Crítica: La Pasajera

ASTINUS NOS HABLA SOBRE ESTA ROAD MOVIE (MUY)PATRIA REPLETA DE GUIÑOS A LA SERIE B DE LOS OCHENTA

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La obra que vamos a comentar hoy, y no hay mejor forma de empezar esto, tiene la particularidad de ser una de esas cintas que, tras su visionado, te hace pasar por varias fases. Seguro que os ha pasado más de una vez. Salen los créditos, no sabes qué has visto, si te ha gustado o si es la peor bazofia de la historia del género. Luego reflexionas, meditas y el camino al que te lleve eso puede variar desde la aceptación hasta la condena absoluta. Todo un sinfín de posibilidades propio de esas cintas inclasificables que tanto dividen al público. Cuando lleguemos al final de este análisis, os contaré por las que pasé y cómo quedó todo ordenado en mi cabeza. Aunque seguro que algo intuís. 

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“Aunque hay algo de Berlanga (y hasta del primer Almodóvar) en estas primeras apreciaciones, lo cierto es que acabarán dando paso a un terror conocido y que recibiremos con los brazos abiertos” 

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“La Pasajera” (2021) forma parte de ese elenco de películas de Serie B con poco presupuesto y mucha creatividad detrás. Una apuesta de híbrido entre el terror y la comedia, con algunas anotaciones feministas mal conducidas y mucha mala leche. En cierta medida, es un poco comedia cañí (es difícil de definir el término, pero sería algo así como elementos de comedia castiza muy apegados a nuestra identidad como país y cultura, apareciendo en claves de sorna y ridículo propio que se adentra en el terreno casi del esperpento), un poco de terror sobrenatural ochentero con bichos asquerosos de origen desconocido/zombies babosos y hasta un poco de drama intenso de película de media tarde. ¿Cómo se resuelve todo eso en noventa minutos? Vamos allá. 

Blasco trabaja transportando personas de un lado a otro, pero en vez de llevar a un coche que Uber aprobaría, conduce una furgoneta arcaica algo remodelada (una furgo protocustomizada) El personaje reúne en sí todas las cualidades del cuñadismo actual: racista sin querer serlo, machista porque su mujer le abandonó y le “arrebató” a los niños, fan de los toros, orgulloso de ser español y demás clichés que se agolpan en un personaje al que odiaremos desde el minuto uno, momento en que pone la canción más aborrecida y amada de este país, Paquito el Chocolatero. Y es importante mencionarla, pues será la banda sonora principal de todo el metraje, apareciendo en situaciones inconexas y llevando al espectador al hastío. Con esa premisa, recoge a un grupo de personajes variopintos que le acompañan en el viaje: tres mujeres de diferentes edades. Cuando toma un camino alternativo y atropella sin darse cuenta a una persona, comienza el festival de bichos, posesiones y demás movidas tenebrosas. 

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“En cierta medida, La Pasajera no puede tomarse en serio. Es demasiado abundante su tono desenfadado entre tanta criatura sobrenatural como para hacerlo” 

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La película parte con un problema importante. El primer tercio son conversaciones vacías de personajes que cuentan parte de su vida en la furgoneta mientras el protagonista se ríe de todas, salen a colación clichés repetitivos, bromas malsonantes y un tufo machista que, aunque pretenda tener el efecto contrario en el espectador y servir de denuncia, no consigue su objetivo. También están los dramas, innecesarios y demasiado chungos para lo que vendrá después (y hasta aquí contamos), pero la sensación de pérdida de tiempo entre chascarrillos es muy obvia. Aunque hay algo de Berlanga (y hasta del primer Almodóvar) en estas primeras apreciaciones, lo cierto es que acabarán dando paso a un terror conocido y que recibiremos con los brazos abiertos cuando comiencen las escenas de vómitos babosos, monstruos horrendos y ese tono survival tan propio de la década de los ochenta en el que el protagonista deberá hacer frente a una serie de amenazas con los objetos más imprevisibles mientras lucha por salir con vida. Aquí sigue persistiendo la comedia negra, y los homenajes a autores como Álex de la Iglesia son más que evidentes. 

En cierta medida, “La Pasajera” no puede tomarse en serio. Es demasiado abundante su tono desenfadado entre tanta criatura sobrenatural como para hacerlo. Con esa óptica, uno desea abandonarse al festival de frases chulescas, sangre, vísceras y diversión, pero tampoco llega este como desearíamos, más por falta de presupuesto que otra cosa. Y esa evidente limitación juega en contra más si cabe cuando se intensifica el uso de los espacios oscuros para que no podamos ver nunca del todo a los enemigos. Hay demasiados momentos donde la negrura juega su papel como recurso salvador. Y eso que hay un juego de cámaras detrás bien llevado, con buenos planos fijos que van alternando lo suficientemente rápido para ofrecernos esa sensación de rapidez y nervios a la que se enfrentan los protagonistas. 

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“Es importante valorar el esfuerzo de homenajear ese cine de terror más pillo, aventurero casi, de Carpenter o Álex de la Iglesia” 

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La obra nos conduce inevitablemente a propuestas algo amateur, aunque ambos directores han trabajado en cortos (Raúl Cerezo) y algún largometraje no muy bien valorado (Fernando González Gómez es una de las mentes creadoras de “Zombie World 2” (2018), película en la que no duré más de treinta minutos) Es importante valorar el esfuerzo de homenajear ese cine de terror más pillo, aventurero casi, de Carpenter o Álex de la Iglesia. También de su limitado diseño de producción, acotado a tres espacios mal contados, y de un reparto comprometido, algo sobreactuado en ocasiones, pero con un Ramiro Blas (veterano de series como “Los hombres de Paco”, “El Ministerio del Tiempo”, “Vis a Vis”, etc.) excepcional en su papel. Aporta esa mezcla de credibilidad y cliché necesario para ser odiado y amado a partes iguales. 

En mi caso, cuando terminé de ver la película, pensé que había perdido el tiempo. He traído cosas poco recomendables a este blog hurgando en espacios casi prohibidos por lo bajuno de sus producciones, y pensé que “La Pasajera” era otra parte más de esa colección. Luego pensé en lo que había visto e incluso reproduje algunos fragmentos. Me gustó más. Hasta me reí en algunos instantes. ¿Quizás la había infravalorado? Entendiéndola en su contexto, me asalta con Blasco el mismo pensamiento que con otro personaje en el que indudablemente está basado: Torrente. El personaje me producía asco y, sin quererlo, me convertía en admirador de la primera película. Con Blasco creo que me pasa algo parecido. Me repele y, a la vez, es un reflejo tan claro de algo que sucede en nuestro país que no podemos dejar de entenderle, aunque sea desde el odio. Con esa premisa, la película gana. También lo hace cuando más disfrutas del terror que no se toma en serio a sí mismo. El problema es la oscuridad, el drama innecesario de su primera parte y sí, Paquito el Chocolatero sonando durante todo el metraje. Había ciertas líneas que no traspasar. Merece la pena echarle un vistazo y que cada uno juzgue. Quién sabe, a lo mejor estamos ante un producto de culto y no somos conscientes.