Hola, mi nombre es Paul. Un honor para mi visitarles en su particular casa de los horrores. A mi lado tengo a mi coleguita Peter. Va vestido de blanco, igual que yo. Y está tan embobado mirando cómo aporrean mis dedos el teclado del ordenador que dudo mucho que se entere de lo que está apareciendo en la pantalla. Veamos, probaré a escribir, por ejemplo: Peter es un perfecto gilipollas. ¡Uao, vaaaya, menudo codazo me acaba de largar! Y yo pensando que no sabías leer, jajaja. Peter también se está riendo ahora. Nos reímos mucho los dos juntos. Nuestros juegos son divertidos.
No me planteo el motivo de por qué jugar me parece tan divertido. Puede que los locos se pasen sus vidas de locos intentando encontrar la razón. La razón de su sinrazón. Un loco, por definición, debe buscar la razón. Sólo que yo no estoy loco ni por asomo. Y no acostumbro a comerme el tarro. ¿Sabéis a qué se deben estas simpáticas arruguitas de mi frente? Pues no son de pensar.
Nadie sabe lo que hago, salvo yo, mi compinche... y mis víctimas. Pero, si los demás supieran que hago lo que hago, y me preguntaran que por qué hago lo que hago, les tendría que responder que ni yo mismo lo sé. Es cierto que mis víctimas, con ese histerismo propio de los momentos finales, parecen sentir una curiosidad malsana por mis motivaciones. Preguntan entonces: "¿Por qué?" "¿Por queeé?" "¿Por queeeeé?" Pero no es sino una pregunta retórica, un estúpido intento de restringir las fronteras de ese espacio acotado de dolor inmenso, vedado a la compasión, que les reservo. Un último y tenue golpecito de su consciencia, que se va deshinchando al mismo tiempo que los pulmones: "¿Por qué?" "¿Por queé?" "¿Por queeeé?" Varía el número de "es" de una víctima a otra, pero acostumbran a realizar la pregunta en esos términos. Más o menos. Yo les miro directamente, sabiendo que en el fondo de mis ojos ellos obtienen su respuesta.
A mí, por contra, me cuesta entender por qué no juegan ustedes, con lo tremendamente divertido que puede llegar a resultar. Máxime cuando veo en qué clase de entretenimientos emplean ustedes su tiempo libre. Bonito término: tiempo LIBRE. Me ha sorprendido desde siempre esa agresividad pasiva, concupiscente y morbosa que anima el ocio de los hombres. No logro entender la delectación con que contemplan la violencia y el odio que inundan las pantallas. Puede que, al igual que yo, busquen la sorpresa, el voraz asombro. Tal vez sea esa la respuesta. "¿Por qué?""¿Por queé?""¿Por queeeé?", gritan ellos. Pues porque buceo en ese río cuya superficie perfectamente quieta, oculta una corriente que fluye con fuerza rabiosa bajo la piel del agua. Un río que refleja a quien en él se mira, y en el que sólo unos pocos osamos zambullirnos. Sólo los elegidos pasan al otro lado del espejo. Basta traspasar con un dedo del pie la cristalina superficie, para que la fría y procelosa corriente nos arrastre, para siempre. Una película fina. Polisemia por partida doble. Peter vuelve ahora su cabezota para mirarme, jaja, se ve que le ha gustado la metáfora fluvial, qué momentazo, Heráclito, va a resultar que sirvo para esto. La búsqueda de la sorpresa, oh, sí. Es el juego más divertido. (La sorpresa tiene el sabor de la fresa, el encanto de la presa, estoy pensando visitar a una monja para hacerla mi sor presa). La sorpresa que leo en sus ojos mientras les voy atando, su asombro infinito, esa boca que se abre como un hoyo de golf, 108 mm de diámetro que esperan a que yo haga un ace perfecto. Una boca. Un agujero. Mis pelotas. Un solo golpe. El golf es otro juego divertido. Hablando de bocas abiertas y de asombro, ¿qué me dicen de la proliferación en la web de tanta páginas como ésta que suscribo? ¿No es para quedarse boquiabierto cuando uno asiste al espectáculo del cotidiano culto al horror que la mayor parte de nuestra sociedad practica y padece? El aumento exponencial de esta clase de comportamientos es un claro síntoma del deterioro moral circundante. Esto es lo que pretende denunciar Haneke en su film, a la par que enviar un mensaje subliminal pacifista. A mi no me miren, es lo que dice él. El procedimiento deconstructivo empleado por el director alemán funciona por saturación, por sobre-exposición. Emplea una variante del método Ludovico para reformar a una sociedad en la que todos nos llamamos Alex. Puede parecer polémico, aún escandaloso. Yo creo que es fascinante. Una sociedad cada vez más enferma auspicia la aparición de individuos tan sanos como Pit y yo. Curioso, me han entrado ganas de fumar. Tanto mensaje subliminal.
Pedimos violencia. Haneke está ahí para servirnos: ¿Que necesitais un poco de miedo para poder esquivar el aburrimiento? Pues ahí lo tenéis. ¿Que queréis una mujer hecha de macabras perversiones, una muñeca hinchada con vuestros terrores favoritos, a la que penetrar insistentemente, clavársela como se clava un cuchillo, una y otra vez? Pues adelante. ¿Tal vez precisais de un poco de horror de sobremesa en el que hincar los fatigados dientes, esos mismos dientes en los que el sabor del almuerzo y del café se confunde ya con el color de la sangre que la pantalla vierte sobre vuestros ojos, ojos rojos, ese mismo color que mezcla vuestro cerebro, como un enfermizo DJ, y que ya no es color, sino sabor que vuelve a la boca, a la lengua, a los dientes? No os privéis de nada, muchachotes.
Los dientes. Argumentos incisivos. Si estoy con vosotros es porque el persuasivo Sepulturero Torero me mostró unas poderosas y punzantes razones que brotaban de sus encías. Dada mi exquisita educación, no quise parecer descortés. Su afilada oratoria me convenció de que declinar su oferta me habría costado un par de agujeros en la yugular. Accedí pues a mostrar mi lado más tenebroso, así como a intentar explicar que soy rebelde porque el mundo me hizo así y porque nadie me ha tratado con amor. (Sí, claro, ahora va a resultar que todo lo guay que es uno es mérito del mundo, menuda gilipollez, venga ya, Jeannetita, jajaja. Soy el que soy por méritos propios).
Lo de la violencia y el terror en el cine no deja de ser algo vulgar, si se para uno a mirarlo un poco. No es de extrañar que os fascine a vosotros, la masa boría. Sois esa chusma sin ingresos suficientes que os permitan alejaros culturalmente de las sectas de la sangre para participar directamente en la verdadera fiesta. Seguro que un actor porno piensa lo mismo de sus seguidores. Él folla y otros, mirándole hacer, se pajean. Yo mato y otros, mirándome, se siguen pajeando. Los músicos tocan en un escenario mientras la concurrencia, enfervorecida, les aclama -o les lanza tomates- desde allí abajo. Pero no olvidemos que los de la chusma no sabéis tocar.
Se preguntarán qué hace un señor como yo inmiscuyéndose en lo que ustedes consideran un agradable divertimento, tan a menudo compartido con sus seres queridos, una necesaria escapadita de la estresante vida laboral y ¿por qué no reconocerlo? también de las tediosas tareas domésticas, obligaciones aparcables en doble fila, sobre todo si nuestro sufrido cónyuge colabora haciendo a un lado su propio auto. Su propio auto de fe en que el necesario reparto de las cargas del santo matrimonio es equitativo: cariño, recoge los platos y acuesta a los niños que yo voy a estar ocupado viendo cómo despellejan a esta chica desnuda.
Corría el año 1995. Funny Games vería la luz un par de años después. Yo estaba en un bar de Munich, charlando distendi- damente con Pit hasta que me dió por cagarme, en voz bien alta, en los muertos de todos los habitantes de Dusseldorf. No era nada personal, nunca lo es. Unos clientes de papá -me gusta decir papá, sé cuánto os jode-, naturales de dicha ciudad, simplemente acababan de abortar una importante operación financiera, a resultas de la cual yo iba a ver demorarse durante varias semanas el ingreso de un nuevo lamborghini en el garaje de mi flamante casa. Es lo que diferencia a los de nuestra clase de vuestra chusma despreciable: nuestros padres pierden el culo para aplacar nuestra insaciable sed. Los vuestros ponen el suyo en pompa para que se la metan doblada, quedando obligados a matarse a trabajar y a gastarse la nómina comprando lo que producen nuestras empresas. Ése es nuestro slogan ¿eh, Pit?: ¡Hasta que suelten el último céntimo, hasta que expiren su último aliento! jajaja, ése es mi Pit, ahí lo tenéis, gritando nuestra consigna al unísono conmigo. Así funciona el mundo. Y funciona de maravilla, si queréis saber mi opinión.
Total, que yo andaba poniendo de vuelta y media a la población de Dusseldorf cuando aquel abuelo, sentado frente a la barra en su taburete, dijo:
- Por favor, caballero, repórtese. Yo he nacido en Dusseldorf.
- Ciudad pródiga en vampiros, por lo que veo.- Dije yo sobre la marcha. No me reprimo en momentos así. Nunca desperdicio una ocasión para el insulto. El anciano no se inmutó. Más bien mi ofensa pareció activar algún resorte en su interior, un mecanismo ancestral que propició el acercamiento. Movió su taburete para arrimarlo con cautela un par de palmos, lo justo para poder entendernos sin tener que alzar la voz. Empecé a valorar la posibilidad de romper mi vaso en el mostrador para hacerle una extirpación ocular casera y luego salir de allí, con Pit y pitando. Pero no fue necesario. El abuelo se puso a hablar con voz calmada.
- Ignoro que le lleva a hablar así de mis paisanos, pero debo admitir que usted ha despertado mi interés desde hace un buen rato.
- ¿Y eso?- inquirí fingiendo desinterés.
- Hago películas. En ellas analizo el lado más oscuro del hombre, la parte más salvaje del ser humano. Y usted está lleno de toda la mierda que yo retrato.- Aquello me halagó, mira tú por dónde. Un artista había radiografiado mi alma y había detectado en ella, rápidamente, lo que la policía tardaría décadas en averiguar, si es que lo averiguaba alguna vez. Aquel tipo y yo estábamos en la misma onda, oh yeah.
- Vaya, - dije, todavía burlón-, otro director de cine que centra su obra en la violencia. Cuénteme algo nuevo, abuelo.
- Soy Michael Haneke. No soy otro director. Me propongo filmar una historia en la que la violencia quede constantemente sublimada: nada de sangre, nada de barrocas peleas ni enfrentamientos. Quiero que la violencia quede fuera de campo, que sea... como una voz en off. Y creo que ustedes tienen una historia que contar. Así que tal vez deberíamos hablar.
- Tal vez.- Dije firmemente convencido de que así era.
Y ya lo creo que hablamos. Dos horas más tarde habíamos alcanzado un interesante acuerdo económico en el que Haneke nos compraba una divertida historia sobre unas recientes jornadas lúdicas en las que, bien colocados a base de violentina, le dábamos un paseo a la mala bestia que llevamos dentro. La violentina es una droga, de diseño personal, que combina sabiamente cocaína, éxtasis, metanfetaminas y canela en rama, cosecha de la casa, que potencia nuestras ya extraordinarias aptitudes para la marcha. Suele aderezar nuestros divertidos juegos. Al final de tan amena charla se me ocurrió una brillantez, modestia aparte:
- ¿Podrías hacer que el actor que encarne mi personaje se dirija a cámara? Eso involucrará al público.
- No sé si eso es una buena idea. - Dijo el abuelete. En realidad tendría unos sesenta, ¿sabéis? Pero para mí, todo aquél que pase de los cuarenta,... un puto anciano.
- Es un recurso que ya empleara Velázquez en su momento, Mike -insistí con firmeza-. Fíjate en Las Meninas. O en La Rendición de Breda. Velázquez, tío.
- Veré lo que puede hacerse. (Eso es, eso es)
- ¿Cómo dices?
- Nada, nada. (hummm)
Pit, en un momento en que el director nos estaba explicando unas incidencias del film, preguntó "¿Puedes rebobinar?" Porque el muchacho no había pillado algo, no se enteraba, ya sabéis. Y al viejo se le iluminó la cara con una sonrisa arrugada. Decía: "Peter, eres un genio; eso es, rebobinar es la cuestión. Tengo que explicar eso a los críticos". La verdad es que el método Ludovico II de enfrentar al espectador con sus violentos deseos asesinos es muy efectivo, funciona como una reducción al absurdo de vuestra pretendida buena conciencia. Y daos cuenta que digo "vuestra". Las conciencias de Pit y la mía no existen, se las llevó la corriente, junto con el amor al prójimo, los falsos prejuicios, la hipocresía y todo lo demás. A la vuestra cualquier día le puede pasar lo mismo. (Yo creo que al viejo le remuerde su conciencia ser tan jodidamente lúcido, se cree un enfermo cuando en realidad está tan sano como Pit y yo -no sé por qué me han entrado ganas de fumarme un cigarrito aliñao-, el hombre anda siempre buscando toda clase de justificaciones que luego nadie se cree. Relájate, abuelo, Disfruta de tu fiestecita, no te quedes en ese rincón hablando con los gafapastas, con los fularoides, con los palestinlovers, con los cucharitanelcafés.)
La escena del mando a distancia fue pues idea de Peter, aunque Haneke se empeñe en decir lo contrario. Pit es un poco lento, ya sabéis, ahora no puede darme codazos porque se ha quedado dormido el muy melón, hilillo de baba incluído. Así que no cayó en la cuenta de estos razonamientos, como tampoco en que Haneke justificara su película diciendo que no es una apología de la violencia, sino que se trata de una crítica soterrada al afán destructivo que subyace en los seres humanos, bla, bla, bla. Pero fue idea de Pit. Cierto que Haneke, el tío chorizo, la cubrió del barniz necesario para convencer a la comunidad de soplagaitas incondicionales de su cine. En las tertulias y círculos críticos él soltaba ese rollo de enfrentar al espectador con el monstruo que lleva dentro (os lo digo desde ya, hay que sacar a esa bestia a pasear, dadle un paseíto pero de verdad, capullos), ese mismo monstruo que le ha arrastrado al cine, tirando fuerte de la correa, para asistir a una película de violencia desestresante, violencia terapeútica tipo "La Matanza de Texas", "Viernes 13" y toda la demás bazofia de majaretas con careta. Majaretas que no han entendido nada de nada, pues lo más emocionante es jugar a cara descubierta.
Y es justo en la única escena de violencia explícita, y única que se ejerce contra los intrusos que han venido a turbar la paz del hogar, cuando al bueno de Haneke le da por hacer algo insólito. El público ya se levanta de sus butacas para aplaudir, eufórico de adrenalina, cuando de repente, en una vuelta de tuerca sin precedentes, el jodido abuelo les hace a todos un corte de manga con rewind, dejándoles con un palmo de narices y moqueando afán destructivo por todos lados. Desde entonces las moquetas de los cines son más moquetas que nunca. Sí señor. Cómo me río cada vez que veo esa escena. En argot pugilístico eso es amagar un jab para soltar un uppercut.
Tal vez me esté alargando en exceso , no sé, cualquier parecido con una crítica va a ser pura coincidencia, pero me da igual. Yo voy por libre. Dos agujeritos en la garganta más que menos, qué más da. Más se alarga Haneke. Cuando algún alumno de cualquier academia de cine levanta la mano para preguntar qué es un plano secuencia, el profesor se la secciona limpiamente lanzándole un CD de este tío pesao. No hace mal cine, no quiero decir eso. Pero el abuelo se recrea, seamos claro. El recreo da lugar a juegos divertidos. En el recreo me la meneo. Es como si el actor porno quisiera quedarse ahí, dando y dando, hasta que nazca el niño ¿me explico? Está por ejemplo esa escena, diez minutos de plano fijo ¿Quién se puede atrever a tanto? M. H., el vampiro de Dusseldorf debe ser muy grande, y yo sin enterarme.
El arranque de la película es brutal. A la música de Mozart que suena en el interior del vehículo se contrapone una agradable mezcla de heavy metal salpimentado con chirridos de motosierras, un hallazgo brillante, pero casual. Me explico. Yo llevaba unos cascos un día en el que él andaba en su despacho con el productor, haciendo unas correcciones al guión, un tranquilo ambiente de trabajo. Él me vió con los cascos a todo volumen. Le veo que se dirige a mi y hace ese inequivoco gesto de ¿ué escuchas? Me los quito y se los paso. Era un disco de Uriah Heep, creo. Él, tras un par de segundos en los que torció el gesto con desagrado, se quitó los cascos y dijo: "Eso es, eso es". O sea que de original nada.
Aparecer vestidos con sendos uniformes de tenis no fue difícil. El look pijo-casual por antonomasia. Apariciones. Apariencias. Nos gusta el blanco, frío, limpio e inmaculado. En el blanco la sangre luce tan bonita... Después se quema la ropa y andando. Hay pasta de sobras para comprar toda la que queramos.
Meter a un niño en el reparto siempre da mucho juego. Dicen que Tim Roth participó en la versión americana que el propio Haneke filmó, copiando plano por plano la original, en el 2007. Pero se negó a verla porque el chiquillo protagonista le recordaba demasiado a su hijo. Le daba mal rollo, pobre hombre. A lo mejor un día de estos nos pasamos a hacerle una visita a Tim y a su retoño, para que aprenda a apreciar la diferencia entre una raja y... una navaja.
¿Quieres escribir algo para despedir esto, Pit? hd9wefohehfg`weur0uuv+hewvh, koasdhohukillkillkillgasduhg9erhgco00'wef vale, vale, déjalo, lo tuyo son las matemáticas, amigo.
En definitiva, si aún seguís creyendo que estáis ante una película -o tal vez ante un "ejercicio de estilo", como a Haneke le gusta decir-, es que no os habéis enterado de la película, valga la redundancia. Él tan sólo tomó la cámara y grabó la violencia en estado puro, sin medias tintas, sin efectos especiales, sin retoques digitales, sin planos aberrantes, sin tomas efectistas, sin grandes alardes en las actuaciones, sin un argumento sumamente original, sin una historia con demasiado sentido, sin látex, sin bótox, sin silicona. Fundó la escuela Yopasabaporallí. Trincó la cámara con una grosera mueca de placer en su rostro. Él le dió al REC y nosotros al PLAY. Todos a jugar. Porque así es la violencia de verdad, señores, la que le puede pasar a cualquiera que se suba la cremallera, cualquier día, con quien menos espere. Y, para colmo, el muy cabrón no dejó que os quedárais tranquilitos sentados como meros espectadores (violencia pasiva terapeútica), sino que os hizo cómplices de esa otra violencia (violencia salvaje y gratuita nuestra, tipo celebración de gol futbolero), consiguiendo que el horror de la película os alcance como un escopetazo en pleno pecho, al convertirse en pánico hacia vuestros propios instintos. Haneke dice: ¿No queríais cine violento? Pues no sólo voy a daros dos tazas, sino que además os las voy a escupir a la puta cara.
Lo más divertido de este juego:
1) Veros salir del cine con las caras desencajadas, con la absoluta certeza de que esa noche no dormiréis tranquilos.
y 2) Haber ganado un buen dinero que emplearemos para improvisar nuestras próximas jornadas lúdicas, puede que cerca de vuestra casa.
Las partes más aburridas de este juego:
1) El manido discurso pacifista gafapasta que acompaña a esta peli como una maldición lapidaria (lapidaria, de lapa),
2) lo poco que aporta Haneke con esa dirección minimalista en la que se enzarza, robándonos las propuestas más interesantes a mí y a mi socio.
y 3) que, aún sin saber por qué, seguiréis pidiendo más violencia gratuíta (aunque si vais al cine, ya no lo será tanto).
5 comentarios:
¡Uaooo, qué bien ha quedado, tío! me gusta (un huevo) la foto que habéis elegido para la presentación, la que está en el "tío vivo". Los dos bicharracos parecen preguntar al pobre padre de familia: "¿Tiene usted huevos?". Muy provocador, aunque políticamente incorrecto ;)
Ha quedado perfecto, SuperRector. Me voy a jugar un rato al golf con mis nuevos amigos pijos, para celebrarlo.
Graciaaas
Ya te digo, esa imagen fue hecha para esa frase, además, lo politicamente incorrecto es el pan nuestro de cada día.
Tendría que haber hecho caso a mis padres y haber estudiado mas, entonces, igual podría entender en su totalidad esta pequeña maravilla que te has cascado, pero bueno, poco a poco voy desgranando todos sus pétalos. Sin palabras. Y eso que a mi, no me gustó nada de nada (creo que está es muy superior en cuanto a su capacidad para incomodar que por ejemplo, Martyrs), aunque reconozco, que en el fondo, Hanneke consiguió lo que quería.
Michael Haneke debería añadir esta crítica a los extras del DVD de Funny Games...
Esta película me hizo sentir muy incómoda, me hizo sentir mal, como si fuera cómplice de la historia...y me dejó algo tocada durante días. No he visto el remake (ni lo veo necesario, ni me apetece verlo), pero desde luego que Haneke se salió con la suya...Terror (del auténtico) en estado puro.
Excepcional,fascinante,hipnótica...la película también!
Llamadme garrulo pero este film me parece una tomadura de pelo muy grande.
No me produjo incomodidad, ni miedo, ni me asustó. Eso si, consiguió enfadarme.
Con "El video de Benny" (que tampoco me gusta) si consiguió incomodarme, quizá por repetir la matanza del cerdo hasta la saciedad.
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