domingo, 19 de septiembre de 2021

Crítica: The Djinn

MISTER MOLOKO NOS HABLA SOBRE EL SEGUNDO TRABAJO DE DAVID CHARBONIER Y JUSTIN POWELL TRAS SU PROMETEDORA THE BOY BEHIND THE DOOR


póster de The Djinn
Los Djinn, o genios que como se les conoce por estos lares, son uno de los mitos más importantes de la cultura musulmana. Sus orígenes se remontan a la época preislámica y su presencia dentro de la tradición oral y escrita ha sido constante a lo largo de los siglos. Según reza la tradición, el Djinn es un espíritu mágico que habita entre los hombres y que posé una naturaleza que puede ser tanto bondadosa como maligna. Por regla general, y por no entrar en una historiografía que resultaría tan farragosa como estéril, al genio se le suele definir como un ser caprichoso y manipulador que tiene la capacidad de conceder deseos pero, y ahí radica su particularidad, no sin pedir nada a cambio. 

película de genio diabólico
Desde el punto de vista cinematográfico, el personaje no ha tenido una presencia excesivamente prolífica en las pantallas. Muy probablemente el que desde occidente lo asociemos al genio de “Aladino y la lámpara maravillosa”, uno de los relatos más conocidos de la obra “Los cuentos de las mil y una noches”, y a sus posteriores traslaciones cinematográficas por obra y gracia de Disney, ha motivado que tengamos una imagen muy blanqueada del mito y que por ello no resulte fácil enmarcarlo en contextos relacionados con el terror y el fantástico. Dejando de lado alguna aparición en capítulos de series como “Expediente X” o “Supernatural”, tal vez el ejemplo más conocido sea el de “Wishmaster” (1997), una estimable película dirigida por Robert Kurtzman que en su momento no fue demasiado valorada y que con los años ha ido ganando peso (aunque las tres espantosas secuelas que la continuaron no ayuden mucho a ello). Casos como el de la sería B ochentera “La lámpara” (1987) o el de la película “Djinn” (2013) dirigida por un Tobe Hooper en muy baja forma y financiada por los Emiratos árabes, serían algunas honrosas excepciones. Dentro de mi más absoluto desconocimiento sobre como han tratado las diversas cinematografías árabes a su propio mito, me gustaría destacar “Under the Shadow” (2016) una película iraní que pude ver en el Festival de Sitges de 2016 y que, aunque no he vuelto a revisitar, recuerdo con bastante agrado. 


“ciertas historias requieren de ciertos presupuestos para tener un mínimo de verosimilitud. Podría poner muchísimos ejemplos, pero es que en el caso de The Djinn esto se hace muy evidente” 


Ezra Dewey película de terror
Dentro de este panorama más bien escaso, en 2021 nos llega “The Djinn” la segunda obra de los realizadores David Chardonier y Justin Powell. Su ópera prima “The boy behind the door” (2020) fue una de las sorpresas de la última edición del Fantastic Fest de Austin donde cosechó excelentes críticas. Lamentablemente aún no he podido ver su debut, pero las unánimes opiniones favorables me sirvieron de aliciente para acercarme a “The Djinn” y constatar si estamos ante unos directores interesantes a los que hay que seguir la pista. Ya anticipo que las sensaciones que me ha dejado la cinta son agridulces.

Ezra Dewey
Antes de comentar la película, me gustaría plasmar una reflexión de carácter general. En los últimos tiempos estoy observando dentro del cine fantástico independiente una constante que se repite y que no sé muy bien como encajarla desde el punto de vista del análisis cinematográfico. Y es que son ya bastantes los títulos que parten de una buena idea, que están realizados con una calidad técnica impecable (cuidado por el encuadre, una fotografía muy elaborada, bandas sonoras excelentemente utilizadas) pero a las que una evidente escasez presupuestaría lastra su resultado final. Obviamente la expansión de las nuevas tecnologías ha motivado que los costes de producción se reduzcan mucho (ahora hacer un plano aéreo espectacular es sólo cuestión de contar con un sencillo dron), pero no sé hasta que punto esta circunstancia motiva que a las películas se les vean mucho más las costuras. A veces da la impresión de que los directores se dejan llevar por las posibilidades técnicas y olvidan que para contar ciertas historias no sólo es necesaria una cámara digital y un reducido equipo técnico; también hace falta ser conscientes de que ciertas historias requieren de ciertos presupuestos para tener un mínimo de verosimilitud. Podría poner muchísimos ejemplos, pero es que en el caso de “The Djinn” esto se hace muy evidente


“ver como durante 60 minutos dos personajes se persiguen del lavabo a la habitación y de la habitación al lavabo resulta risible” 


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El punto de partida es bueno (una especie de “Sólo en casa” en la que un niño mudo tendrá que hacer frente al ataque de un Djinn que quiere cobrar su precio por concederle un deseo), el problema es que eso sólo te funciona cuando tienes la capacidad de jugar con algo tan importante como es el espacio. Y, que quieren que les diga, a lo mejor no era necesario ambientar nuestra historia en un hotel como el Overlook; pero hacerlo en una casa de setenta metros cuadrados resulta cuanto menos discutible. Si lo que pretendes es hacer una historia basada en el juego del gato y el ratón entre un niño y un monstruo, no puedes limitar tanto el terreno de juego ya que de esta manera el suspense, el terror y, lo más importante, la verosimilitud que pretendes darle a la historia se te cae por los cuatro costados. Supongo que las limitaciones presupuestarias serían las causantes de esta decisión, pero ver como durante 60 minutos dos personajes se persiguen del lavabo a la habitación y de la habitación al lavabo resulta risible. Cuando veía la película no podía dejar de acordarme de esa pequeña joya de finales de los ochenta llamada “Game Over: se acabó el juego” (una versión francesa y el clave de terror de “Solo en Casa”) donde el espacio era un elemento más de la narración y a través del cual el director movía a sus peones causando una creciente sensación de tensión en los espectadores. Aquí no pasa nada de eso. 

Y lo más curioso es que la cinta tiene buenos mimbres, que los realizadores logran generar casi sin diálogos (ni el protagonista ni el monstruo dicen una palabra durante casi toda la cinta) una película que se entiende y que visualmente está cuidada. Pero esto, que podría ser un elemento de valor, se ve lastrado por una evidente falta de recursos. Al final “The Dijinn” no deja de ser una historia protagonizada por cinco actores (literalmente) que se desarrolla dentro de las cuatro paredes de un apartamento (de sesenta metros cuadrados) y en la que en algunos momentos se echa de manos una mayor presencia de efectos visuales que dotarán a la película de ese halo de magia del que a todas luces adolece


“la narración fluye sin problemas pese a la ausencia de diálogos y no se abusa de los efectismos habituales en el género” 


Ezra Dewey en The Djinn
He leído por ahí que algunos han visto en la película una metáfora de la situación de confinamiento que se vivió en los peores momentos de la pandemia. No tengo ni idea de si esa era la idea de los realizadores, pero si me tengo que basar en las imágenes y en la historia que me han contado, a mi no me lo parece para nada. Aquí no se juega con la paranoia, con el miedo a lo desconocido, con la sensación de desazón que provoca una situación incómoda a la que nos vemos abocados sin saber muy bien porqué ni cómo (como sí hacía la para mi sobrevalorada “Host”); aquí los tiros van por otro lado y, precisamente por ello, a la película se le podría haber pedido mucho más. 

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Ello, empero, no es óbice para reconocer que tiene aciertos parciales. La película no ofrece concesiones a los espectadores aunque el protagonista sea un niño, la narración fluye sin problemas pese a la ausencia de diálogos y no se abusa de los efectismos habituales en el género. Creo sinceramente que, si se hubiera contado con un mayor presupuesto, con lo que ello implica, la historia hubiera ganado mucho y sus loables pretensiones se hubieran visto plasmadas en imágenes. Repito, no es una mala película, pero si una cinta insuficiente donde se ven buenas ideas que no acaban de funcionar del todo a causa de sus evidentes limitaciones. Pero es que, se mire por donde se mire, sesenta metros cuadrados no son suficientes.

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