sábado, 8 de diciembre de 2018

Crítica: 13 Cámaras

El voyerismo es sin duda, uno de los delitos más comunes entre nosotros. Pero me parece que es muy fina la línea que no hay que pasar… La línea entre el delito y algo “inocente”. Según la RAE, un voyerista es quien “disfruta contemplando actitudes íntimas o eróticas de otras personas”. Yo nunca he hecho eso, diréis. Bueno, puede, o puede que no. ¿Cuántas veces cuando nos sentamos en una terraza lo hacemos de cara a la gente para “ver”? Claro está, eso no es un ámbito privado, es la calle. Aunque esto me parece un poco subjetivo. Sí, es la calle, pero la gente está haciendo algo para ellos mismos a para quienes les acompañan. Están leyendo, conversando, besándose… Y tú les miras, les quieres mirar, te entretiene. Otro día te asomas al balcón a fumar y miras, miras desde arriba, sin que te vean sin que sepas que estás ahí. Vemos como en antena triunfan una y otra vez formatos televisivos tales como Gran Hermano, cuyo único atractivo es ver cómo vive e interactúa un grupo de personas. Voyerismo puro y duro, pero legal. Y ahí está el matiz, en que la persona observada sea consciente y esté de acuerdo con la situación.


“Víctor Zarcoff, director y guionista de la cinta, nos da en esta obra una de cal y una de arena. La idea, aunque poco original, no es mala y puede resultar efectiva”


Tampoco son pocas las películas que han tratado este tema. Desde “La venta indiscreta” (1954), pasando por “Hard Candy” (2005) o “La camarera Lynn” (2015). Este tema, pero llevado a su punto más serio, a lo que calificaríamos de delito de manual, es lo que se trata en esta película. Porque una vez que estamos en casa, todo cambia. Cuando cerramos puertas y ventanas es cuando el mismo beso dado en la calle se vuelve privado y, si tú nos miras y te gusta, tienes un problema.

En este caso tenemos a una joven pareja que espera a su primer bebé y que quieren una casa donde formar tranquilamente su familia. Alquilan una casa a un siniestro hombre que, a pesar de lo repulsivo de su apariencia, les da buenas condiciones. Hasta aquí todo normal (ni acordarme quiero de algunos caseros de mi época estudiantil). El problema está en que la casa viene con regalo, el casero es en realidad un perturbado que les ha llenado las habitaciones con cámaras y que pasa el rato observándoles desde su madriguera.


“La cinta sube un poco el nivel con la elección de Neville Archambault para el papel de Geralt, el casero. La caracterización y la interpretación son perfectas dentro de la sobreactuación que el personaje requiere”


Víctor Zarcoff, director y guionista de la cinta, nos da en esta obra una de cal y una de arena. La idea, aunque poco original, no es mala y puede resultar efectiva. Los protagonistas fueron bien elegidos. Se agradece no tener adolescentes en primer plano para variar. Los personajes, cobran vida gracias a P.J. McCabe como Ryan y Brianne Moncrieff como Claire y son adultos con problemas reales con los que el espectador se puede sentir identificado, aunque esto suponga un arma de doble filo, pudiendo resultar también algo aburrido.

Digamos que estamos ante lo básico que precisamente por serlo, cumple con los estereotipos. La cinta sube un poco el nivel con la elección de Neville Archambault para el papel de Geralt, el casero. La caracterización y la interpretación son perfectas dentro de la sobreactuación que el personaje requiere. El personaje no nos da asco por cómo se comporta o por lo que hace, nos da asco y punto. Me he tenido que remontar a “El ciempiés Humano 2”, y a mi querido Martin, para encontrar un villano tan repulsivo.


“el bajo nivel de los diálogos hace que en algunos momentos nos sintamos como que estamos ante un telefilm”


Aunque la idea para la película era correcta y el malo es, de lo más asquerosamente adorable, la película pincha en lo que a la labor de guion se refiere. La cinta se centra por momentos, totalmente en los problemas maritales de la pareja. Esto, como ya he adelantado, tiene dos vertientes. Por un lado, el que tengan problemas hace que se centren en su vida y que no se den cuenta de lo que les rodea, trece cámaras ocultas y un casero de pesadilla al que no rentaría ni Leatherface. Esto aporta cierta coherencia, pues esos problemas son necesarios para crear la atmósfera de distracción, pero el bajo nivel de los diálogos hace que en algunos momentos nos sintamos como que estamos ante un telefilm. Hay demasiadas cosas absurdas y predecibles que restan efectividad en lo que ha crear suspense se refiere.

Puedo aprobar entonces, la labor de Zarcoff en lo que ha dirección y elección del casting se refiere, pero muy pobre se nos queda su ejecución del guion. Por otro lado, señalar que, si con “13 cámaras” Zarcoff se estrenó, queda claro que es un hombre de ideas fijas, pues su segunda obra es “14 cámaras”. ¿No querías taza? Pues taza y media. Cierto es que parece que algunos fallos de la primera entrega son subsanados en la segunda, que, aunque sí tiene adolescentes, gana algo en suspense y trama. Bastante le queda por aprender y pulir a este director, pero estaremos atentos a lo que nos pueda deparar. Yo, de momento, voy a tirar a la basura todos los cepillos de dientes y a poner los nuevos bajo llave.


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