Los Ojos Sin Rostro (Les Yeux Sans Visage) es un extraordinario film a mitad de camino entre el terror y el thriller que dirigió Georges Franju en 1960 (año en el que también vieron la luz obras maestras del séptimo arte como Psicosis y El Fotógrafo Del Pánico) y que desgraciadamente es poco conocido por la mayoría de los amantes del cine. Esta joya que debe ser reivindicada ha influido enormemente en multitud de autores (De Palma, Carpenter, Cronenberg, Lynch, etc.) y películas posteriores (la última en mostrar sus clarísimas influencias es, ese querer y no poder de nuestro Pedro Almodóvar, La Piel Que Habito). Desde el primer momento que la vi (allá por el año 2002), esta hipnótica y terrorífica película se convirtió en una de mis favoritas dentro del género fantástico (y en concreto, aquellas que poseen un “mad doctor” como base argumental).
La historia es tan simple como potente y turbadora. Un eminente cirujano, Genessier (Pierre Braseur), que regenta una de las mejores clínicas de Paris y se encuentra desarrollando una novedosa técnica quirúrgica (heteroinjerto), intenta desesperadamente y bajo un gran sentimiento de culpa reparar el rostro desfigurado de su hija Christiane (Edith Scob) que ha sufrido un terrible accidente de tráfico, debido a una negligencia suya. En su anhelo, Genessier, tendrá la colaboración de Louise (fabulosa Alida Valli), una ambigua y enigmática secretaria-enfermera (y también incondicional esclava) que comparte un pasado turbio con el doctor. Esta buscará jóvenes que comparten ciertas similitudes físicas con la hija de Genessier, para una vez “engatusadas”, ser conducidas a la mansión privada del insigne doctor, la cual posee las instalaciones adecuadas para llevar a cabo sus experimentos (complejas operaciones de trasplante) y que se encuentra aislada en un frondoso y tétrico bosque. Al tiempo que afloran jóvenes desfiguradas y Christiane, de aspecto fantasmagórico, se derrumba angustiada por la vida de pesadilla que lleva, la (inepta) policía comienza a investigar el extraño caso de las jóvenes mutiladas.
La historia suena a sobada (de hecho hay miles de películas de temática similar y hemos visto cientos de ellas), pero este film tiene unas cualidades especiales que la convierten en una pieza única e irrepetible. Posee un detallismo estético casi documental, mostrándose en muchos instantes aséptica y distante, y a la par, tiene una contundente fuerza simbólica y surrealista que dota a toda la cinta de un hiperrealismo extrañamente lírico. Tal vez sea la frialdad y naturalidad con la que se muestran las cruentas acciones una de sus bazas más importantes. Impresiona hoy día la escena de la operación de trasplante de cara (con lo que no puedo imaginar lo que debió suponer para la época su visionado). Además, el guión, que corre a cargo del propio autor de la novela (Jean Reno) sobre la que se basa, de los prestigiosos Pierre Boleau y Thomas Narcejac (autores entre otras de Las Diabólicas y Vértigo) y Claude Sautet, no sólo se contenta con ser un film de suspense con tintes de terror, sino que trata de forma contundente y eficaz del sentimiento de culpa, de las atrocidades que es capaz de perpetrar el amor obsesivo, de los intentos de sobreponerse a los designios del destino y la necesidad de libertad, pero sin contener mensajes moralizantes, lo cual la habría lastrado enormemente (aquí se muestra, no se juzga).
Cuatro elementos sobresalen poderosamente por encima de todo el conjunto. La maravillosa fotografía en blanco y negro del gran Eugen Schufftan (Los Nibelungos, Metrópolis, Napoleón, Sucedió Mañana, El buscavidas, Lilith, etc.) que potencia intensamente las sensaciones de claustrofobia y siniestrabilidad, la partitura del maestro Maurice Jarre que enfatiza y enriquece con aires pesadillescos cada secuencia, la simplicidad (aparente) con la que están planificadas todas las escenas por parte de Franju que nos sitúa en el epicentro de la acción y las actuaciones de los actores protagonistas que están cargadas de matices y sentimiento. Estos elementos perfectamente conjugados consiguen una atmósfera inquietante, turbia y amoral que durante 90 minutos se despliega con ritmo pausado pero certero ante nuestros ojos generándonos sin que nos demos cuenta una sensación de desasosiego y malestar que alcanza su catarsis en un final trágicamente poético (que estoy seguro ninguno olvidará).
Esta recomendable (e imprescindible) película es la muestra perfecta de cómo crear suspense y terror sin necesidad de recurrir a efectos sonoros ensordecedores, gritos desgarradores continuos, casquería barata, carreras desesperadas por pasillos o bosques y asesinos carentes de credibilidad. Menju sabe infundir tensión y miedo con un estilo sutil y delicado, muy difícil de alcanzar en el mundo del cine y que desgraciadamente muy pocos han vuelto a repetir con resultados tan fabulosos. En contadas ocasiones una máscara vacía y desprovista de expresividad ha transmitido tanto horror y desesperación (creo, y es una hipótesis, que el maestro Carpenter vio unas cuantas veces esta película antes de decidir la máscara de Michael Myers).
5 comentarios:
Seductora crítica, Max, canto de sirena...pero pese a que todo lo que dices, me llama mucho la atención, algo me dice que no me va a gustar demasiado...seguramente me falle la intuición, pero creo que esta la dejaré pasar.
saludos
Creo que tienes razón, Missterror, en esta ocasión te falla la intuición. Creo que su siniestrabilidad bien entendida y su luminoso final te fascinarían.
Saludos.
Yo creo que esta película es maravillosa y que desprende una poesía mágica durante cada segundo del metraje.
A mi me fascinó en su momento y es una cinta muy especial para mi que me acompaña allá donde voy
Debe ser el verano que todo lo llena de color, pero es que ver una película de los 60, en estos momentos, no es lo que más me refresca...someday, someday...
TWG, suscribo lo que dices y lo comparto.
Saludos.
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