De entre todas las incógnitas que la vida ofrece y a las que rara vez da respuesta, siempre ha habido una que me ha intrigado sobremanera, supongo que por el hecho de que me toca directamente. Una cosa es que te cuenten los horrores de la guerra y otra muy distinta, vivirlos en primera persona. Estoy hablando del olor corporal de ciertos individuos. En el transporte público a primera hora de la mañana o a última de la tarde. En la cola del pan, del supermercado o de la consulta del médico. ¿Como es posible que se le pueda oler el sobaco a un tipo que se encuentra sentado a poco más de dos metros de ti? ¿como alguien que lleva un pantalón de marca que cuesta más que mi teléfono móvil puede apestar más a mugre que aquellos poco afortunados que cayeron en la ciénaga pestífera? Ahora conozco la respuesta: “The Drownsman”.
La historia del cine de terror está plagada de venganzas y de segundas oportunidades. La figura de aquel que regresa del más allá ya sea para vengarse de sus asesinos, ya sea para seguir perpetuando los horribles crímenes que ya firmaba en vida, ha sido harto explotada. Venganzas ha habido muchas. Algunas no han trascendido, otras, en cambio, han forjado leyenda. Alex Proyas relató una de las más sonadas con aquel magistral thriller gótico que fuera “El Cuervo” (“The Crow”, Alex Proyas, 1994) y dos años antes, Bernard Rose convertía en icóno del género (aunque de segunda) a un esclavo africano con “Candyman: El Dominio de la Mente” (“Candyman”, Bernard Rose, 1992). La palma pero, se la lleva un crío mongoloide que se ahogó en el lago de un lugar llamado “Crystal Lake” debido a la lujuria incontrolable de un par de jovenzuelos, dando inicio así a una de las franquicias de terror por excelencia: “Viernes 13” (“Friday The 13Th”, Sean S.Cunningham, 1980).
Pero si rentable ha sido la venganza de los corderos, más aun la de los lobos. Ni recordar hace falta a esa gallina de los huevos de oro que se sacó del culo el bueno de Wes Craven. En concreto, una que sentía especial predilección por los más pequeños de la casa y que lejos de vestir de blanco, lo hacía con un sueter a rayas rojas y negras y que al final de una de sus patitas, calzaba un bonito guante de fabricación casera para “jugar” con los niños. “Pesadilla en Elm Street” (“A Nightmare on Elm Street”, Wes Craven, 1984) se convirtió en toda una golosina para los aficionado al terror y Freddy Krueger, seguramente, en el asesino más relamido de la historia de éste.
“The Drownsman”, la nueva película de Chad Archibald, más conocido por sus labores como productor (“Antisocial”, “Septic Man”) que por sus méritos como director, donde se ha movido por las siempre pantanosas e ingratas tierras del cine de mercado doméstico, se engloba en esta segunda categoría de gente chunga e indeseable que regresa de la muerte para ser aun más chunga e indeseable si cabe. Por poner un símil político, como si nos deja nuestro gran presidente Mariano Rajoy (dios todopoderoso nuestro señor no lo quiera) y regresa reencarnado en un tal Albert Rivera.
Bueno, dejemos los terrores mundanos y regresemos a los de la ficción... y en esta, todos estos asesinos del inframundo han utilizado mil y una artimañas para llegar hasta sus víctimas a cual más imaginativa: Candyman los espejos, Freddy Krueger los sueños, Horace Pinker (hijo bastardo por cierto, del amigo Craven) la electricidad, Pinhead la ludopatía, Rajoy el capitalismo de amiguetes, Montrolo la hacienda pública, etc... pues bien, Sebastian Donner (aka “The Drownsman”), utiliza el agua como medio conductor para sus atrocidades. Allí donde hay agua, el tipo puede aparecer bien para darte un susto de muerte (susto ridículo en este caso), bien para llevarte a su mundo de peceras humanas y ahogarte en una de ellas.
Nos encontramos por tanto ante un slasher sobrenatural de manual en el cual, una víctima es perseguida por este asesino del más allá la cual, arrastrará también a la perdición a todos sus conocidos que por supuesto, pasarán del ateísmo inicial, al conocimiento de la aterradora realidad en sus propias carnes. “The Drownsman” no pretende ofrecer absolutamente nada más que esto, nada más que una serie B de marcado regustillo ochentero que igual, habría sido algo más digerible por aquel entonces pero que desde luego, a día de hoy, no puede más que llevarse hostias. No por concepto, pero si por ejecución.
“The Drownsman” comienza bien, el prólogo es sencillo pero efectivo y apunta maneras, prometiendo un frenesí que desde luego, no tiene continuidad en el resto de una función que se caracteriza por lo descafeinado de su desarrollo, abundancia de tópicos copiados (y mal) de las multiples referencias de las que mama directamente de la teta y que resulta previsible de todas las situaciones que propone, llegando a rozar muchas de ellas el más dantesco de los ridículos.
Al tal Sebastian Donner hay que darle de comer a parte. El tipo no sería lo que se dice un erudito en esto del arte de matar y su repertorio es mas bien escaso. Pero si matando es torpe, asustando llega a dar penica y todo. En este sentido y como daño colateral, es cierto que el espectador puede llegar a pasarlo muy mal. El hombre lo intenta, se coloca detrás de la víctima de turno en el momento apropiado, grita el “¡¡¡Uuuhhh!!!” correspondiente y le mira mal con la más atemorizante de sus miradas, pero el efecto no acaba de conseguirse. Vergüenza ajena en todas y cada una de sus apariciones.
"The Drownsman" fracasa también de manera estrepitosa en su necesidad de dar forma a un ecosistema sostenible en el cual dar cabida a todos esos organismos cinematográficos o clichés bien entendidos tan característicos del slasher fantástico de los ochenta a pesar del constante afán en recrear con mimo atmósferas y tempos. En este sentido, la total falta de carisma del villano, columna principal de todos aquellos grandes títulos de antaño, y la falta de química entre éste y sus presas, son losas demasiado pesadas para una película que lo intenta, pero que nunca consigue salir a flote y llegar hasta el mínimo exigido.
"The Drownsman" fracasa también de manera estrepitosa en su necesidad de dar forma a un ecosistema sostenible en el cual dar cabida a todos esos organismos cinematográficos o clichés bien entendidos tan característicos del slasher fantástico de los ochenta a pesar del constante afán en recrear con mimo atmósferas y tempos. En este sentido, la total falta de carisma del villano, columna principal de todos aquellos grandes títulos de antaño, y la falta de química entre éste y sus presas, son losas demasiado pesadas para una película que lo intenta, pero que nunca consigue salir a flote y llegar hasta el mínimo exigido.
Poco más se puede destacar (al menos positivo) de este nuevo intento de poner sobre la mesa con algo de gracia el típico slasher sobrenatural que tan bien funcionaba en otras épocas y que en los tiempos que corren, suele ser sinónimo de pérdida de tiempo mayúscula. “The Drownsman” es una cinta de terror de tintes domésticos que oposiciona para serie B, tópica, apática y carente del menor ápice de alma que se arrastra con más pena que gloria durante noventa larguísimos minutos a lo largo de los cuales no se consigue estimular al espectador ni en una sola ocasión y donde al final, éste, termina empatizando más con el asesino (por cutre), que con las propias víctimas, las cuales desea que se ahoguen antes de que lo haga él con su propio tedio.
Lo mejor: Su póster promocional y el intento de recuperar la figura del slasher sobrenatural.
Lo peor: Que se queda en eso, en intento.
6 comentarios:
NOTA MENTAL. No ver esta película
Saludos!
Rul T, desde luego yo de ti, no me mojaría :)
Saludos.
Me he reído lo que no está escrito con tu crítica por varios motivos, el primero y principal, porque me hayas descubierto el misterio que se esconde detrás el olor a choto de mucha parte del personal, que creí que era porque eran de condición cerda, pero no!!! resulta que no tocan el agua (ya ni hablar del jabón), porque están aterrorizados por si viene el downsman a por ellos...Sebastian Donner tiene la culpa de todo!!!
Ahora, el terror puro ha sido visualizar la reencarnación de Rajoy en la figura de Rivera, regresando del más allá con su discurso demoledor para sembrar el pánico...se me abren las carnes de pensarlo!!!
Respecto a la película, pues una pérdida de tiempo, monótona y tontorrona, que no aprovecha ningún recurso y que escribe la historia en círculos y círculos, haciendo que el tiempo no pase, y que creamos estar viendo la misma escena durante más de una hora. Lástima, porque, como apuntas, el inicio parecía augurar algo, al menos, entretenido.
El villano, horroroso, y las víctimas terribles (especialmente la Isabelle entrada en años).
Todo el rollo ese de que de una gota de agua se pudiera pasar de un mundo a otro, sin explicar realmente cómo esto era posible, resultó ser cansinísimo.
Otra película más que no tiene nada que decir, tan insípida como el agua.
Saludos
Missterror, me alegra que al menos te haya conseguido arrancar unas risas (aunque sea acosta de cosas tan serias como son la higiene y la política de este país, a cual más sucia) para compensar el mal rato que de seguro has pasado con "The Drownsman".
Poco más que añadir sobre un filme donde ojalá, lo más punible, fuera buscarle una explicación lógica a lo fantástico.
Saludos.
xDDDDDDDDDDD
Yo creo que hay gente que tiene excusa para todo con tal de no lavarse y luego hay gente que tiene una enfermedad que por mucho que se lave y se duche y se frote, su piel huele. Existe el TMAU, que es un fallo en un organismo del cuerpo que hace que tu piel, tu aliento y hasta tu pelo huele como a pescado. Y os aseguro que la gente se lava, pero hasta que no se cura, hueles a pez.
Luego hay otro síndrome que no hueles a pescado pero hueles mal a secas, que también es una enfermedad. Yo, por eso; ya nunca me quejo de la gente que huele mal, porque podrían ser guarros o podrían estar enfermos.
De la película... bueno, viendo la cara del malo, parece que se ha escapado del programa de antaño, Gladiadores Americanos y aquellos, amigos; no daban miedo, daban penica por mucho músculo que lucieran. Aunque me gustaba la prueba de subir la pared de roca, por lo que fuera
Como siempre, me voy por las ramas
TWG, me sobrepasas en ambas argumentaciones, así que lo dejaremos en que los políticos de este país también son unos enfermos y que los culturistas dan mucha penica porque se les meten sus partes para adentro :)
Saludos.
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