Es innegable que, dentro del mundo latinoamericano, Argentina ha sido especialmente prolífica en el cine de género en los últimos diez años. La mayoría de las producciones de terror del sur y centro de América vienen de México y de la tierra de Borges, lo cual no implica que haya una calidad determinada. La nueva generación de cineastas argentinos (Onetti, Daniel de la Vega, Calzada) han jugueteado con diferentes subgéneros atendiendo siempre a los estándares palomiteros y las fórmulas explotadas con éxito anteriormente. Más allá de la innovación, quizás el mayor problema de sus películas sea el escaso presupuesto y la falta de inventiva para encontrar otros modos de generar tensión y ofrecer espacios y/o momentos aterradores.
“El cine argentino debe encontrar la forma de construir una identidad cuando desarrolla cine de terror”
De esto hay varios ejemplos: “Luciferina” (2018) se movía en el terror psicológico con monjas, demonios y jump scares de manual donde faltaba un guion más coherente; “Los olvidados” (2017), si bien tenía un trasfondo interesante en torno a las causas de destrucción del lugar donde se desarrolla la historia, este queda supeditado al enésimo homenaje a Leatherface con poco sentido y demasiada reiteración de arquetipos.
Como estos, son varios los ejemplos que se mueven en estos años entre la aspiración y la búsqueda de un sentido propio que le de fortaleza como generación. No sorprende que en España nuestras mejores películas de terror tengan un componente castizo importante en las localizaciones, los gags o la construcción de personajes. El cine argentino debe encontrar la forma de construir una identidad cuando desarrolla cine de terror (tenemos el fenómeno indonesio como referente). La generación de directores la tiene. Quizás el trabajo tenga que orientarse a cómo expresarlo de forma única sin atender a los pastizales que vienen de Estados Unidos y a los que tanto buscan asemejarse día sí, día también.
“Es interesante observar la madeja de hilos que Iván Ojeda desmenuza con precisión en cada momento, y quizás sea lo mejor del filme”
No todo son malos ejemplos, de todas formas. “La segunda muerte” (Fernández Calvete, 2012) es un excelente producto en formato thriller con un misterio que resolver, una actriz protagonista con mucho carisma y un final sorprendente, todo ello macerado con motivaciones religiosas y una fotografía muy potente. También es fundamental hablar de “Aterrados” (Demián Rugna, 2017), una reinvención notable de los jump scares y las escenas marroneras con niños fantasmas, espíritus vengativos y un trabajo de ritmo único, donde la tensión se maneja con soltura y tiene un final igualmente loco y sobrevenido, casi inesperado. Quizás ese sea el camino del que hablábamos antes.
Esta marejada nebulosa donde las producciones (y sus creadores) todavía no encuentran un rumbo fijo es el lugar perfecto para situar “La Funeraria” (2020), y es que conserva elementos claves de grandes producciones del género y otras intentonas de mostrar algo diferente. Su argumento es sencillo. En una funeraria conviven tres personas: el dueño de esta, su pareja y la hija de la mujer. Al ser un lugar vinculado a la muerte, se producen todo tipo de manifestaciones espirituales que no parecen ser peligrosas hasta que, llegado un momento, lo son. La película no nos cuenta esto desde el inicio. Empezaremos en medio del problema, y serán los diálogos entre personajes los que nos van dando pautas de qué ha pasado y cómo se ha llegado hasta esa situación, todo enlazado con una serie de tramas ocultas entre los diferentes personajes que descubriremos conforme la historia avance. Es interesante observar la madeja de hilos que Iván Ojeda desmenuza con precisión en cada momento, y quizás sea lo mejor del filme. Puede resultar algo confuso al inicio, pero la cinta recompensa al espectador mientras va conjeturando por qué un espíritu ha decidido enturbiar sus manifestaciones. En su componente dramático funciona.
“Aunque la fotografía no desmerece y tiene en el simbolismo de ataúdes y objetos religiosos un poderoso aliado, lo cierto es que acaba quedando en nada”
El principal problema que tiene la película es la artificialidad de cada una de sus escenas, de las interpretaciones sobreactuadas, sin emoción, poco creíbles. No hay nada durante todo el desarrollo que invite a empatizar con la familia y sus circunstancias individuales. La falta de unión en el reparto es la misma que el espectador vivirá con lo que ve en pantalla, ajeno a otra cosa que no sea buscar, al menos, emoción en los sustos y las partes más terroríficas. Y de esto hay bien poco. Es fácil aspirar al efecto volumen/susto para transmitir al espectador tensión. También es positivo buscar otras maneras de generarlo sin que tengamos que bajar el sonido del dispositivo de turno. Esto segundo se plantea la película en muchos de los momentos más aterradores, pero en todo momento aparece forzado, sin espíritu. Aunque la fotografía no desmerece y tiene en el simbolismo de ataúdes y objetos religiosos un poderoso aliado, lo cierto es que acaba quedando en nada.
Sin embargo, lo que resta muchísimo a la película es su tramo final, poco creíble y con una de las escenas más extravagantes que se han visto en mucho tiempo (tan solo comentaremos que hay una danza) Otro momento extraño lo viviremos con la vidente de turno, que crea un círculo de protección como único método de salvación que deja de funcionar sin razón aparente. Es el momento en el que todo se derrumba: se ha buscado crear una historia sólida y efectista, pero esa madeja de hilos que hay que desunir comienza a romperse por todos lados, apareciendo los arquetípicos agujeros de guion, la rapidez en las resoluciones y la culminación de una historia que podría dar mucho más de sí con otro enfoque. Da la sensación de oportunidad perdida (de nuevo).
La ópera prima de Ojeda se queda por detrás de los principales valedores argentinos y va directa a ese gran saco de producciones insuficientes. Aunque se atestigua la intención de realzar otras bondades y acercarse al drama de terror desde una perspectiva inteligente, el acabado final es una película artificial, sin espíritu, con interpretaciones mediocres y desganadas, sin recursos técnicos interesantes y con un final lleno de contradicciones al que hay que sumar un momento especialmente loco que termina por sacarte de lo que tienes delante. Otra oportunidad perdida.
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