Patrick Bateman (Christian Bale) es uno de esos ejecutivos agresivos que tanto deambularon por los años ochenta. Vive en un apartamento de paredes y decorados blancos impolutos, en el edificio American Garden's, en la calle 81 oeste, en el undécimo piso. Tiene 27 años. Por la mañana se dirige al lavabo y observa su reflejo en el cristal de un cuadro de la obra Los Miserables. Le gusta cuidarse. Sigue una dieta equilibrada y una rutina rigurosa de ejercicios. Por la mañana si tiene los ojos hinchados se pone una bolsa de hielo mientras hace sus abdominales. Ya consigue hacer mil. Después de sus ejercicios y de quitarse el hielo, en la ducha se aplica una loción limpiadora de poros. Utiliza un gel con espuma activada por agua. Luego un jabón corporal limpiador de poros de miel y almendra. Y para la cara un gel expoliante. Luego se aplica una mascarilla facial de hierba buena y la deja diez minutos mientras sigue con el resto de su rutina. Siempre utiliza un after shave sin alcohol o con poco alcohol porque el alcohol te seca la cara y te hace parecer mayor. Luego crema hidratante, un antiarrugas para los ojos y al final otra crema hidratante dermoprotectora. Patrick Bateman es una especie de abstracción porque no existe de verdad sino solo como ente, como algo ilusorio. Sencillamente no está.
Bateman vive su vida entre un trabajo que no le apasiona, unos compañeros de oficina que están dispuestos a apuñalarse por la espalda en cualquier momento, Paul Allen (Jared Leto), una novia que le insiste en casarse (Reese Whiterspoon) y varias prostitutas (Cara Seymour y la co-guionista Guinevere Turner), con las que practica ménage à trois y graba videos pornográficos amateur mientras se mira al espejo en plan narcisista al ritmo de “Sussudio” de Phil Collins.
Cuando su estilo de vida ya no le satisface lo suficiente, lleva sus anhelos algo más allá y es entonces cuando da comienzo una sucesión de crímenes. Estos, por cierto, entran dentro de la lógica de Bateman, quien no se reprime a la hora de analizar la obra de Whitney Houston o escuchar a Phil Collins antes de consumarlos. Es su forma de expresar el disgusto por lo que le rodea, de rechazar un mundo basado en la imagen del que, por otro lado, no puede ni quiere huir. Pero la tela de araña que él mismo se ha tendido empezará a atraparle tan pronto como el detective Kimball (Willem Dafoe) empieza a preguntar sobre Allen, quien parece que se haya esfumado de la faz de la Tierra.
Mary Harron convierte el libro de Bret Easton Ellis, lleno de retórica barata, adornado por incontables marcas de productos comerciales e innumerables referencias musicales, en una sátira perversa del consumismo y el egocentrismo que tanto pulularon en los Estados Unidos durante los años post-reaganianos. Lo vemos en las envidias de Bateman por ver quien tiene la mejor tarjeta personal, los piques entre compañeros por ver quien consigue mesa en el mejor restaurante de la ciudad o que Bateman haga ejercicio por las mañanas al tiempo que contempla vídeos pornográficos o “La matanza de Texas”. Sin embargo, “American Psycho” carece de la misoginia, la violencia y el sexo que convirtieron la novela en uno de los best sellers de principio de los 90. Eso no significa que el film no sea digno de admiración, especialmente por Christian Bale, un actor lleno de carisma que dota al personaje de verosimilitud por todos los poros (fíjense, por ejemplo, en la versión original, como el británico habla con un acento neoyorquino inmaculado). Papel por el que estaba interesado Leonardo DiCaprio bajo la dirección de Oliver Stone, quien no entró finalmente en el proyecto.
“American Psycho” esta lleno de magníficos momentos: como los yuppies intentan meterse coca en un lavabo, Bateman observando su colección de cuchillos y apuntando por la espalda a la cabeza de su secretaria Jean (Chloe Sevigny), la “ayuda” que le presta éste a un vagabundo y su perro, las conversaciones banales en los restaurantes, el protagonista en ropa interior con una sierra mecánica... Todos magníficos pero todos ellos vacíos. Vacíos como su protagonista. Vacios como la historia. No se puede extraer ningún conocimiento nuevo de esta historia. Toda ella no significa nada.
El productor Edward R. Pressman (“Wall Street”) adquirió los derechos de la novela en 1992, un año después de su publicación. Los primeros candidatos para dirigir la adaptación cinematográfica fueron Stuart Gordon y David Cronenberg, llegando a estar en el punto de mira el director Oliver Stone quien pudo contar con Leonardo DiCaprio para el papel protagonista. Pero al final el proyecto recayó en la directora Mary Harron (“Yo disparé a Andy Warhol”) quien eligió a Christian Bale, después de conseguir que la distribuidora Lions Gate aportara parte del presupuesto. Harron fue reemplazada por Stone cuando DiCaprio leyó el guión y expresó su interés. Cuando el actor empezó a dudar de su participación, el proyecto regresó de nuevo a manos de Harron y Bale.
LO MEJOR: Christian Bale reencarnando a un yuppie cuyo vacío existencial le lleva a cometer sangrientos crímenes, y la introducción. En los créditos iniciales, por ejemplo, observamos con elegancia gotas de sangre salpicando la pantalla blanca para después revelarnos que, en realidad, se trata de comida.
LO PEOR: El giro que el film da durante la media hora final, cuando Bateman empieza a dudar de que su realidad sea la realidad de los demás y en la que se acumulan crímenes carentes de toda relevancia.