Crítica: Beau is Afraid

KRUEGER NOS HABLA SOBRE LA NUEVA PELÍCULA DE ARI ASTER, UNO DE LOS GRANDES REFERENTES DEL GÉNERO EN LA ACTUALIDAD

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Tanto “Hereditary” (Ari Aster, 2018) como “Midsommar” (Ari Aster, 2019) me parecen dos obras fundamentales del cine de terror moderno y futuro clásicos sin discusión. También son dos de mis películas favoritas de los últimos diez años. De ahí que “Beau tiene miedo” (Ari Aster, 2023) fuera una de las cintas que más expectación generaba en mi persona para este año. ¿El resultado? Tan fascinante como decepcionante, y es que la película puede ser venerada y criticada a partes iguales, lo que convierte el hecho de escribir sobre ella en un agradecido ejercicio de reflexión fílmica. 

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“los injustificables 179 minutos de la propuesta se antojan tremendamente excesivos, a lo que tampoco ayuda una narración deshilvanada” 

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Antes de nada; Aster es un director como la copa de un pene. Su dominio de la puesta en escena es impropio de un director con una filmografía tan escasa, pero con “Beau tiene miedo” demuestra que su capacidad para generar imágenes fascinantes no es directamente proporcional a sus habilidades como narrador de historias. En primer lugar, los injustificables 179 minutos de la propuesta se antojan tremendamente excesivos, a lo que tampoco ayuda una narración deshilvanada, que termina dando la impresión de una sucesión de escenas aisladas, en las que no todas funcionan con la misma eficacia. Es posible que Aster se masturbe pensando en Lynch en la intimidad de su cuarto, pero su narrativa es mucho más convencional; es decir, los elementos son bizarros, pero (casi) nunca crípticos. No es como “Inland Empire” (David Lynch, 2006) o “The Outwaters” (Robbie Fantich, 2023), por poner un ejemplo reciente. En “Beau tiene miedo” todo es raro, pero a nada que le des una vuelta entiendes cada elemento que aparece en pantalla. 

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“Aster ha realizado un ejercicio de ego ciertamente criticable, pero también ha filmado un suicidio artístico después de dos cintas de éxito” 

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“Beau tiene miedo” es una película hecha por un neurótico de tres pares de gónadas, por lo que constantemente se busca una sensación de incomodidad y temor provocada por todo y todos. En ocasiones se consigue y en otras se queda a medio gas. También es una película que juega constantemente con la muerte y la vergüenza. Vamos a ver sexo incomodo, relaciones materno filiales torcidas, aporofobia y mucha, mucha sensación de culpa. Todo ello llevado por un superlativo Joaquin Phoenix que es, directamente, la película. El actor es el gran motivo para ver la cinta, junto a la puesta en escena de Aster. Un trabajo descomunal, en un papel nada sencillo. 

Como he comentado, la película casi funciona como una sucesión de sketches y tiene la mala fortuna de ir de más a menos: el comienzo con los indigentes y el episodio de hijo adoptivo son sobresalientes, pero la función en el bosque y la confrontación con la madre funcionan peor, en mi humilde opinión. Los minutos finales están hechos directamente para epatar al espectador; personalmente le compré a Aster la jugada, pero entiendo la perspectiva de mandar a tomar por culo al director llegado cierto momento. Pero todo forma parte del juego. De la personal visión que el realizador ha realizado de “La Odisea”. 

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“por raro que parezca, siendo una obra tremendamente diferente e inclasificable, me ha recordado a las dos películas previas de su director” 

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Y aquí llegamos al principal tema de debate: Aster ha realizado un ejercicio de ego ciertamente criticable, pero también ha filmado un suicidio artístico después de dos cintas de éxito. ¿Aplaudimos los arrestos del realizador por hacer lo que le ha salidos de los mismísimos? ¿Le criticamos por marcarse un homenaje de 3 horas en una fase tan temprana de su carrera? La cuestión es que las dos preguntas son tácitas y mucho me temo que ambas respuestas son afirmativas. Porque una cosa queda clara, Aster se ha marcado una celebración de sí mismo como director de cine: vamos a ver cabezas arrancadas o machacadas, revelaciones en áticos, representaciones teatrales, etc; es decir todos aquellos detalles que en ¡solo! dos películas han creado el particular universo del cineasta. 

La película me ha recordado (esto es totalmente subjetivo) a “Punch Drunk Love” (Paul Thomas Anderson, 2002) por la construcción del personaje y a “Lo que esconde Silver Lake” (David Robert Mitchell, 2018) por la sensación de extrañeza, pero por raro que parezca, siendo una obra tremendamente diferente e inclasificable, me ha recordado a las dos películas previas de su director. En mi caso es más que suficiente, pero soy consciente de que habrá oleadas de espectadores que quieran azotar a Aster en la plaza del pueblo. Sea como sea, visionado obligatorio.