Crítica: The Divide

Hay veces en las que una mirada lo dice todo. Este el caso de “The Divide” y es que la nueva y esperada obra del francés Xavier Gens, se abre con una de estas miradas tan especiales, una mirada de incredulidad, la de una chica, atónita, a través del cristal de una ventana, observando como su ciudad, es literalmente arrasada por una fuerza desconocida y todos sus habitantes con ella. En el interior del edificio, los vecinos, enloquecidos, corren despavoridos como ratas dentro de un laberinto intentando encontrar un lugar donde ponerse a salvo. El sótano del inmueble, hogar del responsable de mantenimiento, se convertirá en un improvisado salvoconducto hacia la esperanza. Paradojas, o poesía, la cinta se cerrará dos horas después, con otra mirada muy significativa, otra mirada especial. Pero el significado de esta, tendréis que descubrirlo vosotros mismos.

Este amante del caos que responde al nombre de Xavier Gens, levanta el telón de “The Divide”, de forma muy parecida a como lo hiciera en su anterior trabajo, “Frontieres”. Es decir, con caos. En aquella ocasión, metiéndonos por vía intravenosa en el corazón de unos terribles disturbios en los suburbios de París. Ahora, hace lo propio situándonos como espectadores de primera fila de un jodido Apocalipsis, trepidante prólogo que da el pistoletazo de salida a una nueva dosis de cine apocalíptico y que de la mano de este irregular director (pues no olvidemos, que a parte de la recomendable y mencionada “Frontieres”, este tipo también es el papá de la aberrante “Hitman”), llega para revitalizar en cierta medida, un género, el del terror francés, algo estancado en los últimos años.

Cintas apocalípticas hay muchas y muy variadas, pero, a estas alturas de la partida, ya poco sorprendentes. Yo, en mis tiempos mozos, cuando no era tan cortito como lo soy ahora (¿factores? Muchos. Mucho alcohol, mucho heavy metal, mucho sexo…), era gran aficionado al ajedrez. Recuerdo, que una vez, alguien me dijo una cosa que se me quedó para siempre. Algo así como: “Rector, eres un pésimo ajedrecista, pero tienes una gran virtud, tus propias limitaciones te obligan a hacer las cosas diferentes y eso, te convierte en un peligroso rival”. Digo esto, no para hacerme el épico o intentar enamorar a quinceañeras románticas (ni por supuesto, para atribuir supuestas limitaciones a nadie), sino por que al señor Gens, alguien debió decirle una cosa parecida en algún momento de su vida (o eso, o se vio “Frontieres” unas cuantas veces y sacó conclusiones, por que si, la película tiene su punto, ese terror visceral suyo es la mar de válido, pero innovar, lo que se dice innovar…). Y es que para sorprender al espectador ávido de cine, con un relato apocalíptico, hay que hacer las cosas diferentes y Gens, lo hace con “The Divide”, pues el galo no tiene el menor interés en relatarnos el fin del mundo tal y como lo conocemos, su objetivo es relatarnos el fin de nuestra propia humanidad, el Apocalipsis a escala que se produce en nuestro interior al ser expuestos a una situación extrema. El Apocalipsis dentro del Apocalipsis. Este, es el principal punto diferencial entre “The Divide” y el resto de propuestas a priori similares, que hemos podido ir viendo estos últimos años.

Para poder hacer esto, se necesita, claro está, una buena materia prima. En este caso, unos buenos personajes a los que poder hacer evolucionar a lo largo del metraje. Ole, ole, ole tus huevos Gens, ahí lo clavas. Y señores, tenemos servida sobre la mesa, la otra gran baza de “The Divide”, sus personajes. Muchos y variopintos, pero sobretodo, con mucho recorrido. Es una gozada saborear a todos y cada uno de los individuos a los que les toca vivir (sufrir, disfrutar) esta pesadilla, descubrir sus distintas personalidades, tan solo un ligero sombreado en los inicios que se irá convirtiendo a medida que pasan los minutos, en un fuerte trazo dibujado con sangre y para hacer sangre, sobre nuestra sensible piel, como si rasgásemos a consciencia con una cuchilla afilada nuestras zonas más erógenas. EVOLUCIÓN. Así, en mayúsculas, pare que quede claro. Cada uno de los personajes, se verá inmerso en su propia lucha interior, en su propio apocalipsis de piscifactoría, para así, una vez hallada la propia catarsis, mostrarnos su auténtico yo. Este doloroso proceso de transformación, es la puñetera gracia de una película que además, tiene la jeta de abordar diferentes subgéneros y hacerlo siempre con elegancia, acidez y mucha coherencia. Intriga, drama, terror, humor… todo esto y más, se mete en la coctelera para luego, endulzarnos los labios mientras por supuesto, disfrutamos de la habitual fuerza visual del cine de Gens, muy bien alimentado además para la ocasión, con una banda sonora sencillamente, magistral. Totalmente adecuada a cada una de las distintas situaciones y tonos, que experimentaremos a lo largo del filme.

Ya para terminar, destacar también, el fabuloso reparto reunido para la ocasión, con el ilustre Michael Biehn (aka Kyle Reese) al frente y acompañado por rostros tan populares como los de Milo Ventimiglia (“Pathology”, “Heroes”), Lauren German (“Dark Country”, “Hostel 2”) o Rosanna Arquette (“Silverado”). Todos ellos, protagonistas de esta incomoda y apasionante función orquestada por Xavier Gens a partir de un guión de Karl Mueller y Eron Sheean, que conseguirá ponernos los pelos de punta en más de una ocasión sin la necesidad de recurrir al recurso fácil de la sangre y la violencia por que si, lo cual, no quiere decir que no contenga, violencia, digo.

Dos horas apasionantes, oscuras, enfermizas, incómodas, claustrofóbicas, diferentes. “The Divide”, la lucha por la supervivencia, comenzado ha. Y ustedes, que la disfruten.

Y esos ojos por dios, esos ojos…

Me arrepiento de no haberme ido con Bundy a verla a Sitges: La gran profundidad de los personajes. La historia, que es la de siempre, pero contada de otra manera. Su banda sonora y, por último, pero no menos importante, un grandioso Michael Biehn.

Hice bien en quedarme en casita jugando a la consola y dejarle todo el curro a mi amigo el psicópata relojero: Sus dos horas de duración. No por largas (yo soy de la idea de que cuando una cosa gusta, cuanto más dure, mejor), sino por que acabó a las tantas de la noche y por la mañana no había quien me levantase. Ah! Y por ser un poco cabrón (que lo soy), su secuencia final, aunque hermosa, previsible.