ARTORIUS NOS INVITA A VIAJAR AL PASADO PARA REMEMORAR OTRA DE ESAS MUERTES EN EL CINE QUE MARCARON A TODA UNA GENERACIÓN
Cuando hace unos añitos me enfrenté a la calamitosa adaptación live action de “Ghost in the Shell”, hubo un detalle que ya me sublevó antes de visionarla: el subtitulo de “El alma de la máquina”.
Porque esa misma frase la llevo asociada desde hace más de dos décadas a un debate que acabó a altas horas de la noche sobre “Terminator 2” (1991), para el que suscribe una de las mejores películas de acción y ciencia ficción jamás rodadas, y también una de las más poéticas a mi entender.
“El homenaje que se marca James Cameron a John Carpenter en la muerte del androide de metal líquido es, por cierto, de los que hacen época”
Y esto es así porque se conjuntaron varios factores que dieron como resultado un final tan sumamente redondo, tan perfecto, que determinó cualquier tipo de continuación que viniera después: la saga de “Terminator” acabó en cuanto se apagó ese maravilloso plano de la carretera a oscuras que cierra la película, alegoría de un futuro maravillosamente incierto y por descubrir para Sarah y John Connor, pero que ya quedaba fuera de nuestra vista. Creo yo que la fuerza de esas imágenes se grabó tan profundamente en el inconsciente colectivo que cualquier continuación de esta historia ya se vio como un extra innecesario. Súmenle eso a la calidad de dichas continuaciones y ya tienen los despropósitos en taquilla ya conocidos por todos, pero no hablaré más del tema porque quiero volver a esos minutos maravillosos que cerraban la película de James Cameron, broche de oro irrepetible e inexcusable para todo aficionado al fantástico.
Volvamos pues a esa fábrica abandonada a toda prisa por sus trabajadores ante el derrame de nitrógeno líquido provocado por los héroes de la función. El combate entre el t-1000 y el t-800, unos gloriosamente inexpresivos Robert Patrick y Arnold Schwarzenegger ha tocado ya a su fin. El homenaje que se marca James Cameron a John Carpenter en la muerte del androide de metal líquido es, por cierto, de los que hacen época, pero centrémonos. La batalla final, como toda la película, ha sido física y emocionalmente durísima para sus protagonistas supervivientes: Linda Hamilton/Sarah Connor sangra por mil heridas después de encarnar el papel de la Madre con mayúsculas y casi llevarse por delante al malo de la función a base de gónadas, coraje, y una furia asesina que parecía realmente poseer a la actriz. Edward Furlong/John Connor ha perdido su alegría macarra juvenil, y en cuanto a Arnie/T-101, ha sufrido una transformación tanto física como espiritual brutal.
“El abrazo entre la maquina y el muchacho, y la mirada a Sarah Connor, que con un simple apretón de manos empieza a cerrar heridas abiertas de hace mucho, son oro puro”
Hemos sido testigos de su aprendizaje como ser humano, de los momentos en que, desde la máquina de matar que aprendimos a temer, ha evolucionado y aprendido no solo a “ser humano”, como si nuestra especie fuera el pináculo de la creación, vive Dios, sino a algo más.
Algo que valora la vida , sobre todo la de ese hijo impostado por el destino y las circunstancias, al que ha aprendido a amar en mitad del conflicto contra su propia especie nacida del silicio y el metal.
Pero por mucho que aprenda y sienta, el cyborg no puede negar lo que es. El descarnado conflicto para salvar el futuro de la humanidad ha hecho mella en él: el acero asoma bajo la carne lacerada, destruyendo cualquier ilusión de normalidad, e incluso esa parte casi indestructible de si mismo está seriamente dañada por la brutal batalla contra el T-1000.
Así tenemos a los tres protagonistas, contemplando la agonía final de su rival de metal líquido en un mar de magma. Luego, el remate: el brazo del primer terminator y su cpu van a parar al fuego, y parece que ya esta, que se acabó.
-No.
-Aún queda un chip terminator.
-Y también debe ser destruido.
“Todo lo que vino después fue suciedad comercial, basado en la incomprensión del maravilloso poso que T-2 nos dejó como la obra perfectamente redonda que es”
Y con un gesto lento, señalando a su destrozada sien, un Art0rius muy jovencito y toda la sala de cine en la que estaba soltó un respingo. La voz de doblaje del gran, gran Constantino Romero, posiblemente el mejor doblador de habla hispana de todos los tiempos, engrandecía aún más la escena, y la reacción de incredulidad de John Connor era la de todos los espectadores: La batalla había acabado, aquello no era justo, pero era lo que se debía hacer. Y no por ello dolía menos.
“Ahora se porque lloráis, pero eso es algo que yo nunca podré hacer.”
Claro que no puedes llorar, Arnold. Eres Conan el Barbaro, y Conan no llora, nosotros lloramos por ti. Y vaya que si lloré! El abrazo entre la maquina y el muchacho, y la mirada a Sarah Connor, que con un simple apretón de manos empieza a cerrar heridas abiertas de hace mucho, son oro puro. La nulidad gestual de Arnold se convierte en la encarnación perfecta del papel de su vida, y esa misma interpretación hace todavía más dolorosa su marcha. ¿Qué posibilidades mueren con él cuando toma la decisión de acabar con su vida? ¿Hasta cuando podría aprender? Eso ya nunca lo sabremos, porque el terminator ya emprende su viaje final hacía la tina de metal hirviente. Y lo hace bajo un acompañamiento musical soberbio: es la misma pieza que abría la película, pero el matiz es asombroso: del violento retumbar del metal, ese “tantantan-tatan” que es marca de la casa de la franquicia, con ese entrechocar de metal contra metal que nos habla del poder crudo de la máquina, pasamos a un ritmo mucho más lento, suave, intimista y melancólico. El arreglo musical nos expone el crecimiento del personaje, de criatura implacable desprovista de todo sentimiento a algo más elevado, vulnerable pero no por ello más débil. Es una pieza preciosa que encoge el alma y te pone el corazón en un puño cada vez que la ves, y que desemboca en el momento de alzamiento de pulgar más homenajeado de la historia del cine.
Este para mi es el momento final de la saga “Terminator”. Todo lo que vino después fue suciedad comercial, basado en la incomprensión del maravilloso poso que T-2 nos dejó como la obra perfectamente redonda que es, y que en lugar de centrarse en aquellos aspectos que la hacían única se limitó a ofrecernos unos fuegos artificiales sin sentido ni razón. Cuando de lo que habla "Terminator 2" es, justamente, del alma de la máquina.
Pero eso ya es otra historia ya explicada, y este es un artículo de momentos y sensaciones. Espero, amigo lector, que lo hayas disfrutado al leerlo como yo al escribirlo. ¡Volveré! (¡Lo siento, no he podido evitarlo!)
3 comentarios:
Solo tenía 8 años cuando estrenaron esta película, y recuerdo cómo se me cayeron las lágrimas al contemplar esa escena. Durante toda la cinta, mi sensación era de euforia, de estar siendo testigo de todo lo más flipante y molón que podía existir ante los ojos de un niño. Pero ver marchar a este personaje, que se había convertido no solo en el padre de Jhon Connor sino en aquel que muchos querríamos tener, fue como si apagasen lentamente todas las luces del mundo, se acabara todo el festival de fuegos artificiales que había contemplado y solo pudiese quedarme mudo mientras se me derramaban las lágrimas por las mejillas.
Más de cinco veces obligué a mi padre a que me llevara a verla al cine. Y en todas ellas, más todas las veces que he visto la película a lo largo de los años, seguí llorando con esta escena y sintiendo cómo mi corazón se encogía al ver descender al señor Arnold en ese mar ardiente.
Gracias por esta reseña tan bonita.
Gracias a ti por tu comentario, anónimo, y por tu bellísimo post. Yo también repetí en el cine, y que carajo, llore cada vez como he llorado leyendo tu post. Gracias!
Hola,
En esa escena hay una detalle inquietante. Cuando John abraza al T-800, este cierre los ojos resignado, paternal y melancólico por su inminente destrucción. No es un gesto impostado, es el afecto de un padre a punto de dar la vida por su hijo, un acto altruista de sacrificio que solo un ser con sentimientos podría sentir así. Finalmente, el T-800 no llora por falta de sistema nerviso, lagrimas o líquidos humanos, pero su recién estrenada psique, no llora para ocultar su tristeza ante John. El T-800 está triste porque debe separarse de John.
Otra muestra de que la máquina está desarrollando sentimientos y emociones es cuando obliga a John y a Sara a huir. El tono de voz preocupado y su decisión de enfrentarse cuerpo a cuerpo en el peor momento, indican un sentimiento protector y paternal.
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