American Gods se basa en la novela homónima del escritor Neil Gaiman publicada en el año 2001, que alcanzó un éxito notable ganando los premios Bram Stoker, Nebula y Hugo, entre otros. La relación de Gaiman con el cine siempre ha sido constante, muchas de sus novelas están adaptadas a la gran pantalla (Stardust, Coraline), y también es habitual verlo firmar como productor y guionista. Participó en varias adaptaciones y escribió guiones como el de MirrorMask o Neverwhere, también el de Beowulf (2007), en este caso conjuntamente con Roger Avary (que para mí es el director que consiguió la mejor adaptación de un libro de Breston Ellis con The Rules of Attraction, 2002).
Curiosamente en este caso el guión no es del propio Gaiman, es de Bryan Fuller (de la serie Hannibal) y Michael Green, ambos creadores de la serie y que nos ofrecen una interpretación del libro con luces y sombras. Aunque todo sea dicho, aun habiendo leído la novela hace ya bastantes años, soy consciente que la adaptación de un argumento tan disperso como éste no es sencilla. La trama es bastante ambiciosa y un tanto difusa, lo que genera una cierta dificultad a la hora de seguir el hilo argumental en algunos momentos.
Leyendo algunos comentarios sobre la serie veo que hay una corriente que considera que la serie se va haciendo más interesante al final, cuando la trama se empieza a entender de una forma un poco más clara. Yo me sitúo en la corriente totalmente contraria, el inicio me parece (una vez más), mucho más interesante que los últimos capítulos, que a mi entender no logran alcanzar el clímax que sugería la idea inicial. Para mí, novela y adaptación televisiva comparten las mismas virtudes y los mismos problemas, por un lado tienen un gran comienzo que sabe como enganchar, y por otro, la historia se va haciendo confusa y no queda muy claro hacia dónde nos está llevando ese viaje que emprenden los dos protagonistas, con el riesgo implícito que ello conlleva hacia una pérdida de interés.
Estamos ante una historia onírica, que de forma indirecta le pega un repaso a la situación actual de los EEUU. Es la historia de Shadow Moon, que al salir de la cárcel conoce a Wednesday y que juntos iniciarán un viaje a través del país en el que se palpa una inminente y extravagante batalla entre los dioses antiguos y los dioses modernos. Con el ansia de poder de fondo, queda claro que la situación derivada de la evolución del mundo no es fácil ni para los dioses, que se ven desplazados y debilitados por una sociedad moderna con nuevos valores, nuevas necesidades y nuevas creencias.
Si hay algo en lo que es más fácil llegar a un consenso es que a nivel visual y estético la serie es sobresaliente de principio a fin, empezando por los créditos. Leí el otro día en un periódico de gran difusión un artículo sobre esta serie cuyo título era “American Gods, una serie preciosa en la que nada sucede”. Estos pareceres que están siendo mayoritarios dejan clara la supremacía en esta adaptación televisiva de la parte visual sobre la parte argumental, que como mencioné anteriormente no es fácil de plasmar dadas las pretensiones de un libro denso y complejo.
Haciendo un repaso por los directores encargados de materializar esta adaptación queda claro que la calidad de la misma se podría dar por presupuesta, ya que por la dirección de los capítulos pasan nombres conocidos como Vincenzo Natali (Cube, 1997), David Slade (30 Days of Night, 2007), Sigismondi (The Runaways, 2010) o Zobel (Z for Zachariah, 2015). Si entramos en un análisis técnico está claro la serie apostó por la calidad en todos los apartados, la música también está muy cuidada, compuesta en su mayoría por el colaborador habitual de Sofia Coppola, Brian Reitzell, al que Mark Lanegan pone la voz en varias de sus canciones, y también se pueden reconocer temas de Bob Dylan, la Creedence o The Band.
Los dos protagonistas son Ricky Whittle e Ian Mcshane, siendo el segundo el que lleva el peso de la serie con una interpretación convincente del complejo señor Wednesday, personaje central de la trama al ser el que mueve los hilos de lo que pasa a su alrededor. Del actor Ricky Whittle ya no podría decir lo mismo, pues es un claro ejemplo de la evolución de la serie, comienza muy bien, demostrando ser una buena elección para el papel de Shadow, y sin embargo en los últimos capítulos su actuación va perdiendo fuelle y transmite la sensación de encontrarse tan perdido como algún que otro espectador. Es decir, que empieza con personalidad propia y se acaba diluyendo como una marioneta que gira en torno a las excentricidades del personaje de Mcshane. Completan el reparto en roles de gran protagonismo Emily Browning (la mujer de Shadow), Pablo Schreiber (Sweeney), y los conocidos y fácilmente identificables Crispin Glover, Gillian Anderson, Peter Stormare y Jeremy Davies.
En los últimos capítulos la serie pasa a ser un poco cargante y personalmente me costó un poco seguirla, uno empieza viendo algo importante, con sensación de profundidad, y luego parece que acabas metido en un número musical de Tim Burton como el de Charlie y La Fábrica de Chocolate. Menciono a este último director porque hacia el final, principalmente en el último capítulo, hay cosas que me recuerdan a la estética empleada por él. Aún así, no puedo dejar de subrayar que pese a sus imperfecciones, la línea argumental tiene momentos muy interesantes y atrevidos, que hacen que la serie en su conjunto valga la pena, tocando temas tan dispares y de actualidad como las nuevas tecnologías, la religión, el Islam, la xenofobia o el preconcepto.
Si alguien espera que la segunda temporada, confirmada, ofrezca un argumento más concreto le diré que no lo creo conociendo el devenir de la historia, ya que lejos de facilitar la compresión continúa en esa la línea excéntrica e imprevisible. Aunque desde la productora Starz avisan que tendrá más ritmo… (Por algo será).
Lo mejor: Muy bien hecha, particularmente potente en su apartado visual, y con un argumento que abarca problemáticas de gran actualidad. Creo que es una de las propuestas más interesantes del año.
Lo peor: Pese a su buena factura es imperfecta en todos los sentidos, no consigue centrarse en la línea principal del argumento y cada vez que esto ocurre pierde profundidad. Por momentos se me acabó haciendo confusa y cargante, lo que ya me pasó con la propia novela.
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