielorrusa y tal. Ya lo decía Groucho, lo de que el matrimonio es la principal causa de divorcio. Añadiría el factor 'fiestón descocado previo al enlace y como si no hubiera, ¡ja!, un mañana' como principal elemento constitutivo de provocar separaciones. Aquí además se cercena, se mutila y, hasta si me apuras, se hace palanca. ¿Ya sabéis aquello de dadme una y moveré el globo, no? Pues eso. 

Como era previsible, la música se hace patente en este contexto juvenil, reclamando su sitio en momentos puntuales y significativos del metraje, como por ejemplo ese preámbulo que nos introduce en la conversación de una pareja de agentes que departen acerca de los pormenores culinarios que rodean al universal perrito caliente, mientras farfullan un diálogo que exprime hasta el paroxismo las posibilidades de una temática tan limitada, si acaso tratando de ser un guiño a otra cierta clásica escena de “Pulp fiction” (1994). Amén del pasaje videoclipero y luminoso que cuelan hacia el ecuador, donde asistimos a uno de los escasos momentos de comunión plena entre el contingente de imprevistos desgraciados, “Spice Boyz” abrirá y cerrará la trama con sendos baluartes del rock setentero yankee por antonomasia: Creedence Clearwater Revival y Bob Dylan. Pero aquí los jóvenes no son enviados a la jungla vietnamita para morir por la patria. No, aquí se les mata torpedeándoles el futuro, en una guerra insidiosa que se cocina a fuego lento con el medido aderezo de diversas especias oportunamente administradas, mientras anhelan un porvenir regado en vino francés, con zapatos de tacón italianos y exposiciones fotográficas centradas en, qué sé yo, la Barcelona oscura. Pero ya se sabe que la mona, aunque se vista de seda... 


“Las dos partes en que se divide la narración están claramente diferenciadas, y si bien la primera no se hace tediosa, lo cierto es que se alarga más de lo necesario” 


De una forma discreta, sí, pero esta propuesta bielorrusa entretiene, y lo logra evitando caer en la mediocridad. Ya es algo, oye. Las dos partes en que se divide la narración están claramente diferenciadas, y si bien la primera no se hace tediosa, lo cierto es que se alarga más de lo necesario. No hacía falta tanta ida y venida a través de conversaciones de relleno para servirnos, a la postre, el consabido cuadro de una juventud sumida en la rutina y el desencanto, precarizada y hedonista. Y garrula. En todas partes cuecen habas, eso es así. Nuestros protas, aparte de drogarse, también incurren en las dudosas artes de cultivar fraseología de brocha gorda, aunque reconozco que eso de llamarle Lambada al compi que padece ostensibles dificultades motrices (Aleksandr Tarasov) me pareció un chascarrillo guasón que no deja de tener su punto. 

Exceptuando al cabeza de reparto, Alexandr Golovin, quien interpreta al exsoldado homófobo y 'ordenado', testosterona con patas, a punto de contraer matrimonio con la novia que le ha estado esperando dos años, el resto del elenco lo completan unos actores y actrices prácticamente noveles, siendo que para algunos de ellos esta es su primera incursión en el largometraje. Por su lado, fogueada guapamente en el formato televisivo, Margarita Abroskina nos da el contrapunto en el rol de Vasilisa, una suerte de 'final girl' a la legua y de inicio que, con todo, le valió el “best female role award” en el Kinoshok ruso del pasado año. Asimismo, de entre los certámenes por los que ha ido asomando “Spice Boyz”, desde Albania hasta Noruega pasando por Alemania o, de nuevo, Rusia, fue en el Ravenna Nightmare FF del país de la bota donde se llevaría el premio a mejor película. Presumiblemente esté en el Molins Horror FF, una más que buena oportunidad de pasar un mejor ratazo viendo cómo se lo montan los tetes bielorrusos en sus partis. Porque sí, amigos, esto está inspirado libremente en cierto suceso turbio que ocurrió allá por el 2014 en la región de Gomel. Tensión asegurada que, si bien juega 'fuera de campo' a caballo entre la trampa y la habilidad, no merece ser amonestada con severidad. Al contrario, es gracias a su valiente concurso que se aúpa hasta la holgada mitad de la tabla.


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