Bunraku, así se le denomina al teatro de marionetas japonés. Y eso mismo es ‘Bunraku’ (‘Bunraku’, Guy Moshe, 2010), un gran teatro en el que además de las marionetas, también tienen cabida el cómic americano, el cómic japonés –más conocido como manga-, el cine se samuráis, el cine de artes marciales, la danza, el origami, el cine negro, el western y los videojuegos.
Tan semejante popurrí se lanza al espectador sin ningún tipo de pudor o vergüenza y con mucho descaro.
Pero aquí viene el problema, porque cuando alguien quiere introducir en una película todos los elementos que a uno le fascinan, pues sucede que por lo general, la mezcla no funciona, se ve forzada, artificial. Y esta última palabra es la que mejor define a ‘Bunraku’, artificial.
Todo suena a artificioso y peor aún, a ya visto. Es un producto muy bonito, muy bien adornado, pero sin alma.
Su historia no llega a enganchar, -demasiados personajes, demasiadas subtramas, demasiados caprichos por parte del director-.
Su fotografía es muy preciosista pero está utilizada al tuntún, sin ninguna fuerza dramática.
Sus personajes no tienen carisma, los villanos son meras marionetas (nunca mejor dicho. Lo de Jordi Mollá no tiene nombre) que esperan a ser abatidos por los héroes, unos héroes apáticos, sin fuerza, sin garra.
Las secuencias de acción no están mal, pero hoy día, teniendo por ahí cosas como ‘Ong Bak’ (‘Ong Bak’, Prachya Pinkaew, 2003) o ‘Merantau’ (‘Merantau’, Gareth Evans, 2009) y a gente como Donnie Yen o Iko Uwais ya se debe exigir algo más en este apartado (el ojo del espectador está ya muy entrenado a estas alturas).
Y por último nos encontramos con algo que no se puede permitir bajo ningún concepto: que un producto así alcance las dos horas, -y más aún cuando la trama no te agarra de la mano y te invita a que disfrutes plenamente-.
Por lo tanto, tenemos muchos géneros cinematográficos, muchas disciplinas artísticas, un reparto de altura (desaprovechado), una estética visual fascinante pero caprichosa y demasiados lugares comunes y ya muy vistos.
Aun y con todos sus defectos, la película es curiosa y tiene numerosas soluciones formales de lo más interesantes (su comienzo sin ir más lejos, cuando se explica por qué en el mundo ya no hay armas de fuego, lo mejor de la cinta sin duda).
Para pasar un rato sin comerse demasiado la cabeza y ver a gente (famosa) matando a más gente (menos famosa) con espadas y golpes marciales. Todo ello envuelto en una estética muy de cómic, con una fotografía muy vistosa y algo de filosofía oriental barata.
Lo que más me ha gustado: el comienzo.
Lo que menos me ha gustado: es muy bonita por fuera, pero por dentro está vacía. Y su duración.
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