Hoy vamos a hablar de moda y consumismo, temas fehacientes que, desde una óptica alienada y truculenta, han asomado de una u otra manera en el cine de género. Desde la perspectiva de los propios protagonistas de la misma debemos citar “The Neon Demon” (2016, Winding Refn), un ejercicio de estilo denostado para muchos y fantástico para otros, en los que sueño y realidad conviven en un mundo lleno de crueldad y obsesión. Lo interesante de este filme, entre otras cosas como el vestuario, es su excelente tratamiento del color, con esos cromas apagados que se adentran en la psique de la protagonista y su camino hacia la autodestrucción. “Slaxx” (2020, Elza Kephart) en un tono de comedia de terror, nos cuenta la historia de unos pantalones asesinos que comienzan a matar a todo el personal de una tienda de ropa. En un tono mucho más comedido y satírico, el filme ataca directamente al consumismo posmoderno de las grandes marcas y entronca directamente con “In Fabric”, que hace valer un argumento parecido sin dejar de lado otras influencias como Argento o Mario Bava, a los que se homenajea constantemente en el uso de la imagen y el color.
“demasiado larga para mantener la atención del espectador, máxime cuando una cuarta parte de la película se sumerge en un hedonismo visual lleno de símbolos que no terminan de cuajar”
“In Fabric” (2018) parte de una premisa que mezcla ciertas tendencias de ambos filmes mencionados, y lo hace precisamente contando dos historias en las que el único punto en común es una tienda de grandes almacenes inundada en rebajas. Entre los productos en venta hay un vestido rojo maldito que servirá de hilo conductor y se convertirá en el auténtico protagonista de la cinta: en la primera parte, a raíz de una mujer asediada por la necesidad de sentirse amada por otra persona tras un divorcio duro y una vida infeliz en la que no encuentra motivación alguna; la segunda, en la historia de una pareja anodina cuya vida transcurre sin pasión.
Hay una cuestión interesante que merece la pena mencionar: en ambas partes, el centro comercial, la tienda de moda en rebajas, parte como la auténtica antagonista, la villana del filme que toma presencia en una misteriosa vendedora, un anciano angosto y turbio y, por supuesto, el propio vestido rojo. Sin desvelar el final de ambas historias, sí podemos comentar como el tono cambia de una a otra: mientras que en la primera el terror acompaña en un tono más seco la narrativa y se adentra en escenas más escabrosas y oníricas, la segunda parte tiene un sentido humorístico más presente, aunque una y otra particularidad también formen parte de todo el filme. Quizás sea cuestión de gustos, pero la primera mitad, protagonizada por una excelente Marianne Jean-Baptiste, resulta más sólida, menos sosaina y con un ritmo más interesante.
“crítica imperdible al consumismo desmedido que vivimos en estos días, donde el saldo o la rebaja convierte a las personas en auténticas bestias dispuestas a pagar por encima de sus posibilidades”
De Peter Strickland, su director, no podemos olvidar “Berberian Sound Studio” (2012), uno de los mejores homenajes que he visto al giallo tanto en su argumento como en la estética y la imagen, cuidada en esos tonos apagados que brillan a ritmo de sintetizador aumentando el desasosiego en un espectador que acude indeciso a la culminación de este. Aunque anterior, la película es más interesante que “In Fabric”, a la que la partición de la historia le juega una mala pasada en una duración demasiado larga para mantener la atención del espectador, máxime cuando una cuarta parte de la película se sumerge en un hedonismo visual lleno de símbolos que no terminan de cuajar. Hay escenas a las que cuesta pillarle el significado (esa masturbación del vejestorio), y otras se hacen, simplemente, demasiado largas. Jugando con los tonos rojo y negro (lo que, invariablemente, nos lleva a “Profondo Rosso” y “Suspiria”) y las imágenes escabrosas, la película se ahonda en lo turbio a través de la ruptura de ciertos tabúes y, por qué no decirlo, de la apariencia morbosa de determinados momentos bien seleccionados. En otras palabras, un caso arquetípico de filme capaz de dar una de cal y una de arena.
Hay dos cuestiones más que suscitan interés. La primera es el excelente reflejo de la sociedad británica en un nuevo ejercicio de realismo tan propio de la escuela de cine de la isla. El análisis de las clases trabajadoras alienadas en estancias grises y apagadas, sin pasión por su trabajo o su vida y conjuntadas en una suerte de voracidad consumista entronca con la segunda cuestión, esa crítica imperdible al consumismo desmedido que vivimos en estos días, donde el saldo o la rebaja convierte a las personas en auténticas bestias dispuestas a pagar por encima de sus posibilidades en un entorno, precisamente, donde lo barato se hace caro. Ese es uno de los leiv motiv de la película, sobre todo de la primera parte, pero también del final, acertado y no exento de humor, en el que una pelea entre dos mujeres por pagar iniciará una secuencia sorprendente en todos los sentidos, pero que deja con la sensación de entender qué nos quería contar el director, aunque el camino haya sido tortuoso y no exento de baches.
“In Fabric es esa película interesante a la que demasiados giros sobre sí misma y lo largo de su metraje le restan puntos”
Las interpretaciones del elenco principal cumplen sobradamente, destacando el excelente papel de Sidse Babett como vendedora con unos monólogos fantásticos (merece la pena, más que nunca, un visionado en versión original) y unas miradas que nos recordarán indudablemente a la Samantha Robinson de “The Love Witch” (2016), otra película de la que emula el gusto por la estética y por un personaje femenino poderoso, en la primera como antagonista fatalista a diferencia de la segunda, con ese papel protagonista antiheroico. Tanto da uno que otro: la actriz es capaz de comerse la pantalla y producir escalofríos con esos primeros planos de unos ojos que atraviesan, entre cultismos, los ojos y la mente del espectador. Brillante.
En definitiva, “In Fabric” es esa película interesante a la que demasiados giros sobre sí misma y lo largo de su metraje le restan puntos. No le faltan aciertos en el apartado técnico, bien llevado y con un tratamiento del color interesante, bien referenciado y que esconde sin tapujo sus influencias. Pero hay, quizás, un exceso de turbiedad en sus imágenes, no por gravosas sino por excesivamente duraderas, con un aparato simbólico que, en ocasiones, se hace demasiado incongruente, o por escenas cómicas pesadas que se reiteran restando valor al producto final. Merece, no obstante, la pena si tenemos paciencia y nos colocamos en la perspectiva de estar viendo una cinta indie llena de personalidad, con un discurso significativo en torno a la moda y al consumo muy actual, en el que los maniquíes figuran como auténticos protagonistas, modelos sin personalidad que parecen representar una sociedad posmoderna sin sentimientos, dedicándose en cuerpo y alma a perpetuar una vida vacía llena de satisfacciones inmediatas a las que no renunciaremos por nada del mundo.
2 comentarios:
Excelente texto Astinus. La vi hace bastante y me gustó algo más que a ti, le hubiese puesto fácil un siete. Creo que la crítica está ahí como "excusa" narrativa, pero creo que Strickland va a regodearse en el aspecto visual más que nada, que es donde la película se hace grande. Con esas expectativas iba yo y por eso creo que acabé más convencida.
Un saludo!
Hola Nellie,
Totalmente de acuerdo, reflexionando sobre ella caí en la cuenta de esa búsqueda de generar experiencias narrativas que vayan más cercanas a cómo lo vemos que al hecho de qué vemos en sí. Y eso está muy bien conseguido, especialmente con el juego de cromas y con ciertos planos, especialmente en su primera parte para mí, que son toda una delicia. Y ahí gana enteros todo el producto con diferencia =)
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