jueves, 24 de agosto de 2023

Crítica: El Precio de la Venganza

MISTER MOLOKO NOS HABLA SOBRE EL CÓMO NO, VIOLENTO NUEVO TRABAJO, DEL CINEASTA NIPÓN ADOPTADO POR HOLLYWOOD RYUHEY KITAMURA


Siempre me he preguntado el motivo por el que los directores asiáticos, por muy prestigiosos que sean, nunca acaban de integrarse del todo dentro de la industria del cine norteamericano. Hasta el mismísimo Akira Kurosawa declinó en los años setenta trabajar en una producción estadounidense ya que pensó, no sin razón, que su filosofía de trabajo no era compatible con los modismos e injerencias de los grandes estudios. Tal vez por ello en 1993 muchos dimos saltos de alegría al enterarnos de que mi admirado John Woo estaba a punto de estrenar una película norteamericana protagonizada por Jean-Claude Van Damme y producida por el mismísimo Sam Raimi. Aunque la crítica en su momento la trató con cierto desdén, yo disfruté muchísimo con “Blanco humano” (1993) igual que lo hice, con sus más y sus menos, con los ocho títulos consecutivos que dirigió en suelo norteamericano. 


“un claro ejemplo de ese estilo Kitamura en el que thriller, terror y casquería son los grandes protagonistas de la función” 


Tras el fracaso de “Paycheck” (2003), Woo decidió poner fin a su etapa americana para marcharse a su país y dirigir esa maravilla llamada “Acantilado rojo” (2008). Menos suerte tuvieron compatriotas suyos como Ringo Lam, Tsui Hark o Ronny Yu que, a pesar de algunos éxitos puntuales, retornaron a Hong Kong con más pena que gloria. Otro caso sería el de los japoneses Hideo Nakata y Takashi Shimizu, ambos artífices de obras referenciales dentro del J-Horror, los cuales, ya en suelo norteamericano, no pasaron de dirigir remakes y secuelas de sus películas más conocidas. A la espera de ver que es lo que sucede con el coreano Bong Joon-Ho y su “Mike 17” protagonizada por Robert Pattinson o de algún compatriota suyo (el audiovisual coreano está de moda) que parece decidido a seguir los cantos de sirena de Hollywood, la historia parece indicarnos que los directores asiáticos viajan siempre con el billete de vuelta ya preparado. Y es que los mecanismos bajo los que funciona la gran industria no son fáciles para nadie. 

En este estado de las cosas sorprende mucho la carrera de Ryûhei Kitamura, un realizador que desde 2008 se ha sabido labrar una carrera a medio camino entre su Japón natal y occidente. Probablemente la clave de su éxito radica en su capacidad de adaptación, tanto argumental como narrativamente, al mercado potencial al que van dirigidas sus películas. Si un espectador visualiza “Lupin y el corazón púrpura de Cleopatra” (2014) y “Nadie vive” (2012), jamás pensará que al mando de ellas está el mismo director: mientras la primera es un live action que cuenta con la inmensa mayoría de pros y contras habituales en este tipo de productos pensados fundamentalmente para el mercado asiático, la segunda es un thriller que, aunque muestra unas dosis muy generosas de violencia, no deja de ser un producto confeccionado para un espectador occidental medio ávido de emociones. Kitamura se adapta al entorno como un camaleón y ello, unido a que se mueve a la perfección en producciones de presupuesto medio-bajo, ha motivado que haya sido capaz de crearse una sólida e interesante carrera en Norteamérica

El realizador nipón se dio a conocer con “Azumi” (2003), una irregular traslación a la gran pantalla de un exitoso manga seinen. Las buenas sensaciones que dejó la película en su distribución internacional motivaron que el realizador decidiera trasladarse a los Estados Unidos para dirigir “El vagón de la muerte” (2008), adaptación de uno de los cuentos incluidos en los “Libros de sangre” de Clive Baker. La película, que a mí personalmente me gusta mucho, nos mostraba a un director con pulso narrativo, una innegable capacidad para crear imágenes epatantes y muy poca autocensura a la hora de mostrar violencia y gore. El resultado final fue lo suficientemente bueno como para que, a partir de ahí, Kitamura pudiera alternar producciones niponas con otras norteamericanas (todas englobada dentro del thriller y el terror). Precisamente “El precio de la venganza” (2022), que ha pasado sin pena ni gloria por las carteleras de nuestro país después de ser presentada en la sección Midnight X-Treme del pasado Festival de Sitges, es un claro ejemplo de ese estilo Kitamura en el que thriller, terror y casquería son los grandes protagonistas de la función


“Una cosa si debemos reconocerle a la película: su capacidad para optimizar los recursos propios del entorno y, gracias a ello, ofrecernos una historia con un genuino sabor Tex Mex” 


La película nos explica como tres delincuentes, tras un frustrado y violento atraco a una casa de empeños, se dan a la fuga no sin antes secuestrar a una joven que estaba en el local de casualidad. Perdidos por las carreteras de Nuevo Méjico, los atracadores y la chica, ante la amenaza de un control policial, deciden refugiarse en una granja. Lo que no sospecharán es lo que les aguarda dentro. 

Una cosa sí debemos reconocerle a la película: su capacidad para optimizar los recursos propios del entorno y, gracias a ello, ofrecernos una historia con un genuino sabor Tex Mex. Durante el visionado de “El precio de la venganza” olemos el polvo, percibimos la presencia de la frontera, degustamos esa América profunda de granjas perdidas en medio de la nada y habitadas por personas rudas y curtidas. Es la américa de las botas de piel de serpiente, de los inmigrantes ilegales, de la violencia gratuita… y todo ello está tan bien recreado que como espectadores tenemos la sensación de que el director, que nació en Osaka, es alguien oriundo de Alburquerque o Santa Fe. La plasmación de una atmósfera creíble y el rodar desde una perspectiva visceralmente física y tangible es el mayor mérito de una película que, desgraciadamente, no nos aporta mucho más a lo que poder agarrarnos. Siendo completamente honestos, “El precio de la venganza” no es más que un brebaje en el que se han utilizado un montón de ingredientes. El problema es que, parafraseando al bueno de James Bond, el guion no los ha mezclado bien (tal como se hacía, por ejemplo, en “Barbarian” (2022)) sino que se ha limitado a agitarlos sin demasiado sentido y con poca delicadeza. El resultado, sin ser del todo indigesto, desgraciadamente se parece más a un batido de Hacendado que a un producto de coctelería. 

La película contiene atracos violentos, sangre y tripas, diálogos y personajes pseudo tarantinescos, home invasions, mad doctors random, torture porn, rednecks deformes y psicópatas, una final girl… toda una serie de ítems que, bien integrados, nos podrían haber dado como resultado una serie B de lo más resultona. El problema es que a la hora de la verdad ninguno de ellos acaba de funcionar del todo bien. Honestamente creo que el principal hándicap de la película está en un guion, obra del propio Kitamura y de Christopher Jolley, muy plano y que se nutre de todos los tópicos habidos y por haber. Aquí Kitamura se muestra como un guionista mediocre que llena la película de deus ex machina, personajes espantosamente definidos, situaciones absurdamente inverosímiles y explicaciones (el origen del odio del doctor por el prójimo) que ni se entienden ni tienen puñetero sentido. En cambio, el Kitamura realizador sabe generar una atmósfera creíble, gestiona bien las situaciones de suspense, utiliza correctamente el espacio escénico y no renuncia a ofrecernos generosas dosis de gore para deleite del aficionado. Esa bipolaridad entre la estructura de la historia y la puesta en escena juega en contra de la película y lastra un producto que, con una estructura argumental más cuidada, podría haber resultado muy interesante. Desgraciadamente sólo de atmósfera y gore no vive el hombre. 


“el principal hándicap de la película está en un guion, obra del propio Kitamura y de Christopher Jolley, muy plano y que se nutre de todos los tópicos habidos y por haber” 


Del reparto destacan un Stephen Dorff en plan crepuscular y un Vernon Wells que se encuentra en su salsa (y sobreactuando que es gerundio). Debo reconocer que la carrera del primero es una de las más raras y desaprovechadas del Hollywood moderno. Alguien en cuya filmografía se alternan, entre muchas otras, una película de John Waters, un videoclip de Britney Spears y la tercera temporada de esa maravilla llamada “True Detective” (2019) merece todos mis respetos. Los demás cumplen y poco más.

Cuando me enfrenté a la película me esperaba encontrarme al Kitamura que me sorprendió muy gratamente con “El vagón de la muerte” (2008), “Nadie vive” (2012) y “Blanco perfecto” (2017). Todas estas películas ofrecían propuestas relativamente sencillas que estaban resueltas con criterio y en las que percibías unas claras sinergias entre la historia que se contaba y la capacidad del realizador para narrar y filmar la violencia. Creo que en el caso de “El precio de la venganza” no se han sabido gestionar una serie de ingredientes que, al final y por paradójico que resulte, han dado como resultado una historia manida y bastante previsible. ¿Es entretenida? Digamos que no aburre. Se nota que detrás de ella hay un director interesante que maneja bien los resortes del género y que ofrece un producto que, a la postre, resulta digno. Eso sí, uno no puede evitar la sensación de oportunidad perdida.


4 comentarios:

Tracy Kong dijo...

The Doorman es para mì apenas un telefilm sin entidad, este Precio de la Venganza al menos pinta mejor. La Verè sin grandes expectativas, Saludos!

Ted dijo...

Lo que comentas de Akira, y pasa con otros autores, es porque en EEUU los productores son los que deciden siempre. España tiene mas libertad por eso se le llama cine de directores. Esto aprendi en clase de cine. De todas maneras el cine asiatico esta colapsando. Ya no sorprende de momento y queda normalizado y vemos sus particularidades. Asi es como viven el cine. Algo que sabiamos por los dibujos en el caso de Japon. Akira es un fenomeno mundial que no se ha vuelto a repetir en Asia. Por su parte, España esta muerta aun con Bayona y Balaguero o Buñuel y Berlanga. Siempre seremos conocidos y muchos perdonaremos pero lo ultimo de los hermanos Pastor, por ejemplo, no sera bueno aunque lo rueden en el patio de mi casa.

MAX CADY dijo...

Buena reseña Mister Moloko aunque no coincidimos en nuestra apreciación sobre la película.

Esta nueva cinta de Ryûhei Kitamura en la industria yanqui se salda con una película de bajo presupuesto (lamentables algunos efectos gore), con un guion que tiende al absurdo pese al interesante punto de partida, y unos actores que o no saben dónde están (caso de Stephen Dorff) o simplemente no están capacitados para la actuación (el resto del reparto).

Una atroz película de tipos malos que acaban encontrando a otros aún más malos y sádicos que ellos pero que es incapaz de generar el más mínimo suspense, tensión o malestar en el espectador. Sopor y ganas de que esto finalice cuanto antes es lo único que produce su visionado.

En cuanto a lo que comentas de Akira Kurosawa, un director tan extremadamente controlador y perfeccionista con su trabajo difícilmente habría podido adaptarse al sistema de grandes productoras de Hollywood y su incesante injerencia en el trabajo de los creadores cinematográficos. Motivo por el que Stanley Kubrick se marchó a UK o Federico Fellini, Ingmar Bergman, y más recientemente Lars Von Trier, no trabajaron ni trabajan al otro lado del charco.

Saludos cuervos

Mister Moloko dijo...

Hola a todos
Tracy ya te advierto que no es una maravilla pero se deja ver: por cosas bastantes peores hemos pasado.
Ted, así como en Europa la política de autores es muy habitual, en el resto del mundo eso es mucho más discutible. Dentro de la industria del cine asiático, Kurosawa era una excepción (se inventó el Oscar a la mejor película extranjera gracias a su Rashomon) ya que hacía un cine francamente exportable. Ahora lo miramos con otros ojos, pero el otro gran maestro japonés que era Ozu hacía un cine muy localista y difícilmente exportable a la idiosincrasia del público mayoritario de mediados del siglo pasado. Esto daría para un artículo.
Esto viene a colación de lo que dice Max... Muchos directores no quieren trabajar en la industria norteamericana porque se siente coartados en su creatividad. Ahí la figura del productor es importante y el cine, por encima de todo, es un negocio. Podemos contar con los dedos de una mano los realizadores que manejan grandes presupuestos y hacen lo que les rota (Nolan, Spielberg, Cameron y poco más) ya que el resto, de un modo u otro, pasan por el aro. De los realizadores que citas, sinceramente creo que nunca trabajaron porque sus intereses artísticos eran otros y no necesitaban para nada la maquinaria de Hollywood. Citas también a dos de mis directores más admirados. Von Trier no trabaja con el mercado norteamericano porque hace en Europa lo que le rota y con los actores que quiere. Vamos, que no tiene necesidad. Sólo hay que ver el reparto de sus películas para ver que hay ostias para trabajar con el. Es una excepción. Y Kubrick... aunque vivió en Inglaterra, aquí hablamos de un señor que era un perfeccionista compulsivo y un monomaniaco del control. Aun así estaba preocupado por el resultado comercial de sus películas y le obsesionaba que fueran un éxito de taquilla.
Es un tema interesante ya que la barrera entre el arte y el negocio es muy fina. Y te aseguro que hay grandes películas de la historia del cine a las que ha salvado el productor... Y a las películas de autor a las que le hubiera hecho falta la figura de alguien con autoridad que hubiera puesto algo de tijera.
Un debate interesante

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