lunes, 2 de mayo de 2022

Crítica: Slumber Party Massacre (2021)

MISTER MOLOKO NOS HABLA SOBRE EL REMAKE DE UNO DE LOS CLÁSICOS POR EXCELENCIA DEL SLASHER OCHENTERO


“Slumber party masacre” (1982) era el típico slasher de bajo presupuesto cuya fórmula, por otro lado habitual durante aquella época, era realmente sencilla: contar una historia sin demasiadas pretensiones salpimentada con generosas dosis de sangre y tetas. Recordemos que estamos hablando de los años en los que el subgénero estaba en pleno auge, un momento histórico en el que gracias al éxito comercial de “Viernes 13” (1980) las carteleras se inundaron de películas protagonizadas por asesinos en serie que, para gozo de productores y distribuidores, lograron llenar las plateas de medio mundo de un público ávido de emociones fuertes. 


"un producto pensado y concebido al albur de los tiempos donde las mujeres son independientes, llevan la iniciativa y no son únicamente las víctimas del asesino del taladro"


Dentro de los esquemas más o menos canónicos de este subgénero, “Slumber party masacre” contenía algunos elementos diferenciales que le dotaban de un cierto interés. En primer lugar, la cinta estaba dirigida y escrita por mujeres, algo que además de atípico (el guion era de la activista Rita Mae Brown) le proporcionaba a la historia un punto de vista femenino y claramente paródico. En otras palabras, el film se pitorreaba abiertamente de los estereotipos de género retratando, entre otras lindezas, a unos personajes masculinos que fluctuaban entre lo mezquino y lo directamente estúpido. Todo ello, unido a unas protagonistas femeninas cuya personalidad era más fuerte y consistente de lo normal devenía, con todos los matices que le queramos poner, en el primer slasher protofeminista de la historia. Otro elemento interesante que le hacía diferenciarse de otros productos similares era que el asesino, lejos de ser un enmascarado cuya identidad conocíamos al final de la trama, aquí se presentaba a cara descubierta desde el inicio. 

Lo cierto es que la película cosechó un moderado éxito de taquilla y poco a poco fue convirtiéndose en una pequeña pieza de culto. Ello propició que en 1987 llegara “Slumber party masacre II”, un desmadre tan pasado de rosca como divertido (la guitarra en forma de arma letal es memorablemente absurda) producido por la Concorde de Roger Corman y escrito y dirigido por la debutante Deborah Brock. Tres años después llegaría “Slumber party masacre III” producida de nuevo por un Roger Corman en horas bajas. Esta es sin duda la más floja de las tres ya que, aunque está dirigida de nuevo por una mujer, se aleja completamente de la ironía y del tenue discurso feminista para priorizar (más si cabe) la sangre, la violencia y los desnudos femeninos

La trilogía con el paso de los años ha ido calando hondo dentro del fandom más militante (el público mainstream ya es otra historia) y, aprovechando la coyuntura social en la que vivimos, algunos han pensado que este es un buen momento para realizar un remake/secuela/homenaje a las chicas de la fiesta de pijamas. Y recalco lo de coyuntura social ya que la idea nuclear de esta nueva versión fechada en 2021 es (además de manufacturar una película de serie B entretenida) incidir en el empoderamiento femenino como eje vertebrador de la trama. Si en las películas originales el discurso feminista era velado y las figuras masculinas resultaban intrascendentes (por lo ridículas), en esta nueva versión las chicas son definitivamente guerreras y los hombres una caterva de incompetentes y cobardes de tomo y lomo. En ese sentido la película no engaña a nadie


"un ejercicio de postmodernidad donde los aspectos más importantes de la trama resultan impostados y en muchas ocasiones gratuitos"


Como manda la tradición, tanto la directora como la guionista son mujeres. La primera Danishka Esterhazy es una canadiense con un cierto bagaje tras las cámaras cuya filmografía previa, francamente, desconozco. De la guionista Suzanne Keilly diremos que entre sus méritos está haber escrito un episodio de “Ash vs. Evil Dead”, ser una de las guionistas de la serie de Netflix “La monja guerrera” (lo cual no dice mucho de ella) o haber redactado el libreto de la octava entrega de la serie Leprechaun titulada, en un alarde de originalidad, “Leprechaun Returns” (2018). 

Básicamente el trabajo de estas dos mujeres consiste en modernizar, visual y argumentalmente, el material original y adaptarlo a un contexto propio del siglo XXI. Ello sin desechar un montón de ideas y conceptos provenientes de las tres películas originales. En definitiva, un producto pensado y concebido al albur de los tiempos donde las mujeres son independientes, llevan la iniciativa y no son únicamente las víctimas del asesino del taladro. Y que conste que no tengo nada en contra de esa idea. Más aún: el giro que se produce a media película logro sorprenderme y lo encontré francamente original. El gran problema es que, como dicen los clásicos, el infierno está sembrado de buenas intenciones y lo que falla en este “Slumber party masacre” es el camino que siguen sus responsables a la hora de articular su discurso narrativo. 

Las autoras entienden perfectamente lo que funcionaba del original (violencia bastante explícita, personajes femeninos con personalidad, desnudos gratuitos, un asesino que actúa a cara descubierta, situaciones imposibles/demenciales, personajes masculinos intrascendentes y definidos con trazo grueso…) e intentan (con la excepción de los desnudos) meterlos en una batidora y ofrecer una relectura de todo ello. El problema es que lo que en las películas de los años ochenta estaba hecho desde la perspectiva de la ingenuidad, la parodia, la explotación y las limitaciones presupuestarias, aquí deviene un ejercicio de postmodernidad donde los aspectos más importantes de la trama resultan impostados y en muchas ocasiones gratuitos. Vamos, que unas películas que estaban pensadas para que el público se echara unas risas, para introducir un ligero discurso feminista y para contentar a los espectadores menos exigentes (algo en lo que Corman era un maestro), en el presente ha devenido un producto que busca unos objetivos similares (fortaleciendo además la variable empoderamiento) pero que es tan intencionadamente autoconsciente que pierde por completo la gracia y la espontaneidad


"Si tenemos que analizar la película desde la perspectiva medianamente objetiva, diremos que se trata de un slasher del montón con alguna buena idea"


Un ejemplo lo encontraríamos en el tratamiento de los personajes masculinos. Todo el subtexto homoerótico con el que nos los presentan desde el principio tiene una cierta gracia. Pero hay un momento en el que resulta tan reiterativo y tan absolutamente fuera de contexto (la escena de la ducha encajaría perfectamente en cualquier spoof movie de segunda categoría) que pierde por completo su función paródica para entrar directamente en lo banal. Y como esta podría poner no pocos ejemplos de situaciones que, pretendiendo ser irónicas, acaban hibridándose en una amalgama genérica que no acaba de funcionar

Es muy difícil valorar una película como “Slamber party masacre” sin tener en cuenta a sus predecesoras. Si tenemos que analizar la película desde la perspectiva medianamente objetiva, diremos que se trata de un slasher del montón con alguna buena idea y que disfrutarán con mayor intensidad aquellos seguidores y amantes de la trilogía original. Un servidor, al que dichas películas simplemente le parecieron una chorrada simpática, que empieza a estar cansado de las reivindicaciones y mitificaciones (en letra y música) de todo lo realizado durante los años ochenta por gente que no vivió en primera persona esa década (y les aseguro, por experiencia personal, que no era para tanto) y que además no tiene al slasher como uno de sus géneros predilectos… pues como que la experiencia me ha dejado bastante frío. Reconozco que es entretenida, que tiene alguna idea y giros de guion interesantes, que algún momento es graciosa y poco más. Sinceramente creo que a sus responsables les ha faltado la valentía para darle un enfoque más rompedor y que le sobran toneladas de corrección política.

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